El cautivo indomable que venció al averno
En Argel, donde estuvo preso, Cervantes presenció el sufrimiento y el horror de cerca. No sería ésta la única vez que pisaría la cárcel el escritor
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En Argel, donde estuvo preso, Cervantes presenció el sufrimiento y el horror de cerca. No sería ésta la única vez que pisaría la cárcel el escritor
Lo mejor siempre se obtiene al precio de grandes y pequeños sufrimientos. Este pudo ser el lema de Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616), el escritor español más universal de todos los tiempos, a juzgar por su azarosa vida que le llevó a componer la gran “biblia de la humanidad” o la primera gran novela del mundo que es Don Quijote de la Mancha, poblada por más de seiscientos personajes. Su protagonista, el ingenioso hidalgo, entró en el léxico de todos los idiomas como sinónimo del idealista a ultranza.
El primer recuerdo de Miguel fue el de ver a su padre, de profesión cirujano mayor, detenido por el alguacil y encarcelado por deudas, dejando a sus hijas Andrea y Luisa, y a sus dos hijos pequeños llorando de hambre. No se sabe cómo el joven Miguel se las ingenió para ir a la escuela. Cabe la posibilidad incluso de que estudiara en la Universidad de Salamanca mientras servía de criado a estudiantes ricos.
Pero su principal escuela fue la propia vida. Aprendió en las calles de la ciudad lo que no está escrito; y en el teatro, donde gastaba el escaso dinero que tenía, asimiló cómo era la vida trocada en arte. Descubrió el auténtico poder del artificio y cómo podía crearse una verdad más grande que la verdad misma.
Con veintidós años viajó a Italia, donde España mantenía guarniciones militares, y se alistó en el ejército. Dos años después, viajaba a bordo de uno de los barcos al mando de don Juan de Austria, hermanastro del rey Felipe II, a punto de entrar en combate contra la poderosa escuadra turca que avanzaba hacia Occidente por el Mediterráneo. Solimán II, sultán de Turquía, quería arrasar la cruz de San Pedro en Roma y sustituirla por la media luna. Fue en Lepanto, cerca de las costas de Grecia, donde se libró la batalla naval más sangrienta hasta entonces. Al producirse el abordaje, Cervantes yacía en la bodega enfermo de paludismo. Subió enseguida a cubierta; instantes después, recibió dos disparos en el pecho mientras un tercero le destrozó el brazo izquierdo. Aún tuvo fuerzas para luchar hasta que la media luna se hundió en un crepúsculo sangriento.
Cuatro años después, en 1575, abandonó Italia de regreso a España. Llevaba consigo una carta de recomendación de don Juan de Austria para el rey, esperanzado en conseguir un buen empleo. Pero de nuevo el sufrimiento salió a su encuentro: asaltado su barco por piratas moros, le llevaron cautivo hasta Argel. Una vez allí, sirvió como esclavo a Dali Mami, cristiano renegado y convertido en corsario. Preso en el averno, presenció todos los horrores inimaginables: vio morir en mazmorras a sus compañeros, asistió a flagelaciones y desuellos, y contempló los cuerpos colgados de los que habían tratado de escapar. Pero aun así, él jamás se arredró. Convertido en sostén y esperanza de sus compañeros, organizó revueltas para recobrar la libertad, pero fue capturado. Sentenciado a muerte, lo salvó su propio valor. Los tiranos moros eran crueles pero admiraban la verdadera valentía; y cuando Cervantes se declaró culpable ante su dueño con actitud desafiante y sin el menor atisbo de miedo, se le perdonó la vida. El jefe pirata guardaba la carta de recomendación y pensaba utilizarla para canjear al prisionero por efectivo. Pero hasta que no se cumplieron cinco años de cautiverio, la familia del preso no pudo reunir el pago del rescate. En 1580 Cervantes besó al fin suelo español, y mostró el testimonio firmado por moros y cristianos en el cual se hacía constar que nunca cautivo alguno se había mantenido tan indomable.
Con el tiempo obtuvo el empleo de recaudador de impuestos, por execrable que le pareciese. Y otra vez el destino aciago le hizo dar con sus huesos en la cárcel. Aun siendo honrado, su escaso dominio de la aritmética le sumió en un tremendo lío de cuentas. Resultó absuelto pero le impusieron una multa de 6.000 reales. Para colmo de males, preocupado por asegurar las contribuciones confiadas a él, las depositó en casa de un banquero sevillano que poco después... ¡se declaró en bancarrota! Cervantes fue a parar de nuevo a la cárcel. Allí aprendió la jerga de los ladrones y escuchó las confesiones de los criminales. A través de las rejas dio rienda suelta a su fantasía mientras el gran libro de su vida, y el de la humanidad entera, iba creciendo en su corazón. Fue así como, inspirado en el sufrimiento, don Miguel alumbró con fórceps su obra inmortal.
EL VUELO DE LA PLUMA
Cuando salió de la cárcel, Cervantes ya estaba listo para dejar volar su bien cortada pluma de ave sobre el pergamino. Había llegado el momento de que el viejo caballero alucinado asomase cabalgando por el horizonte manchego, seguido de su escudero Sancho Panza a lomos de un pollino. A sus cincuenta y ocho años cumplidos, sintiéndose completamente libre por la llanura de la Mancha, tendida en el centro de España como un gran libro abierto, a Cervantes no le importó que los acreedores llamasen a su puerta. Nadie pudo distraerle ya del gran proyecto de su vida.Don Quijote se publicó por primera vez en 1605 y su fama corrió por toda España; luego hubo una segunda parte, mejor incluso que la primera. Traducida a todos los idiomas del mundo civilizado, artistas de la talla de Goya, Hogarth, Doré, Fragonard o Dalí se han sentido orgullos de ilustrar la obra.
@JMZavalaOficial