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El pacto entre Hitler y Stalin que dividió el comunismo internacional

Se cumplen 80 años del tratado de no agresión entre la URSS y la Alemania nazi, más conocido como el pacto Ribbentrop-Mólotov
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Se cumplen 80 años del tratado de no agresión entre la URSS y la Alemania nazi, más conocido como el pacto Ribbentrop-Mólotov
El 23 de agosto de 1939, unas semanas antes de que comenzara la Segunda Guerra Mundial, se firmó uno de los documentos más controvertidos de la diplomacia internacional de los años treinta. Una rúbrica que años después todavía despertaría controversia y que hoy en día sigue siendo el centro de agrias disputas debido al revisionismo de Vladimir Putin. En la Francia de la posguerra, en medio del debate sobre la implicación de los hombres con la Historia que les había tocado vivir, cuestión en la que participarían de manera beligerante, pero con visiones distintas, intelectuales como Albert Camus y Jean-Paul Sartre, salía a relucir la antigua querella de la alianza entre Berlín y Moscú o, lo que es lo mismo, entre Hitler y Stalin.
A partir de 1945, los sucesivos viajes a la URSS de escritores, artistas y filósofos, además de las publicaciones y testimonios de los disidentes, comenzaban a dar noticia de en qué se había convertido el paraíso socialista, según algunos, la última utopía de la humanidad. Pero los gulag, las hambrunas, la pobreza, la represión, el silencio generalizado, el miedo, las delaciones y las torturas habían convertido aquella aplicación práctica y, en más de un punto, desvirtuada, del marxismo en un cenagal sin salida. Con la Guerra Fría, ya muchos militantes comunistas, ante la fuerza que imponía la realidad, habían comenzado a abandonar las filas de su credo político (justo al contrario de lo que hacía Sartre, que empezó a aproximarse hacia él). Entre los argumentos que esgrimían para justificar su evolución política, aparte de los cadáveres que iban amontonándose en los campos de concentración rusos y la falta de libertad, para muchos pensadores, un derecho incuestionable, estaba el pacto Ribbentrop-Mólotov, una alianza antinatural entre el nazismo y el estalinismo, los dos principales totalitarismos del siglo XX.
Hitler sostenía una curiosa idea de su adversario soviético: «Stalin es una de las figuras más extraordinarias de la historia mundial. Empezó como un pequeño funcionario y no ha dejado de serlo nunca. Stalin no debe nada a la retórica. Gobierna desde su despacho gracias a una burocracia que le obedece sin rechistar». Entre los dos hombres se originó una extraña alianza auspiciada por intereses mutuos. Para el austriaco era imprescindible evitar una confrontación con la URSS y evitar así tener dos frente abiertos: el occidental, con Francia y después Inglaterra, y el oriental. Para los rusos resultaba una oportunidad para anexionarse parte de Polonia, ampliar su influencia en los países bálticos y mantener la paz con el principal demonio europeo y, probablemente, el hombre que más temía el líder soviético.
El acuerdo se selló en Moscú, en presencia de los respectivos ministros de Asuntos Exteriores de las dos potencias, Joachim von Ribbentrop y Viacheslav Mólotov. Era como si el diablo hubiera pactado consigo mismo. Bajo la cobertura de ese compromiso, las dos naciones invadieron Polonia y se la repartieron (Hitler continuaba así con su política de espacio vital para los alemanes). Y, con ese pretexto, y de espaldas al mundo, se producía la matanza de Katyn, cuando Beri, al frente de la NKVD y con permiso de Stalin, ordenó asesinar a toda la oficialía polaca, alrededor de 21.000 personas (el Tribunal de los Derechos Humanos acusó hace tan solo unos años a Putin por obstaculizar o poner trabas a las investigaciones alrededor de este crimen y evitar así una condena internacional de este suceso).
Pero este compromiso iba más allá de una simple declaración de respeto mutuo. Los dos países colaboraron estrechamente el uno con el otro para obtener materias primas para sus intereses y, según se ha revelado recientemente, también compartieron avances científicos, sobre todo, en el área militar. Para muchos militantes comunistas este vínculo supuso una cuchillada por la espalda. Una traición a los ideales que defendían y a su compromiso antifascista, que venían defendiendo en la Guerra Civil española. Algunos comenzaban a ver a Stalin como el hombre que estaba abandonando la senda que había trazado Lenin. Trotsky lo criticó y muchos otros líderes políticos de izquierda apenas podían creer que la URSS aceptara entrar en negociaciones con la Alemania del Tercer Reich. Pero la línea oficial del partido, muy arraigada en otras naciones y con una capacidad enorme para influir en sus miembros, obviaron la inconsistencia del tratado y la contradicción que suponía.
La aparición, hace relativamente poco, del documento oficial, permite comprobar la implicación directa de Stalin en este suceso. Se ha intentado justificar su decisión como una hábil estrategia para ganar tiempo, rearmarse y afrontar el nazismo en su debido momento, ya que en ese momento el ejército soviético no estaba preparado. Pero lo cierto es que el 22 de junio de 1941, cuando comenzó la Operación Barbarroja, la wehrmacht invadió la URSS y el tratado se convirtió en agua mojada, Stalin se quedó de piedra y apenas podía creerse las noticias que le daban sus colaboradores. Los testigos aseguran que fue el único momento en que pareció quedarse helado y sin saber cómo reaccionar. Hitler le había sorprendido. Si la URSS estuviera pensando en rearmarse, jamás hubiera permitido la hambruna de Ucrania (que hizo que miles de ciudadanos abrazaran la llegada del ejército alemán) ni habría depurado los mandos como lo hizo -dos razones que explican también el rápido avance de Alemania en su territorio-. En el actual renacimiento del nacionalismo ruso, Putin intenta lavar la imagen de Stalin y presentarlo como un gran líder contra la Alemania nazi. Pero el pacto Ribbentrop-Mólotov y los hechos que se derivan de su estudio parecen contradecir las versiones oficiales y muestran lo que en realidad fue: un tremendo y fatal error.

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