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En el laberinto Max Aub

El Instituto Cervantes presenta una exposición que repasa la vida y obra del autor de «La gallina ciega». Una muestra que nació tras el episodio de la retirada del cartel de su sala en el Matadero de Madrid.
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El Instituto Cervantes presenta una exposición que repasa la vida y obra del autor de «La gallina ciega». Una muestra que nació tras el episodio de la retirada del cartel de su sala en el Matadero de Madrid.
Nació siendo francés y alemán por real decreto de sus padres –alemán él, francesa ella–, aunque desde que la Primera Guerra Mundial lo empujara y atrapara en Valencia se sintió español. «Se es de donde se ha hecho el Bachillerato», decía Max Aub (París, 1903-Ciudad de México, 1972). Y cursó aquí dichos estudios, así que... Más tarde sería México quien le acogiera en otra marcha forzada –esta vez por la Guerra Civil, de inicio, y por los campos de refugiados franceses– y, años después, le concediese una nueva ciudadanía. Insuficiente para que los sentimientos de Aub no siguieran fieles a su frase. Había aprendido el castellano casi del tirón y, una vez dominado, dejó que éste se impusiera a lo demás. Tanto como para que toda su obra se escribiera en una sola lengua. En esa de la que se «enamoró», cuentan los expertos. La de Cervantes, de quien ansió y copió la libertad. Y un autor al que recurrió constantemente para reivindicar la vanguardia. En él, junto a otros clásicos, asentaba su reflexión sobre la tradición, en consonancia con su Generación –la del 27–, sin perder una pizca de modernidad. Por ello a Juan Manuel Bonet le sorprendió algo del revuelo montado en las Naves de Matadero sobre su figura hace ahora mes y medio –la retirada, en un principio, del nombre de Max Aub de la sala que portaba parte de su legado, como también ocurrió con Fernando Arrabal–. Intentando reivindicar «algo más rompedor como las artes vivas», decían desde el Consistorio, se consiguió hacer «justo lo contrario a la modernidad que Aub desprendía», comenta el director del Instituto Cervantes. «La exposición es un proyecto surgido en estas últimas semanas cuando Aub fue objeto de un debate manipulable y espeso –continúa–, un asunto que felizmente fue subsanado».
Así, Bonet, conocedor de la figura dramática y responsable de otras muestras sobre el autor, puso la maquinaria en marcha para homenajear a «un escritor absolutamente imprescindible» –expone– mediante una exposición. Y en éstas, «Retorno a Max Aub» –abierta hasta el 15 de mayo en la sede central del Instituto Cervantes (Madrid)– fue el nombre que se le dio al recorrido por la vida y obra del novelista, poeta, cuentista, antólogo, ensayista, crítico y hasta falso pintor –se inventó a Jusep Torres Campalans, un artista cubista inexistente. Cuadros incluidos–. Un relato construido y comisariado por Juan Marqués –poeta y crítico literario–: «La muestra tiene como objetivo que el espectador que no conoce mucho a Max Aub salga con una visión nítida y que los especialistas encuentren cosas inéditas, que las hay», presenta.
Cronista de la Guerra
Hay una palabra que une a Bonet y a Marqués cuando definen el proyecto: «Laberinto» –como el «mágico» que escribió Aub para formar uno de los trazos escritos más destacados de la Guerra Civil–. «Es como su obra, divertida, pero también desgarradora, a veces ruda y a menudo sensible, hecha de violencia y de poesía», dice el comisario; mientras que el director del Instituto alude a «una exposición muy ‘‘maxaubiana’’, que dispara en muchas direcciones». Hacia los caminos que esbozó «el eterno judío errante de nuestra literatura», como le llama Bonet.
Con ello, desde la apertura de puertas en la tarde de ayer, la muestra exhibe más de 120 obras del escritor: 47 publicaciones y revistas, algunas de ellas con dedicatorias; 30 documentos originales (cartas, pasaportes, agendas, manuscritos...), 27 obras plásticas (entre ellas, de Vicente Rojo y José Moreno Villa) y carteles tipográficos, y 20 fotografías originales de su álbum personal, como una en la que aparece en la madrileña Cuesta de Moyano –de las pocas en las que se puede encontrar al autor en color–. Además, se incorpora al material la proyección de «Sierra de Teruel», la película francoespañola (1938-1939) dirigida por André Malraux en la que Aub, cercano a la República, colaboró como traductor del guión, ayudante de realización y en otras labores logísticas y de producción.
Paso a paso el laberinto de «carácter pedagógico», definen, se va adentrando en las cuatro etapas vitales del autor de «La gallina ciega» (1971). Un paseo panorámico que analiza esa multifacética obra e incluye un repaso a su trayectoria, inevitablemente marcada por el estallido de la Guerra Civil. La etapa inicial se dedica a su niñez y adolescencia en «Primeros años, primeros libros (1903-1936)», desde su nacimiento en París y el posterior traslado de su familia en 1914 a vivir a Valencia, hasta el comienzo de la Guerra Civil. Después, «Campo de sangre (1936-1942)» se detiene en su vida durante la contienda y la primera posguerra en Francia, donde fue agregado cultural de la Embajada de España y coordinó el Pabellón de España en la Exposición Internacional de París de 1937 (para la cual tramitó el encargo del «Guernica» a Picasso); la condena en campos de concentración franceses –su madre tenía origen judío– y argelinos por ser «comunista» –más tarde, en 1951, cuando quiso entrar en Francia Aub escribió una carta al presidente de la República, Vincent Auriol, para desmentir la ficha que tenían de él y argumentar que era «socialista de toda la vida»– y su marcha desde Argelia a México.
La tercera parte del recorrido, «En el otro costado (1942-1968)», cuenta los fecundos años de exilio en México, donde escribió y publicó con libertad novelas decisivas –«Las buenas intenciones» y «La calle de Valverde», como ejemplos–, así como muchos cuentos y obras teatrales. Para cerrar con «Regreso(s) a España. Campo abierto (1968-1972)», un recorrido por su última etapa, caracterizada por sus dos regresos a la España de la dictadura: en 1969 con motivo del encargo de un libro sobre Luis Buñuel, y en 1972, poco antes de morir y ser enterrado en México bajo un epitafio que dice «Hice lo que pude».
Una vida que bien conoce Teresa Álvarez Aub –nieta del autor y presidenta de la Fundación Max Aub–, que mostró su conformidad con la exposición durante la presentación de la misma: «Esta exposición nos ha animado mucho, porque mi abuelo ha estado muy dejado y esto es una forma de hacer vivo su ejemplo ético, no solo de él sino de toda una generación que tuvo que salir de España en el exilio».