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Isaki Lacuesta, la Concha se pone gitana

El director gana por segunda vez el mayor reconocimiento del Festival de San Sebastián con «Entre dos aguas», rodada en San Fernando.
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El director gana por segunda vez el mayor reconocimiento del Festival de San Sebastián con «Entre dos aguas», rodada en San Fernando.
Isra acaba de salir de la cárcel y trata de rehacer su vida familiar rota; Cheíto trabaja como cocinero de la Marina y duda si embarcarse en una nueva misión en Somalia. Son hermanos, gitanos, de la Isla de San Fernando, del lado de los desfavorecidos, de la droga y la infravivienda, la verdad que subyace tras el cliché de la Meca del cante jondo. El reencuentro lo narra Isaki Lacuesta en «Entre dos aguas», la cinta ganadora de la Concha de Oro de la 66ª edición del Festival de San Sebastián. El premio, entregado ayer en una gala en el Kursaal, supone la segunda vez que el director gerundense de 43 años se alza con el galardón más importante del certamen, después de que en 2011 lo lograse con «Los pasos dobles». Sólo cinco directores habían repetido Concha de Oro con anterioridad: Francis Ford Coppola, Bahman Ghobadi, Manuel Gutiérrez Aragón, Arturo Ripstein e Imanol Uribe.
En una edición con propuestas extremas (desde «thrillers» populares como «El Reino» a la críptica y abstracta «High Life»), el jurado presidido por Alexander Payne ha optado por la opción más verista, ese punto en el que ficción y documental se abrazan en aras no ya del realismo sino del hiperrealismo para lograr «un compasivo retrato social», en palabras de Payne. Y es que, para empezar, Isra y Cheíto existen y se interpretan a sí mismo, o a dos personas muy semejantes, gitanos de la Isla de San Fernando que lidian con una vida sin horizontes y viven del trauma de la pérdida del padre hace años. Aquello ya lo narró Lacuesta en el documental «La leyenda del tiempo» (2006). Ya entonces fabulaba con encontrarse con Isra y Cheíto más adelante. Y es lo que hace en «Entre dos aguas»: retomar la vida de los hermanos y narrarla ahora como una ficción. Pero todo muy parecido a la vida. Israel Gómez apareció, emocionado junto a Lacuesta en el Kursaal, mientras que su hermano Cheíto compareció a través de un audio de móvil del director.
Por otra parte, «Rojo», la oscura indagación en la putrefacción de la Argentina de los años 70, le valió a Benjamín Naishtat la distinción al mejor director y la mejor fotografía. Su protagonista, Darío Grandinetti, ganó la Concha de Plata al mejor actor. En el premio de interpretación femenina triunfó Pia Tjelta, que sostiene 90 minutos de un solo plano secuencia en el que la cámara la sigue tras el suicido de su hija en la cinta noruega «Blind Spot». Por su parte, Paul Laverty se hizo con el galardón al mejor guión por «Yuli», compartido «ex aequo» con Louis Garrel y Jean-Claude Carrière, mítico colaborador de Buñuel, por «Un hombre fiel». El Premio Especial del Jurado fue para «Alpha, The Right to Kill», del filipino Brillante Mendoza.
Por otra parte, el Premio del Público, de la sección Perlas, fue para «Un día más con vida», el «biopic» animado sobre Ryszard Kapuscinski, mientras que el Fipresci de la crítica internacional fue a parar a Claire Denis por «High Life». Aunque tradicionalmente corta, la gala estuvo cargada de consignas políticas de distintos premiados: a favor de Lula, contra los presos en Ucrania, el bloqueo a Cuba, las heridas abiertas por la dictadura argentina, y el auge actual de la derecha y el fascismo», en palabras de Grandinetti.