Historia

La Navidad más triste de la Guerra Civil

Corría el año 1938, y en la España azotada por la tragedia de la Guerra Civil se celebraba la Navidad con los ojos puestos en el final de la contienda. El drama de una época que retratan Jesús Jiménez y Jordi Bru en el libro “Sangre en la frente. La Guerra Civil en color”

Puede que fuera simplemente el miedo a la cámara lo que cohibiera la felicidad de estos niños huérfanos al recibir de las organizaciones humanitarias los regalos navideños que muestran en Valencia.

El final de la guerra no estaba lejos y ya resultaba posible hacer un balance de las consecuencias para sectores vulnerables como la infancia. Algunas estimaciones hablan de cuarenta mil los fallecimientos no esperados de niños y niñas durante la contienda. En la España republicana, al terminar el año 1937, se habían contabilizado, además, cerca de novecientos mil menores refugiados. Muchos de ellos habían perdido a sus padres. Levante, Cataluña y también el extranjero fueron destinos preferentes de menores evacuados de los territorios donde los combates se habían vivido más de cerca (Madrid, Andalucía, Extremadura, Aragón, el norte). La Constitución republicana ya asumía como propia la Declaración de Ginebra de los derechos de la infancia y desde el estallido mismo del conflicto el Gobierno tomó medidas asistenciales que se fueron sistematizando a través del Ministerio de Instrucción Pública, sobre todo a través de las colonias infantiles de distinto tipo –colectivas, familiares o en el extranjero–, pero también guarderías, colegios, comedores o colonias de verano.

En todo caso, el papel del Estado no era suficiente y organizaciones humanitarias nacionales e internacionales de todo tipo se encargaron de complementarlo hasta el último momento de la contienda. La anarquista Solidaridad Internacional Antifascista (SIA) destacó particularmente. Fundada en Valencia por iniciativa de la CNT poco después de los sucesos de mayo de 1937 de Barcelona con vocación internacional, como una alternativa al Socorro Rojo Internacional comunista. Ambas organizaciones rivalizaban por hegemonizar la acción humanitaria, con el potencial prestigio y la capacidad de captación política que conllevaba, aunque su labor resultó eficaz en una retaguardia en la que, según se acercaba el final de la contienda, las penurias provocadas por los refugiados, el desabastecimiento y los bombardeos no cesaron de aumentar.

El plan de la SIA de guarderías hablaba de desarrollo integral en entornos armónicos, ausencia de autoritarismo, pero con espíritu de propia responsabilidad, importancia del juego y del tiempo libre, alimentación que favoreciera el desarrollo infantil. «SIA restituye a los huérfanos todo lo que la guerra les arrebató: cariño, ternura y calor de hogar. Borremos de las imaginaciones de los niños las visiones de guerra, cambiándolas por estampas de paz». Fueron muchas las organizaciones no gubernamentales internacionales que contribuyeron a la labor humanitaria en España en ambas zonas, desde la Cruz Roja a la Comisión Internacional de Cuáqueros, por ejemplo. Pero, en el caso de la República, adquirieron relevancia las instituciones con vínculos políticos.

Un informe diplomático británico de aquellas fechas afirmaba que «siempre es peligroso profetizar y aún más en este país y en tiempo de guerra. Pero creo que el ejército republicano será capaz de resistir indefinidamente siempre que la escasez de alimentos no provoque una quiebra de la moral. Y esta es la duda básica. La situación alimentaria es realmente mala y parece muy probable que se agrave mucho más». El conjunto de la retaguardia republicana vivía una situación material extrema. Hacía tiempo que el Madrid resistente se había convertido en la ciudad doliente, azotada por el hambre y a menudo desafecta, donde proliferaban las actividades de la quinta columna. En el caso catalán, se añadían ahora los efectos de vivir en primera persona las operaciones militares que provocaron, a pesar de que se mantuvieron en buen orden los servicios, uno de los mayores dramas humanos de la contienda.

A lo largo de 1939, el puerto de Valencia recibió no menos de veinticuatro ataques, a los que se sumaban los sufridos en Sagunto, Gandía, Denia, Alicante o Cartagena. En esta última, como base de la flota, se cifraba la última esperanza republicana. Las incursiones aéreas no cesaron hasta el final mismo de la guerra y no solo contra los puertos, sino contra otras poblaciones de la costa e incluso algunas localidades del interior peninsular. El último parte republicano que dejó constancia de un ataque lo hizo el 25 de marzo contra el puerto de Alicante y hay noticia aún de ataques contra el puerto de Gandía el día 28. Al final de la contienda, los efectos de las campañas de bombardeo estratégico, que incluyeron golpear para infundir terror entre la población civil, eran una antesala a pequeña escala de la Segunda Guerra Mundial. Barcelona, Madrid y Valencia fueron las ciudades más castigadas en términos de destrucción urbana y pérdidas humanas. La suma de sus consecuencias en otras tantas poblaciones hace imposible un balance definitivo.

Sin embargo, como nos ha recordado la historiografía reciente las guerras no terminan con el último parte de operaciones. La desmovilización de una sociedad organizada para un enfrentamiento total es traumática, exige tiempo y condiciona la vida de quienes luchan en ella con distinta suerte.

La Navidad más triste de la Guerra Civil
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