Festival de Venecia
Escobar no tiene quien le quiera
Penélope Cruz y Javier Bardem presentan en Venecia el nuevo y plano «biopic» sobre el narco firmado por León de Aranoa.
Penélope Cruz y Javier Bardem presentan en Venecia el nuevo y plano «biopic» sobre el narco firmado por León de Aranoa.
Si hacemos recuento, los números inquietan. Se supone, o al menos eso dijo Javier Bardem en la rueda de prensa veneciana de «Loving Pablo», que volver a contar la historia del fundador del cártel de Medellín e «inventor del narcotráfico», Pablo Escobar, es una cuestión de responsabilidad moral y social, porque «el objetivo del arte es entender por qué un ser humano se convierte en monstruo». Solo en los últimos tres años este personaje colombiano ha protagonizado dos series –la archicélebre «Narcos» y la latinoamericana «Pablo Escobar: el patrón del mal»– y una película –«Escobar: paraíso perdido», con un notable Benicio del Toro–. ¿No es esa una manera de mitificar a esa criatura detestable, que era cariñoso con sus hijos y supuesto filántropo para los más desfavorecidos mientras ordenaba asesinar a sangre fría a centenares de personas?
En la intimidad
La excusa de la película de Fernando León de Aranoa, que se presentaba fuera de concurso en la Mostra, es adoptar el punto de vista privilegiado de Virginia Vallejo, periodista, presentadora de televisión, amante de Escobar de 1983 a 1987, y autora de un libro, «Amando a Pablo, odiando a Escobar» que, en teoría, ofrece un ángulo nunca visto sobre la figura del rey de los narcos. «Virginia tuvo acceso a la intimidad y a la trastienda de los asuntos de Escobar –explicó Bardem– pero no pertenecía a su entorno, era de la alta burguesía bogotana, y esa distancia nos interesaba».
El primer problema de «Loving Escobar» es que no respeta ese punto de vista, por mucho que largos fragmentos de voz en off (con frases tan elocuentes e iluminadoras como «esta es la primera vez que tengo que abandonar un país por un hombre») sirvan como guía del relato. Virginia (una Penélope Cruz que se mueve entre el naturalismo hortera y el histrionismo culebronesco, y que en la rueda de prensa chapurreó el italiano metiéndose en el bolsillo a la prensa local) desaparece durante significativos tramos de la historia, y da la impresión de que es una convidada de piedra en su propia película. León de Aranoa pone en duda, por omisión, la entidad dramática de Virginia, y por extensión, la razón de ser de «Loving Escobar».
Bardem recordó que el animal favorito de Escobar era el hipopótamo, que tiene apariencia de «meloso pero es uno de los más feroces de África». Así lo interpreta, hipopotámico, para levantar acta de «un carácter lento, pasivo, pero que, a sus espaldas, organizaba el horror. El peso físico era importante para entender su centro de gravedad, de dónde venía esa energía», explicó Bardem. Ahí están, pues, las prótesis de la papada y la barriga prominente, y los ojos medio entrecerrados de un depredador a punto de atacar. El maquillaje distancia, y el hecho de hablar en inglés, más («hemos intentado levantar el proyecto en español durante varios años, pero no hubo manera»), aunque el actor madrileño consigue que el aura de terror indolente que rodea a Escobar sea auténtica, sobre todo en la explosión de violencia del tercio final.
«El consumo de droga nos convierte en responsables de que existan este tipo de personajes. Y lo que ocurría en los noventa en Colombia, sigue ocurriendo ahora en México», puntualizó Bardem. La dimensión social del narcotráfico es lo que debe haber atraído a Fernando León de Aranoa para meterse en semejante berenjenal, pero su nombre apenas aporta nada al acabado visual de la película, que es más impersonal que un telefilme de sobremesa. Es cierto que no existe intención alguna de glamurizar el mundo de la droga, sino todo lo contrario: se pretende subrayar la vulgaridad, el mal gusto del imperio de Escobar, que fue un nuevo rico, de origen muy humilde, obsesionado con obtener el respeto de los demás, incluido el del congreso colombiano. Lo que no es excusa para que León de Aranoa prefiera mantenerse al margen del estilo, con una falta de carisma como realizador que clama al cielo: con la excepción de la escena en que una avioneta cargada de cocaína aterriza en una autopista de Florida y algún plano secuencia de aliento scorsesiano, la película es átona, plana, pobre. Si su anterior experiencia rodada en inglés, «Un día perfecto» –con un reparto internacional de renombre–, ya sufría parcialmente del síndrome «europudding», «Loving Pablo» parece hecha en ese esperanto de las imágenes que no es ni americano ni español ni colombiano sino todo lo contrario.
Un musical de la mafia
Ayer tocaban mafias en la Mostra. A concurso, la italiana «Ammore y Malavita», de los hermanos Manetto, se acerca a la mafia napolitana desde un género insólito, el musical. A riesgo de frivolizar tema tan serio, el filme prefiere definirse como un esperpento pop, en el que la violencia, la traición a los códigos de honor de la Camorra, la corrupción y el crimen pasan por el filtro de una selección de canciones ligeras (con especial mención al «What a Feeling» de Irene Cara en «Flashdance») integradas en un relato empapado de humor chusco, bailes «amateur» y romances de fotonovela. Parece un intento de hacer un cine popular distinto, vital y sin pretensiones, pero el resultado es demasiado tosco y autoindulgente (dos horas y cuarto de metraje) como para tomárselo en serio.
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