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El espectáculo sigue en casa

La «cultura digital» ha desbancado a los soportes y modos de reproducción tradicionales, cambiando por completo los hábitos de consumo (del espectáculo de masas al uso doméstico) y obligando a reformular la industria y hasta la noción de cultura
larazon

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Ya no vamos al cine ni a los conciertos. La cultura ha pasado de lo social a lo particular. El auge del mundo digital y las nuevas tecnologías han acabado con los soportes tradicionales como el DVD y las manifestaciones colectivad de la cultura.
En los 90 raro era que usted saliera de casa y no encontrara en un radio de 500 metros una de estas cosas: una iglesia, una escuela, un supermercado, un taller... y un videclub. Hoy le será mucho más complicado dar con este último establecimiento, una especie de reliquia pasajera que entre los 80 y los 90 vivó una edad dorada. El videoclub surgió en los 70 en Estados Unidos y revolucionó por completo el modo de consumir cine, hasta el punto de que su misma propuesta –véalo usted en casa– ha sido su propia fosa y un síntoma de hacia dónde camina la cultura. Igual que el «video acabó con la estrella de radio», internet ha matado al video en todas sus modalidades (VHS, por supuesto, pero también DVD y Blu-Ray) y al tejido industrial que vivía de él: videoclubs, soportes varios y reproductores. El digital nos ahorra un paso más: ya no es necesario bajar al videoclub o a la tienda de DVD. El espectáculo está en casa.

- El DVD, en defunción

El último anuario de la Fundación SGAE apuntala la defunción del DVD, los formatos de reproducción y los canales tradicionales de acceso a la cultura en la misma semana en que Netflix –la gran plataforma estadounidense de contenidos digitales, una especie de videoclub gigante a golpe de «clic»– llega a España. Algunos datos del sector videográfico: en 2009 el alquiler y venta de DVD recaudó 125.457 millones euros, mientras que en 2014 sólo 65.300 (la caída sería dramática se echaramos la vista aún más atrás); en 2005, se editaban 4.382 títulos videográficos frente a los 1.419 del año pasado; finalmente, el porcentaje de hogares con reproductor DVD ha caído del 78,8% al 67,1%.
En perspectiva, el DVD, que hasta hace poco aún parecía «lo más», ha pasado a ser un viejo prematuro, a un tris de la defunción. Internet es el único (no) soporte boyante hoy en día. Y la aparición del «zoco» digital fue, precisamente, el primer toque de atención para los entrañables videoclubs de antaño. La llegada de Napster y todas sus variantes a principios de los 2000 ya dejaba claro que nada iba a ser lo mismo. La última década no ha hecho sino refrendarlo, espoleado casi siempre por la «piratería» y la promesa del acceso universal a la cultura.
En 2004, la popular cadena de alquiler y venta de video Blockbuster estaba en la cresta de la ola. Pero en menos de 10 años se ha declarado en bancarrota y ha echado el cierre. Al igual que este Leviathan, los negocios de barrio han ido cayendo uno a uno. En estos diez años, 9.000 videoclubs han cerrado en España; hoy en día sólo sobreviven 1.000. El camino de la especialización o la venta y alquiler como servicio complementario de otra actividad (una cafetería, por ejemplo) es la única manera de mantenerse en pie en un gran mercado que se ha quedado, literal y símbolicamente, sin soportes. La propia industria del cine, que hace no tanto tenía un buen negocio en la edición y venta de DVD, ha renunciado a sacar tajada de ello. Un ejemplo: en 2009 se editaron 1.160 títulos en España, con un total de 14 millones de unidades y 96 millones en ventas; en 2014, el número de títulos editados se reduce a 419, con sólo 6 millones de unidades y apenas 40 millones de recaudación. ¿Para qué atiborrar el mercado de DVD cuando está disponible antes en internet de forma más fácil, rápida, cómoda y barata? Los contenidos extra o los «pacs» conmemorativos son el único valor añadido.
El imperio digital ha adelgazado, minimizado, los intermediarios. Lo que genéricamente se conoce como industria cultural está en plena reformulación. Y eso afecta a todos los ámbitos, agravado por la crisis. La cultura ahora se disfruta en soledad: menos asistencia a cines o salas de concierto, menos espectáculos en directo; y, en cambio, un consumo claramente ascendente de cultura a golpe de clic. Los soportes también han entrado en crisis. Por primera vez, advierten desde la SGAE, la música en digital ha alcanzado a la reproducción de música en nuestro país. ¿Cómo afecta todo ello a la Cultura con mayúsculas, es decir, al modo en que una sociedad digiere y canaliza ese legado? Para el sociólogo Toni Ariño, catedrático del ramo en la Universidad de Valencia, «en la cultura hemos pasado de lo público a lo doméstico y de lo doméstico a lo personal. La comunicación móvil y las nuevas tecnologías lo han propiciado».

- Cultura «personal»

El uso «personal» de la cultura implica cambios de percepción. Hay quien cree que, como tal, como gran foro público, está en vías de extinción; sólo sobrevivirá el ocio y el espectáculo. Ariño no comulga con esa visión apocalíptica: «Las nuevas tecnologías han facilitado la democratización del acceso a la cultura como antes sólo había pasado con la reproducción del libro. Pero lo que siempre ha sucedido es que se difunda, en general, lo que tiene mas interés para la mayoría. Eso puede suponer una degradacion de los gustos culturales de la minoría. No hay que olvidar, por ejemplo, que en el siglo XVI había una literatura predominante de cordel como hoy la hegemonía es de los productos ‘‘mainstream’’, pero eso no significa que se cierre las puertas a una poblacion importante que tiene acceso a todo lo minoritario, como por ejemplo la música clásica o la ópera. Ahora las combinaciones de gustos son inconmesurables».