«El tratamiento»: Cada uno, su película
Pablo Remón. Pablo Remón. Ana Alonso, Francesco Carril, Bárbara Lennie, Francisco Reyes y Emilio Tomé.
El Pavón Teatro Kamikaze. Del 14 de marzo al 8 de abril de 2018.
Pablo Remón rinde un bonito homenaje, no exento de aguda parodia, al oficio del escritor cinematográfico y, de forma más general, al esforzado trabajo repleto de sinsabores de cualquier creador de ficciones que sueña, simplemente y ante todo, con que sus obras puedan ver algún día la luz. La función, tremendamente divertida, y muy tierna en ocasiones, se levanta como una curiosa amalgama de historias fragmentarias que conforman un todo compacto, de estructura compleja y desarrollo cambiante, que, no obstante, se presenta ante los ojos del espectador con una claridad pasmosa. Y no puede uno, en primer lugar, sino quitarse el sombrero ante ese preciosismo formal que brilla de forma tan intensa, paradójicamente, por su sencillez. Con cinco actores de formación y características muy diferentes, pero maravillosamente resolutivos todos en ese extraño código de comedia de irrealidad en el que está escrita la obra, el director cuenta las tribulaciones de un guionista poco exitoso, y algo desnortado vitalmente, que imparte talleres y escribe anuncios para subsistir y que ve la posibilidad de que una película escrita por él sobre la Guerra Civil pueda por fin rodarse. Y lo cuenta, sobre el escenario, cogiendo y desechando sin complejos todo cuanto hay que coger y desechar para conseguir, exclusivamente, que la historia enganche y se entienda bien. Esa es la dirección inteligente: la que pone los mejores recursos, sean cuales fueren, al servicio de la historia; no de un capricho personal. Coexistiendo con algunas escenas y diálogos que podríamos llamar de factura convencional, encontramos actores que entran y salen de forma tajante en sus personajes para dar velocidad al desarrollo, micrófonos que se pasan de mano en mano y se usan sin reparo alguno para romper la cuarta pared y contextualizar la acción, transiciones que se acortan con drásticos fundidos para buscar continuidad en la narración, cambios de vestuario en escena, saltos de tiempo y de espacio, solapamiento de planos... En fin..., hay de todo y todo se entiende a la perfección; nada despista. Porque la forma, como debe ser, está al servicio del fondo; y en la obra, desde luego, hay mucho fondo. Hay una mordaz crítica a la industria cinematográfica, al impostado lenguaje de las telepromociones, a la relativa utilidad de los talleres de escritura, a la excentricidad de ciertos creadores...; y hay una interesantísima reflexión, tan metafísica como poética, sobre el papel que juega la construcción de ficciones en nuestras vidas; sobre cómo todos, seamos escritores o no, necesitamos echar mano de esa ficción para tender un puente, que dé estabilidad a nuestra existencia, entre un virtual futuro cincelado de deseos y un pasado rotundo en el que, no obstante, seguimos siempre modelando recuerdos. Somos, en definitiva, pura ficción.