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El Thyssen encumbra el arte de Balenciaga

El museo madrileño inaugura una muestra que explora la profunda influencia de Goya, Velázquez, El Greco y Zuloaga, entre otros, en el estilo del maestro de la alta costura
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Balenciaga dio solo dos entrevistas en su vida. Una fue a la revista “Paris Match”, en 1968, y la anécdota que en ella cuenta el modista es ya muy conocida: de niño conoció en Guetaria a la marquesa de Casa Torres, a la que veía y admiraba por su elegancia en la misa de domingo. Cuando tenía 12 años le pidió a “la amable dama”, en sus palabras, que le dejara realizarle un vestido. El domingo siguiente la marquesa asistió a misa con el primero de muchos Balenciagas que el llamado padre de la alta costura crearía para ella, que fue su mecenas, además de para su hija y sus nietas. Pero detrás de esa historia se encuentra otra menos conocida aunque igualmente decisiva para el desarrollo de la carrera del modisto de Guetaria: la de las obras de arte que el marqués de Casa Torres coleccionaba, que el niño Balenciaga conoció en el palacio de Vista Ona y que delinearon su estilo, su paleta y su modo de crear.
El impresionante “San Sebastián”, de El Greco, o “Cabeza de apóstol”, de Velázquez, fueron dos de esos lienzos que lo marcaron de pequeño. "Desde su más tierna infancia estuvo vinculado al arte y el arte lo transformó”, afirma Eloy Martínez de la Pera, comisario de la exposición que hoy inaugura el Thyssen y en la que se explora esa relación entre la pintura de los grandes maestros españoles y el modista más importante que ha dado el país. Cedidos por el Museo del Prado, tanto el cuadro de Velázquez como el de El Greco pueden verse en la muestra junto con otras 55 obras y 90 piezas de indumentaria creadas por Balenciaga.
Para el comisario, la gran lección de la exposición debe ser que la moda siempre ha estado presente en el arte y en los museos. Y sí, la relación entre ambas se vuelve indiscutible al pasearse por las salas de esta exposición, en la que los colores de la “Anunciación” o “El Salvador”, de El Greco, saltan a los tafetanes de vestidos en verde, fucsia, amarillo o azul turquesa. En todo caso, si la élite artística o intelectual considera que el diseño de moda no tiene cabida en los museos, está claro que el público no comulga con su opinión. Es la conclusión inevitable si consideramos que la exposición más vista en la historia del Museo Metropolitano de Nueva York es “Heavenly Bodies”, que explora la relación entre arte y religión. 1.659.647 personas la visitaron en los cinco meses que estuvo abierta al público.
De hecho, en las muestras anuales que el museo neoyorquino dedica a la moda casi nunca falta un Balenciaga. Fue el caso de “Heavenly Bodies”, en la que se expuso un vestido de novia de 1965 del modisto español que Martínez de la Pera quiso traer también para el Thyssen, aunque sin éxito. Tras cuatro meses en el Met Cloisters, el diseño se encontraba en un estado demasiado delicado como para viajar y volver a exponerse. Es el único que el comisario no logró traer. Los otros noventa han llegado de Guetaria, Barcelona y del Museo del Traje, aunque muchos pertenecen a colecciones privadas, como las de Hamish Bowles y Dominique Sirop, con lo cual no se han expuesto nunca o casi nunca.
"Lo que nos va a demostrar esta exposición es que Balenciaga tenía un proceso creativo muy cercano al del artista: realizaba una reflexión, tenía una base conceptual, elegía una tela como un pintor elige el lienzo, trabajaba mano a mano con los artesanos... Por lo tanto, no van a ver 55 obras de arte y 90 vestidos de Balenciaga, sino 145 obras de arte”, asegura el comisario.
El recorrido por las salas parte de esos lienzos que tanto impactaron a Balenciaga en la casa de los marqueses de Casa Torres, en Guetaria, donde pasó mucho tiempo acompañando a su madre, que era una de las costureras de la marquesa. De ahí, siempre de manera cronológica, la exposición presenta la influencia de El Greco en la paleta del modisto y la manera en que sus vestidos emulan los volúmenes, texturas y bordados de la pintura española de corte. El retrato de Isabel de Borbón de Rodrigo de Villandrando, por ejemplo, es una clara inspiración para un vestido de novia de 1957 realizado en chantung de seda bordado con hilos de plata. Los estampados de flores y la riqueza ornamental de vestidos bordados o adornados con abalorios, por su parte, casi se mimetizan con los bodegones de Juan de Arellano, Gabriel de la Corte o Benito Espinós.
El negro es otro de los hilos que conducen la muestra. El color extraído del palo de campeche, que puso de moda la corte de Felipe II y que convirtió a España en sinónimo de elegancia y poder, estuvo presente en muchas de las colecciones de Balenciaga, lo mismo que en la muestra: varios vestidos de noche completamente negros acompañan los retratos de Doña Juana de Austria, de Alonso Sánchez Coello, y el de Isabel de Valois, de Juan Pantoja de la Cruz.
La muestra explora igualmente la relación entre la vestimenta de las santas mártires de Zurbarán y los volúmenes y texturas que en la industria de la moda se asocian inmediatamente a Balenciaga. A partir de 1939, ya instalado en París, la influencia del imaginario goyesco es evidente en su trabajo, no solo por los vestidos, como el de “La reina María Luisa con tontillo”, sino por su manejo del color.
En realidad, toda la indumentaria típica española formó parte de su imaginario creativo, ya se tratara de toreras o capelinas tomadas del universo taurino o un vestido de tafetán con tiras bordadas de algodón que repite la silueta de “La bailaora Josefa Vargas”, de Antonio María Esquivel. El cierre lo pone un vestido rojo de noche de 1952, prestado para la muestra por una clienta vasca de Balenciaga, que conforma un dúo perfecto junto al “Retrato de María del Rosario de Silva y Gurtubay, duquesa de Alba”, de Zuloaga.

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