Eduardo Mendoza: «Tenemos los delincuentes de poca monta que nos merecemos»
De nuevo Barcelona es el escenario elegido por el escritor para albergar su nueva
novela, «El secreto de la modelo extraviada».
Eduardo Mendoza vuelve a la novela de humor y otra vez es Barcelona el escenario elegido para «El secreto de la modelo extraviada», publicada por Seix Barral. El escritor recupera en esta ocasión al detective que encontramos en las páginas de «El misterio de la cripta embrujada», «El laberinto de las aceitunas», «La aventura del tocador de señoras» y «El enredo de la bolsa y la vida». En esta ocasión, este personaje, uno de los más divertidos de la narrativa española contemporánea, recupera un caso cerrado en los años ochenta y trata de resolverlo dos décadas más tarde, algo que le sirve también para bucear en la capital catalana anterior a los Juegos Olímpicos de 1992 y a la actual. Todo ello lo explicó ayer el mismo Mendoza en uno de los escenarios de su nuevo libro: la Pedrera, la famosa casa modernista de Gaudí y hoy convertida en objeto de deseo de numerosos turistas, especialmente nipones.
«Ésta es una novela que transcurre en dos momentos. Por un lado, en una Barcelona preolímpica, que no es todavía la Barcelona que ahora tenemos, donde no había que abrirse paso entre los turistas. Era un momento en el que los personajes, como los de la novela, podían subir a la azotea de la Pedrera y ahí nunca había nadie porque nadie quería vivir en este edificio en el que también había un bingo. Sin embargo, por otro lado, el libro también mira a la Barcelona actual que, sin haber cambiado demasiado, ha pasado a ser un destino turístico», dijo el escritor, quien no ha querido juzgar lo sucedido en este tiempo. «No he querido hacer balance. Tanto el protagonista como Barcelona hacen un viaje juntos. Sería un ejercicio inútil que intentara otra cosa porque las cosas son como son. No hay guiños, ni segundas intenciones. En todo caso, sí hay primeras intenciones porque además de las bellezas turísticas y del calorcito, también tenemos la corrupción».
Sin caricaturas
Eduardo Mendoza tampoco ha querido añorar que cualquier tiempo pasado fue mejor. «No hay nostalgia. Tengo muchos defectos, pero éste no. Si pasó el tiempo es porque no fue mejor. Soy contrario a la nostalgia y hay cosas que se han perdido mientras que otras han evolucionado. De alguna manera, no ha pasado nada malo, tampoco a la ciudad. Aquí no ha habido una epidemia o un terremoto en los últimos años».
En «El secreto de la modelo extraviada», una novela «escrita sin planificación previa» –como admitía– tampoco ha querido Mendoza realizar ni retratos, ni caricaturas. Lo que sí pervive en sus páginas es «esa burguesía que está ahí y pone el disco que hará bailar a los demás y lo hace sin gracia. No sé si tenemos los gobernantes que merecemos, pero sí delincuentes de poca monta. En vez de ingeniería financiera lo que hay es una lampistería financiera». En esta misma línea, cuando fue preguntado por la corrupción, el autor de «La ciudad de los prodigios» o «Riña de gatos» declaró que «estamos viviendo un momento de imputaciones. Lo que hay ahora son situaciones correctivas. En todas partes, en todas las esquinas pasan cosas». Lo que sí declinó es referirse a preguntas de los periodistas, a la situación que se vive actualmente en Cataluña porque «nunca me he pronunciado. Es algo complejo. Es evidente que vivimos un conflicto con tendencias opuestas, pero eso no es decir mucho».
Igualmente rechazó la posibilidad de escribir en el futuro una autobiografía. «Alguna vez dije que cuando dejara de hacer novelas entraría en otra etapa literaria. Pero luego pensé que unas memorias serían un aburrimiento para mí y para el lector. No me ha pasado nada extraordinario. De todas maneras, mis memorias ya están escritas porque hay fragmentos míos en mis novelas. No hay filtros. Todo es fondo de armario. Soy un gamberro por dentro y llevo los tatuajes por dentro, pero por fuera voy vestido con corbata».
Mendoza, recientemente galardonado con el Premio Kafka, también habló de su sentido del humor y que «es distinto del de las novelas. Si supiera cómo es mi sentido del humor no escribiría. Los catalanes tenemos tendencia a mirarnos en nosotros mismos, a reírnos de nosotros mismos». Y, por ello, dio un consejo: no tomarnos la cosa con mucha seriedad.