Cargando...
Sección patrocinada por

cine

Crítica de "Morlaix": el lugar sin límites ★★★ 1/2

Director: Jaime Rosales. Guion: Jaime Rosales, Fanny Burdino, Samuel Doux, Delphine Gleize. Intérpretes: Álex Brendemühl, Mélanie Thierry, Aminthe Audiard, Samuel Kircher. España, 2025. Duración: 124 min. Drama.

Última hora La Razón La RazónLa Razón

Morlaix es un enclave turístico imperdible para los turistas de la Bretaña, pero ¿qué es para Jaime Rosales? ¿Es solo una ciudad de provincias? Es, a tenor de su último filme, el título de una película: no la suya, sino la que ven sus personajes dos veces durante el metraje, y que se proyecta en una sala de Morlaix con veinte años de diferencia. Es una película dentro de una película que, además, cambia con el tiempo; es decir, puede que sea la proyección de los deseos de quién la mira, o ese espacio mental que Resnais llamó Marienbad, y que podía ser la memoria, o el tiempo mismo. Será, tal vez, que “Morlaix” sea una película sobre el cine como archivo de la experiencia, la del duelo y la amorosa.

Quizás lo más desconcertante del filme es que parece una colección de pistas falsas. Es fácil que el espectador piense que Rosales quiere hablar del sentimiento de pérdida, de ese vacío que deja la muerte en los seres queridos, algo que ya estaba muy presente en “La soledad” y “Sueño y silencio”, incluso en “Petra”. Es fácil, también, que creamos que, ahora sí, el filme nos habla de esa “Hermosa juventud” que también fue título de una de sus obras precedentes, estableciendo una suerte de retrato robot de una generación sin referencias adultas que puede entender el amor como una salida poética a la eterna incomodidad de estar vivos. 

Es más fácil aún confundir la película con una ensalada de dispositivos, artificiosamente indecisa entre el movimiento devenido foto fija, la citada puesta en abismo de películas que se contradicen o se convierten en el contraplano de la otra y los cambios de formato, y de blanco y negro a color y viceversa. Casi podríamos afirmar que Rosales ha filmado varias películas que se yuxtaponen, y a veces se superponen, para que el espectador se quede con la que más le guste, como si el fuera incapaz de decantarse por ninguna. O como si tal vez no confiara lo suficiente en el iluso, atormentado romanticismo de su propuesta, cuyo poso melancólico sintetiza un cariño por sus personajes que no es muy habitual en el cine de su autor.

Para este crítico, “Morlaix” funciona mucho mejor cuando se olvida de sus caprichos y escucha el corazón de sus criaturas, más allá de lo que opinen sobre lo divino y lo humano. Eso incluye su conversión en espectadores de sí mismos, por lo que tienen de espejo de nuestra mirada y de nuestros afectos: da la impresión de que en los pliegues que deja la multiplicación de la película en el seno de su devenir hay un hueco para que podamos refugiarnos, y evocar tal vez lo que sentimos con el primer amor y la primera muerte y el primer cine y las primeras veces de cualquier cosa. Es entonces cuando Morlaix es mucho más que una ciudad, y empieza a pertenecernos un poco, como si la pudiéramos habitar.

Lo mejor: 

La idea de la puesta en abismo de la película resulta muy imaginativa.

Lo peor: 

La saturación de dispositivos puede resultar cansina.