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Concha Velasco, una vida en escena

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Llega a Madrid, tras tratarse el cáncer, con una obra en la que interpreta a una enferma terminal
Más delgada, pero radiante y con mucha energía, como siempre. Ayer, en Madrid, Concha Velasco fue ayer muy Concha Velasco ante la Prensa para presentar «Olivia y Eugenio», la obra de teatro que protagoniza y con la que ha regresado a los escenarios después de tratarse –y espera que de haber superado, en enero tiene revisión– el linfoma que le detectaron a finales del pasado mes de mayo. Incansable, vuelve con esta historia que trata, curiosamente, de una mujer enferma en fase terminal con un hijo con síndrome de Down, interpretado alternativamente por dos jóvenes actores con Down, Hugo Aritmendiz y Rodrigo Raimondi (hijo del bajo barítono Ruggero Raimondi). Velasco pone distancias entre ella y su personaje: «Sería tremendamente doloroso para mí ser Olivia de verdad», matiza. «Nunca pensé que yo podía tener un paralelismo personal con mi personaje. Ahora tampoco. Pero sí hubo un momento, durante mi enfermedad, en que podía parecer que yo tenía algo que ver con ella». Y asegura que vuelve porque siente que tenía una deuda con los productores –Focus y Pentación– a los que dejó «en la estacada» cuando el diagnóstico de su cáncer les obligó a cancelar la gira de «Hécuba», y un monólogo previsto con Velasco en Valladolid sobre Santa Teresa. También vuelve, reconoce, porque había ya una gira firmada «y no me lo quería perder». Dirigida por José Carlos Plaza, esta comedia –han leído bien– llegará al Teatro Bellas Artes de Madrid el 6 de noviembre tras estrenarse en Barcelona. Ella, asegura, está «muy bien». Y cuando le preguntan si ha acudido al psicólogo para afrontar la enfermedad, responde: «Me lo han recomendado, pero como soy católica, voy a confesarme, que es más barato».
Ajustar cuentas con el marido
Llama la atención que no se identifique con este personaje, una mujer enfrentada a una dura enfermedad. Ella insiste: «Tiene incluso más paralelismos conmigo –reconoce–. Hay uno tremendo, cuando Olivia ajusta cuentas con su marido». Y explica: «Ese momento en que ella le habla al retrato del marido, lo tira al suelo, lo insulta y lo pisotea, para mí fue dolorosísimo. Ahí sí que tuve que salirme y ver que yo no tenía nada que ver con ella ni ese hombre con el mío».
Velasco habla con entusiasmo de sus compañeros en escena, a los que llama sus «hijos». «Están llenos de amor. Me han enseñado a comportarme con los míos. No es que yo haya sido una mala madre, pero no lo he sido tan buena como sus padres con ellos». No es raro oírle frases de ese estilo. «Yo suelo hablar de mí como la mala, pero ni todo el mundo que me ha rodeado a lo largo de mi vida ha sido tan bueno ni yo soy tan mala», reconoce.
El próximo 29 de noviembre, la actriz cumplirá 75 años, y al echar la vista atrás tiene claro lo que ha repetido siempre: «Ésta es mi pasión, yo no he querido hacer otra osa en mi vida. Con diez años ya era uno de los negritos de ‘‘Aida’’. Cuando se hizo ‘‘Fausto’’ en Sevilla, yo era primera bailarina. Trabajo en cine y en televisión porque son mi gran amor, el amor que no me ha traicionado nunca. Los de la vida real... –suelta algo parecido a un «buf»–, ahí están».
Le da «gracias a Dios por permitirme salir de un trance tan tremendo». Un agradecimiento que extiende a su familia y los médicos. Estos no le han impedido actuar, aunque sí le obligan a moderarse: sólo hará una función al día, en vez de las ocho semanales habituales. Por lo demás, cuenta con optimismo, «no puedo tomar ni champán ni vino blanco, que me encantaba. Sólo pechuga de pavo y jamón de york. Pero puedo hacer “Olivia y Eugenio”». Tiene que cuidarse: ha perdido 12 kilos «y cuatro centrímetros, que no se dónde los he metido». Estudiar este texto «ha sido muy cansado, pero no por aprendérmelo, porque tengo una memoria privilegiada, sino porque tengo un cansancio personal gordo». Y explica: «he estado anímicamente mal, más que físicamente. Sé reaccionar al dolor: he salido al escenario con un pie y otro rotos, con las manos rotas, con un tendón arrancado... pero esto me superaba. Yo no estaba preparada para esto. Y eso que lo terrible fue la peritonitis, la primera operación, la segunda y la tercera. He vuelto porque había que volver y ahora estoy muy bien». Y asegura que, tras el parón, «no vuelvo a actuar de forma diferente. Como persona sí que he cambiado. Y me gustaría que me dejarais ser como quiero». O sea: «Feliz».