Envolviendo a Mrs. Dalloway
Autoría: Virginia Woolf. Versión: Michael de Cock, Anna Maria Ricart y Carme Portaceli. Dirección: Carme Portaceli. Intérpretes: Blanca Portillo, Manolo Solo, Inma Cuevas, Anna Moliner, Zaira Montes... Teatro Español. Desde el 28 de marzo hasta el 5 de mayo de 2019.
Nos parecía a algunos casi imposible llevar a los escenarios una obra tan poco teatral en su estructura como «La señora Dalloway» –o, según la edición, «Mrs. Dalloway»–. Cierto es que Carme Portaceli había dirigido muy recientemente, y con extraordinarios resultados, otra adaptación
–firmada por Anna Maria Ricart, que también ha trabajado en esta– de una novela tremendamente complicada de representar, aunque por motivos distintos, como era «Jane Eyre». Lo que pasa es que esta nueva propuesta se antojaba algo así como el «más difícil todavía». En cierto modo, cabía esperar, y así ha sido, que la prevalencia del estilo indirecto libre en la narración de Virginia Woolf y la confluencia de puntos de vista que maneja la autora hiciesen muy complicado en las tablas que la acción se desarrollase con la fluidez que uno, tal vez, sí pueda encontrar en las páginas del libro, dado que viaja con la imaginación y no con los sentidos por el pensamiento de los personajes, especialmente, por el de la protagonista, esa Clarissa Dalloway que repasa con el pensamiento algunos capítulos de su vida mientras prepara una fiesta para recibir a su marido o mientras, como ella misma dice, intenta «ofrecer a la gente una noche en la que todo esté lleno de magia». Lo que sí es cierto es que la propuesta juega de manera muy inteligente a estimular cuanto puede, y con las armas que tiene, esos sentidos; y hay que decir al respecto que no pueden estar mejor cuidados todos los aspectos artísticos para, precisamente, atraer y enganchar al espectador con un vigor escénico que el texto, en sí mismo, no alcanza a tener nunca en boca de los actores. De este modo, hay que destacar el abierto y dúctil espacio que Anna Alcubierre ha marcado sutilmente con solo unos cuantos –pero muy significativos– elementos escenográficos; la soberbia iluminación de David Picazo, creando sombras o dejando entrever, por el contario, un nuevo plano tras las eficaces cortinas; el vestuario de Antonio Belart, especialmente seductor en los personajes del médico y de Peter Walsh; la agradable ambientación sonora de Jordi Collet, o incluso las canciones que el propio elenco interpreta un par de veces –transformando la función prácticamente en un concierto de música– para dar algo de emoción a la representación y para romper la amenazante monotonía de un discurso dramático que, al fin y al cabo, está levantado casi exclusivamente a partir de pensamientos más que de verdaderas acciones.
LO MEJOR
La directora crea cierto dramatismo simultaneando con habilidad algunas escenas
LO PEOR
Es prácticamente imposible queuna obra sobre esta novela aporte algo al libro