Desmontando a los anticatólicos
El sacerdote y escritor Gabriel Calvo Zarraute publica «Verdades y mitos de la Iglesia católica. La historia contra la mentira», un extenso y exhaustivo trabajo que pretende desmontar las exageraciones y falacias que se han difundido sobre este tema. En la obra, el autor reivindica que ni la Edad Media fue tan tenebrosa ni las cruzadas cristianas sucedieron con fines imperialistas
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La Iglesia católica ha sido sin duda una de las instituciones más criticadas, vituperadas y calumniadas de la historia», advierte desde la primera línea este libro, por medio de su prologuista, Pío Moa, que conoce bien la animadversión que ha ido sufriendo tal institución y que tiene que ver con un aspecto que no comparte, dice, con otras religiones, esto es, «la difícil permanente tensión y difícil armonía entre razón y fe»; una tensión que ya se puso de manifiesto en la Edad Media. Todo ello queda estudiado, a partir de esta época, por parte del autor de «Verdades y mitos de la Iglesia católica. La historia contra la mentira» (editorial Actas), de Gabriel Calvo Zarraute, sacerdote de la diócesis primada de Toledo, licenciado en Teología Fundamental, párroco, vicario parroquial y profesor del Instituto de Ciencias Religiosas de Talavera de la Reina, entre otras ocupaciones.
Semejante formación es garantía de rigor investigativo, pues el autor, que además está trabajando en una tesis doctoral sobre la Historia de la Iglesia, en la Universidad de San Dámaso de Madrid, aborda siglos y siglos de la «construcción, ataque y defensa de la cristiandad» con gran detalle. Primero, fija criterios de análisis historiográfico, consciente de que el historiador tiene siempre una mirada subjetiva ante el pasado, y que «estar en el lado correcto de la historia depende de lo que entendamos por Historia»; el autor, así, quiere ponerse junto al «testimonio de seres humanos que interactúan entre sí a través del tiempo y nos enseñan, mediante las consecuencias de sus acciones, a evitar el mal y su capacidad destructiva, y nos inspiran para vivir vidas inmoladas que hagan un mundo mejor para nuestros prójimos e incluso enemigos». Y, para ello, nada mejor que seguir el ejemplo de santos y héroes.
La alegre Edad Media
Con esa premisa de mirar las centurias pretéritas de la manera opuesta a como la han practicado algunos pensadores –con desprecio y evitando aprender de lo sucedido–, Calvo Zarraute coloca a la Historia en el mismo plano que la Humanidad, y de este modo enfoca este grueso estudio, que da pie con el periodo medieval, el islam y las cruzadas. En la Edad Media, «la fe de las personas, tanto individual como colectivamente, está fuera de toda duda», asegura el autor, «se creía firmemente en Dios, y esto no solo lo atestiguan los archivos, sino las innumerables iglesias y humildes oratorios, las macizas y bellas catedrales con todas sus obras de arte, los millares de pueblos que llevan el nombre de un santo patrón, el Camino de Santiago y, por supuesto, las cruzadas». Un tiempo que sigue al desmoronamiento del Imperio romano, lastrado por la corrupción política, una entrega desmedida por los conflictos armados que provocaban una crisis demográfica y las invasiones de los bárbaros.
«Verdades y mitos de la Iglesia católica», de esta manera, es una reivindicación de la labor evangelizadora de los monjes que, durante los siglos V-XI predicaron a lo largo de Europa e hicieron posible la creación de iglesias y monasterios, que serían el origen de universidades, colegios y hospitales. «Fueron ellos quienes, con sus cuidadas bibliotecas monásticas, conservaron el pensamiento clásico y la cultura de siglos, que por medio de la copia de libros exportarían entroncando a Europa con sus profundos ancestros culturales». En este sentido, lo que aportaron los santos fue clave a la hora de representar modelos de moral y autoridad de fe; no en vano, Occidente está forjado desde raíces cristianas, junto con la filosofía griega y el derecho romano, y durante mucho tiempo el sentido cristiano de la vida impregnó por completo la sociedad, hasta el punto de que la teología llegara a ser una «ciencia suprema».
