El Teatro Real, en el corredor de la muerte: «Dead Man Walking»
La ópera de Jake Haggie, que se estrenó en 2000 en Estados Unidos, llega al coliseo el día 26 con las voces principales de la mezzo Joyce Di Donato y del barítono Michael Mayes
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La ópera de Jake Haggie, que se estrenó en 2000 en Estados Unidos, llega al coliseo el día 26 con las voces principales de la mezzo Joyce Di Donato y del barítono Michael Mayes.
Ahí va el hombre muerto» es una expresión que se utiliza en el argot carcelario para referirse a los condenados a muerte. La monja católica Helen Prejean la hizo suya para dar título a su libro «Dead Man Walking» (publicado en 1995), un texto en el que recogía sus experiencias como consejera espiritual de varios condenados a la pena capital, y en él se basó el compositor Jake Heggie para poner en pie su primera ópera junto al autor del libreto, Terrence McNally; una criatura que este año cumplirá la mayoría de edad, pues se estrenó en 2000 y que el día 26 llega al Teatro Real como uno de los títulos de referencia de la temporada, una obra que va más allá del tema de la pena de muerte y que trata de profundizar en un asunto tan complejo como la redención. Helen Prejean es la mezzo Joyce Di Donato y el preso condenado por un crimen monstruoso es el barítono Michael Mayes. En el foso estará Mark Wigglesworth y la dirección de escena lleva la firma de Leonard Foglia. Junto a ellos se escucharán las voces de Maria Zifchak, Measha Brueggergosman, Damián del Castillo, Roger Padullés, María Hinojosa, Toni Marsol y Marta de Castro, entre otros artistas. Di Donato y Meyes son norteamericanos; ella es una de las grandísimas voces del momento y de las más queridas (Warner acaba de editar «Great Scott», ópera estrenada en 2015 y escrita expresamente por Jake Heggie para ella); él posee una inusual carga emocional capaz de transmitir a su personaje. «Interpreté el papel por vez primera en Nueva York en 2002, fue el momento de mi debut y nada mejor que hacerlo con un papel tan tremendo y poderoso. Después lo canté en 2010, en Houston», explica esta mujer de vivísimos ojos nacida en Kansas. Para la mezzo, la hermana Prejean es un ejemplo, «una mujer que destila una fuerza increíble, un amor que la rebosa y que es capaz de poner en práctica con aquellos que no tiene recursos, con los que ven la muerte de frente, con los desposeídos. Es fuerte y al tiempo vulnerable y no le falta sentido del humor, lo que me aproxima a ella», explica. Cuando debutó en el papel no conocía a la religiosa, aunque había leído su libro: «Conocerla tras el estreno es algo que no olvidaré, pues me impresionó sobremanera y me ha marcado en muchos aspectos», asegura. Totalmente en contra de la pena de muerte, Di Donato ha conocido el tema más en profundidad tras meterse en al piel de Prejean, algo similar a lo que le sucedió a Michael Mayes, un hombretón que da abrazos de oso y lleva el cuerpo tatuado. Podría pasar por carne de presidio perfectamente. Nada más alejado de la realidad. Su aspecto duro, intimidatorio quizá, se viene abajo cuando habla de Madrid, una ciudad que pateó en sus años de estudiante y que adora. «Volver ahora ha sido como regresar a casa. Nunca había trabajado en Europa ni en este teatro pero me siento en familia, y mira que me lo habían advertido otros compañeros... No exageraban: es como estar cerca del cielo», comenta Mayes con un tono dulce. Cuando está lejos de su Colorado natal siente irremediablemente la necesidad de volver; sin embargo en esta ocasión es distinto para él: «Por primera vez en mi vida, y es cierto, no añoro mi casa, no siento esa necesidad imperiosa de regresar a las montañas», se sincera.
