Dicker: «El éxito de la literatura es de segundo orden»
Después del gran éxito de «La verdad sobre el caso Harry Quebert», el novelista regresa con un libro de ambición semejante: «La desaparición de Stephanie Mailer», la historia de un crimen que vuelve a emerger 20 años después
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Después del gran éxito de «La verdad sobre el caso Harry Quebert», el novelista regresa con un libro de ambición semejante: «La desaparición de Stephanie Mailer», la historia de un crimen que vuelve a emerger 20 años después.
Lo de «La verdad sobre el caso Harry Quebert» resultó un éxito imprevisto, uno de esos libros que se convierten en una de las lecturas del verano. Joël Dicker, un tipo alto, de una simpatía y cordialidad muy suiza, recupera el timbre, tono y ritmo de aquella novela en «La desaparición de Stephanie Mailer», una trama de protagonismo repartido entre una treintena de caracteres que gira sobre el asesinato de un alcalde y su familia durante la noche del 30 de julio de 1994. Un asesinato que, veinte años después, atormentará a los detectives que participaron en el caso y a una reportera que asegura tener una clave que había pasado desapercibida.
–El personaje que desaparece es una periodista. ¿No será una forma discreta de aludir al futuro de la prensa?
–(Risas). Desde luego que podría interpretarse como una metáfora en ese sentido, pero no era mi propósito. Pero tal como aparece el diario local, que no es muy leído en la novela, y la situación tan complicada que tiene el periodismo, podría ser una alusión.
–¿Pesa el éxito?
–No lo he sentido. No tengo esa obsesión por él. Yo siempre intento hacer lo que he hecho, que es lo que me parece importante. Soy un joven escritor que trato de comprender qué es la literatura y cómo defenderla. Y me refiero a una disciplina para la que no existen estudios, en que cada uno tiene que arreglárselas como puede, a pesar del reconocimiento. Quería seguir la dirección que me he había marcado y centrarme en la treintena de personajes que hay y que evolucionan en este. Mi reto es que el lector no se perdiera.
–No es común que un autor admita que intentar entender la literatura...
–Es que todo lo de la literatura se me escapa. Cuanto más profundizo, cuanto más escribo, más sé qué es lo que me falta. Es una historia sin fin, interminable, porque la manera en que uno aborda los libros y según evoluciona con ellos, la manera de verla cambia. No es igual la percepción de ella a los veinte que a los cuarenta, los cincuenta o los sesenta años. Esto hace que la literatura sea un cuerpo vivo al que hay que adaptarse. Es una de las cosas que me gusta de la literatura. y se que me moriré antes de hacer todo lo que quiero.
–¿Cómo hizo para protegerse de la fama?
–No es muy complicado, porque el éxito de la literatura es de segundo orden. No es un exitazo que te toca directamente. Lo primero es que a la gente le gusta leer lo que se ha escrito, a la gente le gusta el libro, no el autor. La literatura no tiene nada que ver con el cine o la música, por ejemplo. En los conciertos, los espectadores identifican al músico con la música que hace. Al ver una película y después encontrarte con el actor en la calle, lo reconocemos inmediatamente. Existe una conexión directa. En los libros no sucede eso. Hay gente que ha leído mi libro y no me conoce. Me ha ocurrido estar con personas que me han preguntado mi nombre y luego me preguntan qué hago. No saben quién soy. Luego comentan el libro que he escrito y cuando digo que he sido yo, reaccionan, no se lo creen. «¿Ese es tuyo?», me comentan. Esto es una cura de humildad. Yo publico un libro y cuando regreso a mi vida estoy solo conmigo mismo, aunque el libro siga vendiéndose. El éxito es cierto que puede crear una disfunción en la realidad. Pero yo hago una promoción de dos o tres meses y cuando retomo la escritura ya no tengo más relación con el público.
–¿Cuál es el reto de sus libros?
–Los personajes, siempre. Y suhistoria, tanto en lo individual como en lo colectivo. Cada una de ellas, y lo que hace que un grupo de personajes estén unidos por algo.
–¿Nada más?
