Lledó: La lucidez y sabiduría de un filósofo
E. Lledó / Comunicación y Humanidades
Con todos los ojos del Campoamor puestos sobre su figura, Emilio Lledó tomó la palabra para hablar de «una experiencia incesante, la vida», palabras con las que el galardonado por el Premio de Comunicación y Humanidades dio inicio a su discurso de agradecimiento, en consonancia con la palabras del Rey Don Felipe, que le emplazó a mostrar su «lucidez y sabiduría». Con éstas, el filósofo español hizo referencia a los primeros pensadores, los que iniciaron el «asombro» y empezaron a «especular y a teorizar» sobre los elementos –a los que llamaron «stoijeia»– que desde el primer día han rodeado al hombre, los principios fundamentales de la vida: agua, aire, y tierra. Tres pilares que pronto se verían acompañados por otro trío de elementos que moverían el ímpetu de las personas desde tiempos remotos y que su necesidad se haría tan palpable como la de los anteriores. Estos eran la «verdad», el «bien» y la «belleza». La unión de todos ellos llevaría a un horizonte ideal de la vida humana,–explicó Lledó–: las humanidades. Básicas para el hombre que mantenía espectante a la grada, «las necesitamos para hacernos quiénes somos, para saber qué somos y, sobre todo, para no cegarnos en lo que queremos». Punto que dio pie al filósofo para hablar de la verdad, «fundadora de la convivencia» e idilio de un cielo humanístico lleno de nubarrones violentos: «Basta abrir los periódicos o escuchar las noticias. Y esa oscuridad nos lleva a pensar si esa prodigiosa invención de las humanidades no se nos ha deteriorado y si, a pesar de los indudables progresos reales, el género humano no ha logrado superar la ignorancia y su inevitable compañía, la violencia, la crueldad. El ‘‘género humano’’, esa trivializada expresión, convertida en ‘‘desgénero humano’’, en una generación», continuó. De la misma manera, habló del bien y la belleza, hasta que en una segunda parte del discurso se centró en la educación, la «paideía», responsable de todas nuestras medidas. «Estoy convencido de que los maestros, los profesores, son conscientes de ese privilegio de la comunicación, de esa forma suprema de humanidades. Ese anhelo de superación, de cultura, de cultivo y, tal vez, la empresa más necesaria en una colectividad, en una polis y en su memoria».