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El precio final: 200.000 francos

Es la cantidad que percibió Picasso por el lienzo: 150.000, según la carta que le envía Max Aub al entonces embajador español en París, Araquistáin, más un adelanto de otros 50.000
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  • Víctor Fernández está en LA RAZÓN desde que publicó su primer artículo en diciembre de 1999. Periodista cultural y otras cosas en forma de libro, como comisario de exposiciones o editor de Lorca, Dalí, Pla, Machado o Hernández.

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Es la cantidad que percibió Picasso por el lienzo: 150.000, según la carta que le envía Max Aub al entonces embajador español en París, Araquistáin, más un adelanto de otros 50.000
¿Cuánto cuesta un símbolo? ¿Qué precio se le puede poner a uno de los cuadros más importantes del siglo XX, por no decir el más importante de este periodo histórico? Es difícil calcularlo porque hablamos de una obra maestra a la que el adjetivo que mejor cuadra para hablar de su cotización es «incalculable». Pero, a pesar de estas reservas, podemos aproximarnos al valor del «Guernica», al menos a lo que pagó por el cuadro el Gobierno de la Segunda República. No es un dato menor porque esta documentación es la que permitió que el lienzo, el último exiliado del franquismo, llegara por fin a España el 10 de septiembre de 1981, un gesto que, como dijo aquel día Javier Tusell, que era director general de Bellas Artes, significaba «el final de la Transición».
Esta historia arranca en un piso en el número 7 de la parisina Rue des Grands-Augustins, el mismo inmueble en el que Balzac había situado su texto «La obra maestra desconocida», y donde tenía su taller en 1937 Pablo Picasso. El pintor era en ese momento un nombre consagrado, el gran fenómeno artístico de su tiempo, un creador total capaz de influir en los jóvenes artistas y en las corrientes del momento. Vivía en París, donde hizo la mayor parte de su carrera creativa, aunque en alguna ocasión regresaba a España, especialmente a Barcelona donde vivían su madre y su hermana. Pese a la distancia, el Gobierno del Frente Popular, surgido de las últimas elecciones, lo había nombrado simbólicamente director del Museo del Prado, cargo que no llegaría a ocupar a consecuencia del estallido de la Guerra Civil.

Una serie de 1937

Una de las primeras muestras que dio de su frontal rechazo al golpe de Estado y de su apoyo a la República la hallamos en las dos planchas tituladas «Sueño y mentira de Franco», una serie de viñetas realizadas en su mayor parte entre el 8 y el 9 de enero de 1937. Por su parte, la República deseaba mostrar sus padecimientos y encontró uno de los mejores escaparates para ello en la Exposición Internacional de Artes y Técnicas en la Vida Moderna que en aquel momento se estaba preparando en París. Al frente del pabellón español figuraba como comisario José Gaos, además del embajador español en la capital gala, Luis Araquistáin. El objetivo de ambos no era sino contar con las figuras más importantes del arte español del momento, desde Josep Lluís, que fue elegido arquitecto del pabellón, a Joan Miró, Alberto Sánchez y Luis Buñuel. Para ellos es imprescindible la presencia del más grande de todos, Picasso, que aceptará el encargo de realizar una gran obra. El tema lo acabará encontrando en el feroz y destructor bombardeo que la aviación alemana realiza sobre Guernica el 26 de abril de 1937. El pintor rechaza cualquier pago. Quiere hacer una donación de su trabajo, pero el Gobierno entiende que «Guernica» debe ser una adquisición, debe existir alguna contraprestación económica. Es José Gaos quien encuentra la fórmula adecuada para que todas las partes estén de acuerdo. Era necesario solucionar un problema que se formaliza en un documento titulado «Presupuesto de la participación de España en la Exposición de París desde el 21 de mayo» y por el que podemos saber, por ejemplo, que la escultura de Alberto –cuya réplica se encuentra hoy a las puertas del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía– costó 18.000 francos, que la instalación eléctrica ascendió a 94.500 mientras que el mapa luminoso se elevó hasta los 100.000. En el apartado de esculturas y pintura mural de Picasso se anotó un interrogante. Era necesario buscar una solución y Gaos fue quien la resolvió de manera convincente. Lo demuestra una carta que éste envió el 3 de junio de 1937 al presidente Juan Negrín y en la que dice que aparece «un interrogante en la partida de las esculturas y pintura mural de Picasso. Éste se puso a nuestra disposición sin condiciones, pero las personas de quienes me aconsejé, el embajador entre ellas, y mis colaboradores, convinimos en que era forzoso, para asegurar su colaboración, hacerle unos anticipos, de cierta consideración, que han sido los 50.000 Frs. que figuran en el detalle de los gastos hechos hasta el 21 de mayo», se puede leer.
En la misma misiva Gaos aconseja a Negrín que «la pintura mural hecha expresamente para nuestro pabellón debe ser adquirida por el Estado y por lo tanto toca fijar en qué cantidad considere conveniente completar, co-mo precio de esta adquisición, los 50.000 Frs. que se le han adelantado, teniendo presente que hasta ahora tampoco se han reembolsado especialmente a Picasso los gastos considerables de ejecución de esta pintura y sobre todo de las cuatro esculturas hechas también expresamente para el pabellón».
Unos días más tarde, el 28 de mayo, el Gobierno de la República realizó un nuevo pago. No existen recibos por ninguna de las dos partes, pero sí una carta del escritor Max Aub que aclara una parte de esta historia. El autor de «La gallina ciega» se dirige al embajador Araquistáin para informarle de una gestión llevada a cabo con Picasso: «Querido Don Luis: Le he esperado a usted hasta el mediodía, pero me dice Berdejo que tardará Ud. todavía en regresar del Quai d’Orsay. Así, le pongo estas líneas precipitadamente, pues, como convinimos ayer, tomo el tren a las dos de la tarde para Bruselas. Esta mañana llegué a un acuerdo con Picasso. A pesar de la resistencia de nuestro amigo a aceptar subvención alguna de la Embajada por la realización del ‘‘Guernica’’, ya que hace donación de este cuadro a la República española, he insistido reiteradamente en transmitirle el deseo del Gobierno de reembolsarle, al menos, los gastos en que ha incurrido en su obra. He podido convencerle, y de esta suerte le he extendido un cheque por valor de 150.000 francos franceses, por los que me ha firmado el correspondiente recibo. Aunque esta suma tiene, más bien, un carácter simbólico, dado el valor inapreciable del lienzo en cuestión, representa, no obstante, prácticamente una adquisición del mismo por parte de la República. Estimo que esta fórmula era la más conveniente para reivindicar el derecho de propiedad del citado cuadro. A mi vuelta de Bruselas, el lunes próximo, le entregaré a usted personalmente el precipitado recibo, que mientras tanto he depositado en la caja fuerte de la Embajada. Picasso desea que visitemos su taller en la rue des Grands-Augustins, para cenar después con él. Hasta pronto, suyo, Max Aub».