–Yo planteao la cuestión de cómo hacer para que funcione. Y la cuestión principal es la claridad, que nada sea artificial. Si yo lo entiendo es que es comprensible para los demás. Por eso nunca recurro a esquemas o pizarras. Si necesitas notas y esquemas para recordar cosas es que existe un problema. Yo creo una historia y me paseo por ella para que todo sea fluido. Si es así, funciona.
–¿Se deja arrastrar por la intuición?
–Por ella y por el placer. Es lo que me guía. Y creo, incluso, que el placer es más importante. Cuando disfruto escribiendo quiere decir que todo va bien. No existe una fórmula mágica ni una receta para un libro, para saber si a la gente le va o no a gustar. El placer de escribir un libro es algo mío que nadie me puede arrebatar. Si no disfrutara haciéndolo y escribiera solo para que le gustara al público, tendría la sensación de que he perdido los años.
–Tengo la impresión de que se ha quedado con algo más que decir sobre esto.
–Sí. El éxito no garantiza nada, ni que sea bueno lo que uno hace ni la calidad. La relación con la escritura es especial. Hay mucha gente a las que les han gustado mis libros. Cuando les pregunto lo que han sentido leyendo mi libro y, por ejemplo, me dicen que ven gracioso a un personaje que yo he concebido como alguien triste, eso es grave para mí, porque no es lo que quería hacer, y te das cuenta de que algo no ha funcionado. Y en este sentido, creo que avanzo, que aprendo. Oscar Wilde decía que lo que llamamos fracaso es solo experiencia. Es verdad. Intentado hacer cosas, sabiendo lo que funciona y lo que no, es como aprendemos.
–En sus libros el pasado siempre es importante.
–Es que el pasado nunca deja de estar en el presente. Un crimen no es un acto muy interesante en sí. Es terrible, es horroroso, si se quiere, pero el crimen en sí mismo no es apasionante. En cambio, sí son muy interesantes las consecuencias que puede tener, los efectos que genera en aquellos que han conocido al asesinado, en los policías que han invetigado el homicidio. Y si, además, pasa el tiempo y el crimen ha dejado huella o no se ha resuelto bien, digamos que hay cuestiones y preguntas sin respuesta, me parece aún más intrigante. El paso del tiempo permite ver las consecuencias de un crimen, y no se manifiestan solo sobre las víctimas o el criminal, sino sobre los más cercanos y los investigadores, que, a pesar de ellos mismos, siguen teniendo cuestiones abiertas, aspiraciones.
–La policía y la Prensa aparecen en el libro. Los dos trabajan para averiguar la verdad...
–Sí y no. Son, desde luego, dos guías que siempre quieren descubrir la verdad. Antes, los periódicos eran los únicos medios de noticias que indagaban en lo que había sucedido, pero con inernet, todos tenemos posibilidad de hacer una investigación. Ya hemos visto cómo hay gente que cuelga fotografías de personas que roban en tiendas, aunque no es legal. Pero ellos documentan eso y lo ponen en la red. Todos somos investigadores natos. Tenemos la curiosidad innata por conocer qué ha sucedido, qué va a pasar.
–¿Eso explica el auge de la novela negra?
–La atracción de la novela negra trabaja con eso. Sus historias y su estructura, el poderoso mecanismo interior que las mueve hace que siempre tengas ganas de saber lo que está pasando. Es algo que se vuelve adictivo. Ese «¿qué ocurre?» es algo instintivo en el hombre, lo tenemos de manera natural. Si vamos a cenar con amigos y le ha ocurrido a uno de ellos algo en la calle, tenemos el reflejo de contarlo y de captar la atención de todo. Y una vez que tienes la historia, lo haces con golpes de efecto, mundo y siguen todo, y los que escuchan lo hacen porque quieren saber.
–¿Es la clave de estos libros?
–Es un juego natural. Todos lo llevamos dentro. El género negro sublima esto, por la estructura y porque cuenta una peripecia. La literatura tiene vocación de contar historias. ¿Por qué la gente se engancha a Net-flix? Por eso, pero las series de televisión no han inventado na-da nuevo. Reproducen los mé-todos de los folletinistas del siglo XIX. Todo eso es ancestral, porque la existencia de los hombres es limitada por lo cotidiano y la muerte. Las historias dan la posibilidad de que el mundo sea más imaginativo.