Un tipo aterrador
Cuando construye un personaje dice que los crea y los deja que avancen por el escenario mientras él se aparta. ¿Fue más difícil cederle su alma a un personaje tan detestable como De Rocher? «Era una propuesta arriesgada, pues es un tipo aterrador de enorme fortaleza capaz de robarte tu espíritu y conseguir que toda la ira, la depresión, el miedo y la ansiedad que lleva dentro formen parte de tu vida. La primera vez que lo invité a entrar fue una experiencia demoledora. Me ha cambiado, me tiró al suelo, me noqueó, fue como vivir un terremoto dentro de mí y aún conservo en mi interior las cicatrices que me ha dejado. Mi vida se empezó a desmoronar, hizo que me planteara muchas cosas y todo el volcán internó que sentí no me hizo sino bien. Me convertí en un hombre nuevo. Y creo que mejorado», explica. Al hacer suyos los ojos del preso dice que fue capaz de ver a esos otros apestados por la sociedad, gente que está en los márgenes a los que deseamos lejos de nuestras vidas para no tenerlos que mirar cara a cara. Josep De Rocher empezó, relata el artista, a mostrarle su lado más humano, por imposible que esto nos pueda parecer, «y al hacerlo, no solo pude perdonarlo, sino que comencé a practicar el perdón de una manera que antes era incapaz de entender y poner en práctica. Y finalmente pude perdonarme a mí mismo, que es el perdón más difícil de conseguir», explica con una aplastante naturalidad. La vida no ha sido fácil para Mayes, hoy un cantante reverenciado pero que sabe lo que es estar en el límite pues él mismo explica que no tuvo que acudir a libros o realizar investigaciones en bibliotecas para saber qué pasa por la mente de un condenado. Él vivió lo que llama «el efecto Joseph» en primera persona: «Crecí con muchos Joseph de Rocher cerca de mí: en la escuela, en las reuniones familiares, en los partidos de fútbol me topé con tipos que podrían haber sido perfectos para el casting. El asunto no me era ajeno, aunque, confieso que la primera y mayor barrera que tuve que vencer era tratar de sentir compasión por alguien que me recordaba a tipos con los que me había topado y que no me traían buenos recuerdos. ¿Cómo empatizar con él, con ellos? Tenía que traer el pasado al presente y eso me resultó duro. Vi la vida de Joseph repetida una y otra vez en Cut and Shoot, en Texas (la ciudad en la que me crié). El camino hacia esa comprensión fue realmente arduo, pero conseguí que el monstruo se revelara como humano», señala.
Di Donato asiente. A ella no le es ajeno tampoco el argumento de la ópera de Haggie: «Los dos últimos años he trabajado en la prisión de Sing Sing ern Nueva York, codo con codo con los presos. Conectar con ellos a a través de la música ha sido una experiencia única. Me he dado cuenta de lo importante que es la rehabilitación». ¿Serviría como consejera espiritual? «No sé si podría hacer esa labor en el corredor de la muerte, pero de lo que no tengo ninguna duda es de que se puede tratar de llegar a la gente a través de la música. Y ayudarles a cambiar su vida», comenta. Le preguntamos por el caso de De Rocher, un tipo malvado y antipático, y ella delega en el público el poder empatizar o no con él, el verlo como un hombre terrible, sencillamente malo: «Yo lo que puedo decir es que la hermana Helen Prejean ha trabajado mucho para poder verlo como un hijo de Dios».
Ninguno de los dos podía haber tenido mejor compañero de viaje: para la mezzo: «Mike trata al personaje con una justicia impresionante. La conciencia social que tiene me asombra. Soy una privilegiada». El barítono no se queda atrás: «Joyce se ha implicado. Lo más fácil para ella habría sido llegar al escenario, interpretar y recibir los aplausos, pero ha ido más allá, se ha entregado totalmente y se ha implicado. Cuando Joyce canta puedes llegar a ver la luz interior que proyecta. Tienes la sensación de estar delante de la propia hermana Helen. Si m pides que la defina yo diría que es como un rayo de luz». Cada vez que Meayes canta su papel descubre algo nuevo. Es el cantante que ha participado en más producciones distintas, nueve en total. Él lo define como «dar un salto hacia adelante», a lo que ha contribuido el director de escena Leonard Foglia, «capaz de llevarnos a la esencia de los personajes para que demos un salto hacia delante. En mi caso, incidiendo en la vulnerabilidad de Joseph, sin exagerar, mostrándola sencillamente como tiene que ser, de la manera más honesta que conozco».
El perdón y la redención son claves en la ópera. ¿Cuál es el momento más duro para Mayes? «Sin lugar a dudas el momento en que debo despedirme de mi madre por última vez. Mi personaje necesita su perdón por todo el dolor y la vergüenza que le ha ocasionado tanto a ella como a la familia. Solo quiere escuchar dos palabras: te perdono, lo que por otra parte implica reconocer la culpabilidad de su hijo, de ese niño que ha idealizado. Ese dolor es inexplicable y Maria Zifchak pone la vida. Me recuerda a mi madre con ese llanto que no puede contener camino a la ejecución. Es durísimo, tanto que me perfora el corazón en cada función. Es como si estuviera delante de mi madre cuando el personaje dice que ha estado horneado galletas pero que no le han dejado que me las entregue en la cárcel. Mi madre también pasaba mucho tiempo en la cocina. La imagino con su dolor inmenso», desvela.
Terapia sobre el escenario
Para Michael Mayes (en la imagen), los personajes de óperas como «Dead Man Walking», «Everest», «Glory Denied», «Out of Darkness» y «Soldier Songs» «son un reflejo de mi propia identidad y me resultan sanadores tanto para mí como todos aquellos que se enfrenten a situaciones como las que se cuentan en ellas al representar problemas a los que podemos tener que hacer frente cada día. La música tiene la capacidad de tocarnos de una manera especial, de ahí su eficacia. Cuando se combina con otras formas de arte que buscan aumentar la comprensión entre los seres humanos diría que se vuelve trascendental y que posee un increíble poder curativo que he empezado a comprender, de ahí que me sienta agradecido a un trabajo como el mío», dice el barítono.