«En la noche de los cuerpos»: el arte del secuestro
La novela, escrita por Esther Ginés, relata el rapto de una joven por parte de un artista obsesionado con los pintores prerrafaelitas.
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La novela, escrita por Esther Ginés, relata el rapto de una joven por parte de un artista obsesionado con los pintores prerrafaelitas.
Decía Jackson Pollock que toda pintura tenía vida propia, y que el trabajo del pintor consistía en dejarla aflorar. El lector que se sumerja en las páginas de «En la noche de los cuerpos» (Ed. Adeshoras), novela de Esther Ginés, será testigo, precisamente, del alumbramiento de una obra de arte. Bastan un mínimo de elementos: tres personajes, una casa y un cuadro. El triángulo esta formado por Olivier, un pintor francés; Cecilia, hasta entonces su musa y su compañera sentimental, y Laia, la joven a la que ambos deciden secuestrar. ¿Su objetivo? Narrada en primera persona a modo de confesión, descubrimos que Olivier vive obsesionado por recrear un cuadro, «Ofelia», pintado en 1852 por John Everet Millais, y que constituye una de las obras cumbre de la Hermandad Prerrafaelita, aquel colectivo de pintores ingleses del siglo XIX que plantaron cara al academicismo de la época abrazando un descarnado romanticismo. Así, «En la noche de los cuerpos» lanza, entre otras, una pregunta inquietante: ¿cuáles son los límites de la creación artística?
No en vano, el cuadro de Millais, que hoy puede contemplarse en la Tate Britain de Londres, es, en sí mismo, una oda a la obsesión. Como en muchas de las obras inmortalizadas por los prerrafaelitas, su modelo fue la poetisa Elizabeth Siddal, esposa de Dante Gabriel Rossetti, también pintor y uno de los fundadores de la Hermandad. La pintura muestra el suicidio de Ofelia, la enamorada del príncipe Hamlet, sumergida en las aguas de un río. Mientras Millais trabajaba en su obra, Siddal flotaba vestida en una bañera llena de agua para representar el ahogamiento del personaje. Debido a los rigores del invierno, el pintor colocó varias velas en torno a la bañera para templar el agua. En un momento dado, las velas se apagaron, pero tanto Millais como Siddal estaban tan concentrados en inmortalizar a la heroína shakesperiana que siguieron trabajando sin poner objeciones. Siddal contrajo una neumonía que a punto estuvo de costarle la vida.
¿Qué tiene la Hermandad Prerrafaelita que, como al propio personaje de Olivier, aún sigue obsesionando a los artistas? «Me parece un grupo de pintores fascinante. Han sabido llegar a casi todo tipo de público y siguen siendo populares en la actualidad, además de la influencia que tuvieron en las generaciones posteriores», afirma a LA RAZÓN la autora, Esther Ginés (Ciudad Real, 1982). «Creo que, además de su talento, el éxito radica en que fueron un grupo renovador con amplios intereses artísticos, no enfocados sólo en la pintura. Había poetas y críticos de arte entre ellos. El peso de la literatura en su obra lo podemos encontrar en dos de las obras más conocidas del grupo, y para las que casualmente Elizabeth Siddal fue modelo: la Ofelia de Millais, y la Beata Beatrix, de Rossetti, inspirada en Beatriz, el amor platónico de Dante Alighieri», añade.
«Camusiana» en su modo de entender la literatura, e influida por la poesía de Alejandra Pizarnik, de la que «robó» un verso para el título de su novela -«la manera en que concebía la vida como algo desgarrador y de donde no se puede salir indemne planea mucho sobre esta historia»-, Ginés, en su segunda novela tras «El sol de Argel», traza los paralelismos entre aquellos artistas y los personajes de Olivier, Cecilia y Laia. «En el caso de la novela, lo que más me interesaba de los prerrafaelitas fue su relación con la mujer como musa. La figura de Rossetti y la atormentada relación que tuvo con Elizabeth Siddal, a quien convirtió en su musa y amante, me ha servido de mucha inspiración para construir esta historia. Una relación que nunca fue fácil y en la que Rossetti se “adueñó” de su musa, llegando incluso a prohibirle posar para otros artistas. Encuentro en ellos esa obsesión que sirve de eje conductor del libro», explica Ginés. Y es que, al fin y al cabo, «los creadores nos nutrimos de obsesiones. Son la base sobre la que construimos gran parte de las obras. Lo deseable, por supuesto, es que esas obsesiones no lleguen a extremos tan drásticos, pero creo que hay un fuerte componente de locura en muchos de los artistas más notables de la historia. Indagar en esa locura, a nivel narrativo, es fascinante».
Hablando de fascinación: ¿hemos perdido la capacidad de maravillarnos, como sí hacen los protagonistas, por un arte cada vez más mercantilista y menos idelista? «Vivimos tiempos confusos en lo que a la relación con el mundo de las artes se refiere. Tenemos tantos estímulos, tantas posibilidades de ser creadores todos sólo con una aplicación de móvil que, inevitablemente, no tenemos la misma capacidad de fascinación por todo lo bello que nos rodea. Antes disfrutábamos más; ahora hay una necesidad vital y algo enfermiza de compartir el testimonio de aquello que nos ha impactado o que hemos disfrutado. Lo compartimos en las redes pero, ¿lo hemos sentido?». En lo que respecta al idealismo, la autora se muestra «cautelosa con esa palabra. La sociedad actual ya no vive pensando en ideales, sino en lo práctico, en lo rentable y lo efímero. Vivimos tiempos oscuros para los idealistas...».