Calvo Zarraute ve injusto, por lo tanto, que esta Edad Media que puso los cimientos de nuestra sociedad actual, sea considerara una edad de tinieblas, e incluso ve en el término «gótico» tintes despreciativos; así se expresaron los humanistas del Renacimiento, «que consideraron a esa época como un lapso de mera transición entre dos periodos de gloria», una mirada crítica que se afianzó por la burguesía, que también se posicionó en contra de la Iglesia católica. Todo ello iría siendo asumido por el pueblo e integrado en los manuales de historia, de tal modo que ha quedado fijado que fueron los renacentistas los que redescubrieron el mundo clásico, cuando los medievales también admiraban tales tiempos y lejos de ser una sociedad oscura estaban compuesta de seres humanos que «sabían divertirse, jugar y soñar». A este respecto, es significativo que «en los tratados morales medievales, encontremos enumerados ocho pecados capitales, en lugar de los siete conocidos». El octavo era la tristeza. Y es que la Redención tras el pecado colmaba de esperanzas al hombre y podía conducirle a la alegría por vivir, por ser.
La Ilustración anticristiana
Asimismo, el autor, que por cierto publicó su primera obra en el año 2016, «Dos maestros y un camino» (Monte Carmelo), ve también cómo el término «cruzada» fue tergiversado por la progresía de Occidente, que «lleva décadas mintiendo vilmente para arrojar en la mente de las personas la falacia de igualar la yihad o guerra santa islámica con las cruzadas cristianas». Para Calvo Zarraute no se trató de un imperialismo occidental, sino una respuesta a la invasión militar del islam. Son páginas en que se nos informa de la Reconquista, de quién fue el Cid Campeador, o de la importancia de ciertas batallas como la de Navas de Tolosa o de Lepanto. Páginas en que el historiador ve islotes de verdad en un inmenso océano de mentiras, como dice literalmente; por ejemplo, hablando de que los cátaros no eran gentes pacíficas y sencillas, sino una secta fundamentalista muy peligrosa que atacó a la Iglesia al replantear el cristianismo de modo integral, o haciendo alusión a la intolerancia judía, que fue según él mucho mayor que la cristiana, afirmando que la imagen de un Auto de Fe con las hogueras «forma parte del invento de la leyenda negra protestante, pues fueron ellos quienes más utilizaban ese método, como, por ejemplo, la Inquisición calvinista procedió con el científico aragonés Miguel Servet».
Calvo Zarraute aborda la expulsión de los judíos, el descubrimiento, evangelización y colonización de América, un capítulo en que estudia los hábitos sanguinarios de las razas autóctonas y de una convivencia regida por la ley del más fuerte, si bien Colón «fue el primer descubridor de la bondad natural de los indios». Al supuesto genocidio, el autor contrapone datos demográficos, ya que la gran mortalidad de los indios fue debida «a una epidemia de influencia suina o gripe del cerdo»; un choque bicrobiano que fue responsable «del 90% de la caída de la gran población india en el conjunto entonces conocido de América». De este modo, el autor continúa analizando las «exageraciones desorbitadas» que se fueron generando alrededor de la Iglesia católica, en el periodo de la Ilustración, que él ve como presuntuosa al convertirse en guía de una nueva sociedad no-religiosa. Un tiempo, aquel siglo XVIII, que inició las bases para el ataque indiscriminado al catolicismo mediante pensadores como Voltaire, «el gran difusor del anticristianismo virulento», que ha llegado a la época actual.
La religión del nacionalismo
El trabajo de Calvo Zarraute aborda el anticristianismo desde la Edad Media hasta la Ilustración, pero también incide en asuntos como el nazismo, que lo cataloga no solo un movimiento político, «sino una auténtica pseudorreligión o religión política», o una «ideología de la sangre y de la raza, que suplanta el puesto de la religión». Esto le lleva al sacerdote y escritor a establecer una relación entre nacionalismo y anticristianismo, pues el primero es enemigo «del concepto católico de patria y por extensión del patriotismo como virtud derivada del 4º Mandamiento de la Ley de Dios. De este modo, el nacionalismo disolvería la fe católica, creando una religión sustitutoria que politiza y descristianiza». «En España, caso vasco y catalán sirven de referencia palmaria», y añade: «El nacionalismo porta también el germen del totalitarismo, aunque sea una de extrema izquierda. En los regímenes de Stalin o de Chaves-Maduro, la retórica nacionalista se mezcla con el discurso marxista en una llamativa simbiosis».