Historia del silencio: de los egipcios a San Juan de la Cruz
Una historia del silencio explicada a los adictos al ruido.
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Una historia del silencio explicada a los adictos al ruido.
En 2010 Acantilado publicaba «No sufrir compañía. Escritos místicos sobre el silencio», una oportunidad para conocer el concepto de «silencio» en la cultura occidental y oriental y extender su valor al mundo de hoy. Lo firmaba el gran ensayista y musicólogo Ramón Andrés, que curioseó en textos de religiosos del Renacimiento español que tuvieron como centro la idea del silencio. Así, ofrecía meditaciones de veinte autores –Juan de la Cruz, Teresa de Jesús, Luis de León, etc.– precedidas de un recorrido del simbolismo del silencio en la historia. Para el autor, «el silencio es una actitud mental» –en el sentido de cómo Confucio decía que era necesaria «una percepción silenciosa de las cosas»–, «el silencio es ante todo conocimiento», e incluso llegaba a catalogarlo como «un lenguaje» al tener intensidad, duración, intención, contenido. El silencio, así, duda, niega y afirma, o al contrario.
Gracias a aquel estupendo trabajo pudimos conocer que en el antiguo Egipto el silencio ya era algo muy apreciado, dado que se consideraba necesario para el conocimiento del ultramundo. Por supuesto, la espiritualidad, desde sus primeras expresiones, lo contempló como condición inherente para su aspiración metafísica, pues, no en vano, el silencio deja oír aquello interior que los ojos no pueden ver. Es, en definitiva, algo más que un no-ruido, como ha querido demostrar Alain Corbin con «Historia del silencio. Del Renacimiento a nuestros días» (traducción de Jordi Bayod).
Un mundo tan ruidoso
Un libro que, en una época de aparente progreso, de producción sin límites, de consumo sin tregua, todo ello sumamente ruidoso, cobra fuerza para invitarnos a reflexionar sobre lo «productivo» que puede ser para nosotros cultivarlo. Corbin, fundamentalmente, se apoya para hablar del silencio en cómo éste ha sido reflejado en diferentes obras literarias, buscando así la sensibilidad de aquellos escritores que intentaron definir y dar importancia a algo tan difícil de describir. Pero es que precisamente en el mundo silencioso e introspectivo de la escritura se puede comprender cómo lo que es alboroto, o hasta exceso de lenguaje, no deja ver con claridad lo interior, pues no en balde los seres silenciosos transmiten a veces cierto mensaje de paz y bienestar. Pitágoras, en su escuela, admitía a unos aspirantes que durante cinco años no podían hablar, sino únicamente escuchar y aprender, los llamados acusmáticos. Las distintas religiones, posteriormente, interpretaron el silencio de forma parecida, con el objetivo común de oír el mundo con nitidez, tanto el interior como el exterior. De tal modo que, como no podía ser de otra manera, Corbin dedica pasajes a autores místicos como Juan de la Cruz, que «subraya la presencia de la palabra silenciosa de Dios oída en la quietud del silencio de la noche oscura». Y es que, analizando la Biblia, se puede concluir que Dios habla «sobre todo cuando calla», como recalcó Kierkegaard al hablar del silencio de trascendencia. Pero, como decimos, sobre todo lo bonito y sorprendente es descubrir el número de ocasiones en que tantísimos escritores, a lo largo de la historia, han pensado en el silencio, todo lo cual nos ofrece preciosas afirmaciones que chocan con la incomodidad actual frente a él, que enseguida se llena de hilos musicales o el ruido de fondo de un televisor en el hogar. «En otros tiempos, los occidentales apreciaban la profundidad y los sabores del silencio. Lo consideraban como la condición del recogimiento, de la escucha de uno mismo, de la meditación, de la plegaria, de la fantasía, de la creación», dice Corbin, para quien el ruido actual es el impedimento principal a la hora de escucharnos a nosotros mismos. Con todo, tenemos el privilegio de contar con aquellos que sí lo hicieron mediante el arte literario: Julien Gracq, que en «El mar de las Sirtes» habla del silencio como de algo que «se hacía cada vez más espeso, como la niebla de la mañana. Espeso e inmóvil», o Walt Whitman, que «exalta, al otro lado del Atlántico, a «la madre, en casa, poniendo en silencio los platos en la mesa para cenar».
Son solo dos ejemplos de un sinfín de citas de autores como Rilke, que en «Los apuntes de Malte Laurids Brigge» menciona un silencio tan intenso que solo habiéndolo vivido podía ser asimilado; o Proust, Verne, Hugo, Camus, en un abuso tal vez de autores en lengua francesa, lo que puede hacer pensar que el trabajo hubiera podido acoger más perspectivas. Sin embargo, ciertos autores como H. D. Thoreau, que hizo «el análisis más minucioso del nexo más general que une silencio y elementos naturales», cuando se construyó una casa donde pasó dos años frente a una laguna, escuchando a la naturaleza y su conciencia, cobran un peso preponderante, con frases tan subyugantes como esta que escribió en «Walden»: «Solo el silencio es digno de ser oído».
Sobre el autor
Alain Corbin (Lonlay-l'Abbaye, 1936) es historiador y profesor emérito de la Sorbona. Ha publicado, entre otros, los ensayos «Le Miasme et la jonquille» (1982), «Historia del cuerpo» (2005), «Historia del cristianismo» 2007) y «La Doceur de l’ombre» (2013), algunos de ellos traducidos anuestro idioma.
Ideal para...
adentrarse en un mundo de sensaciones próximas que han sido descritas desde lo estético y para reivindicar un hábito totalmente olvidado en las sociedades modernas, marcadas por el ruido, la prisa y la tecnología.
Un defecto
El autor cita en demasía a compatriotas, como si se hubiera centrado únicamente en los autores franceses. Hubiera sido necesario ampliar el abanico a América Latina, norte y sur de Europa, etc.
Una virtud
Es muy interesante el último capítulo sobre «lo trágico del silencio», pues también se abordan sus puntos oscuros y hostiles. El silencio de la Creación o de Dios interpretado como ausencia angustiosa, por ejemplo.
Puntuación: 9
«Historia del silencio.
Del Renacimiento a nuestros días»
Alain Corbin
Acantilado
152 páginas,
14 euros