Un recibo perdido

El recibo citado sería recogido por Araquistáin, pero se perdería para siempre, al igual que otra documentación importante del Gobierno republicano durante el bombardeo que las tropas sublevadas llevan a cabo en Figueras. Pese a la ausencia de este papel firmado por Picasso, la carta de Aub se convierte en el mejor testimonio de los pagos recibidos por pintar el «Guernica». El cuadro, tras el final de la guerra, pasó a manos de Picasso, depositario del mismo. El pintor consideró que el mejor lugar en el que se podía guardar la tela, tras un largo peregrinar por Europa y Estados Unidos, era el Museum of Modern Art (MoMA) de Nueva York. Mientras, los dirigentes de la derrotada República sabían que a ellos pertenecía legalmente la inmensa obra, aunque no hubiera recibo. Un buen ejemplo de ello es la carta del dirigente socialista Julio Álvarez del Vayo a Araquistáin con fecha de 10 de enero de 1953: «Como usted recordará seguramente, el día en que Negrín decidió la precipitada evacuación de Barcelona de nuestro Gobierno (23 de enero de 1939) me encontraba yo en Ginebra en una reunión de la Sociedad de Naciones. Así, que me fue materialmente imposible personarme en esa ciudad en aquellos trágicos momentos para ocuparme del traslado de todos los archivos del Ministerio de Estado, y recoger asimismo mis efectos personales y los de Luis en nuestra casa de la Bonanova. Pero, como digo en mi certificación, y pese a los denodados esfuerzos que desplegó el personal de ese Ministerio por salvar esos archivos, la mayor parte de ellos acabaron por perderse o destruirse en el caos y desbandada general de Figueras. (...) Entre estos papeles se encontraba –como indico en mi certificación– el recibo de Picasso. De todos modos, no dudo, ni por un momento, que este amigo, si algún día recuperamos la República, ratificará la donación que hiciera del “Guernica” al Gobierno republicano».
«La llegada de «El último exiliado».Los papeles del diplomático Luis Araquistáin fueron la base sobre la que el Gobierno de Adolfo Suárez pudo negociar con los herederos del pintor y con el MoMA de Nueva York para lograr que «el último exiliado», como se conocía a la tela, volviera a España. Fue en 1981 cuando la obra finalmente se instaló en España. Su primera residencia fue el Casón del Buen Retiro

Finki y los papeles de Ginebra

La localización de los papeles personales de Luis Araquistáin resultaron fundamentales para permitir que el «Guernica» se instalara definitivamente en España. El hallazgo de estos documentos se debe a Rafael Fernández-Quintanilla, un diplomático al que el primer gobierno de la democracia encargó la negociación para que la tela de Picasso llegará por fin a España. Fernández-Quintanilla pudo dar con todo este fondo en Ginebra, guardado por el hijo de Araquistáin. El Estado pudo hacerse con él, pese a las elevadas y en ocasiones estrambóticas pretensiones económicas de Finki, el hijo del que fuera embajador de España en Francia en el momento en el que Picasso trabajaba en la gran tela.