Buscar Iniciar sesión
Sección patrocinada por
Patrocinio Repsol

El diablo cojuelo: un pícaro omnisciente

El novelista sevillano Luis Vélez de Guevara escribió en época barroca una celebrada e ingeniosa novela fantástcia
Representación de la obra 'El diablo cojuelo'
Representación de la obra 'El diablo cojuelo'David Ruano

Creada:

Última actualización:

Hay un diablillo perverso, satírico y burlón que está muy asociado a la geografía y la historia mítica de nuestro país: es el diablo cojuelo, que sobrevuela a grandes saltos España, de Madrid a Andalucía, para espiarnos en nuestros hogares y desvelar las vergüenzas de la sociedad. Pero también, como lo sabe todo el muy pillo, nos ayuda en nuestras lides amorosas y media en encantamientos brujeriles de amor y desamor. Es bien conocido por la obra que le dedicó el dramaturgo y novelista sevillano, Luis Vélez de Guevara, nacido en Écija en 1579, que escribió durante la época barroca una celebrada e ingeniosa novela fantástica. Bajo el título “El diablo cojuelo. Novela de la otra vida”, su obra tuvo un éxito universal, siendo imitada en la posteridad. Guevara estaba muy al tanto de las tradiciones folclóricas de lo fantástico en la leyendas castellanas y había trabajado sobre diversos materiales fabulosos de la edad media, como el diablo de Cantillana, o algunas leyendas procedentes del romancero que habían inspirado sus obras, como la de la Serrana de la Vera, esa suerte de monstruosa amazona de los montes hispánicos que mata a los hombres, después de seducirlos y hacerles el amor. Pero su obra más difundida fue la citada novela, que entra en contacto con la novela picaresca por su sátira de costumbres sociales, pero se acerca sobre todo a la crítica fantástica con elementos sobrenaturales, como la que practicaba en la antigüedad el escritor griego Luciano de Samósata, con el que tiene una deuda y un parentesco evidentes. En el siglo II Luciano también usaba lo fantástico en sus llamados “Relatos verídicos”, que incluyen incluso un viaje a la luna, y en sus divertidas historias de dioses o de ultratumba, que aprovechan para ofrecer una visión crítica de todos los niveles sociales.  
En el caso de “El diablo cojuelo” de Guevara, publicada en 1641, se ataca la hipocresía de las gentes de la Villa y Corte y de otros lugares con un estilo complejo y barroquista que haría las delicias de Luciano. El argumento es fantástico y hace honor al personaje legendario de este diablillo famoso, un demonio travieso y pillo que se burla de los humanos, pero también de sus compañeros del infierno y tiene un permanente aire pícaro. Se cuenta que fue uno de los ángeles que primero se rebelaron contra Dios y que cayó en primer lugar al infierno. Por eso el resto de sus hermanos cayeron sobre él lo dejaron lisiado, de donde procede su ostensible cojera. En diversos conjuros y coplillas se le invoca para la brujería y para la magia, para atraer el amor, o para que sirva de alcahuete en asuntos desesperados. Es un genio mediador poderoso de la tradición popular al que dio carta de naturaleza literaria Guevara al hacerle guía privilegiado de la gran comedia humana del Siglo de Oro.
El diablo cojuelo acompaña en la novela a un hidalgo estudiante, de nombre Cleofás Leandro Pérez Zambullo, en una especie de viaje onírico y descenso burlesco a los infiernos de la cotidianidad. El comienzo de la aventura es típico de las leyendas de aprendices de brujo o del cuento popular: el estudiante libera al diablillo de una redoma en la que estaba encerrado y, como el genio liberado de la lámpara o de la botella, queda obligado, en agradecimiento a su liberador, a servirle en una extraña misión. Veamos el diálogo inicial, con el estilo complejo y exuberante de Guevara, que describe al diablo como maestro de artes y enredos, bailes, juegos de manos y de villanos, a los que alude con riquísimo vocabulario:
“Eres Barrabás, Belial, Astarot?—finalmente le dijo el Estudiante.
—Esos son demonios de mayores ocupaciones—le respondió la voz—: demonio más por menudo soy, aunque me meto en todo: yo soy las pulgas del infierno, la chisme, el enredo, la usura, la mohatra; yo truje al mundo la zarabanda, el déligo, la chacona, el bullicuzcuz, las cosquillas de la capona, el guiriguirigay, el zambapalo, la mariona, el avilipinti, el pollo, la carretería, el hermano Bartolo, el carcañal, el guineo, el colorín colorado; yo inventé las pandorgas, las jácaras, las papalatas, los comos, las mortecinas, los títeres, los volatines, los saltambancos, los maesecorales, y, al fin, yo me llamo el Diablo Cojuelo.
Con decir eso—dijo el Estudiante—hubiéramos ahorrado lo demás: vuesa merced me conozca por su servidor; que hay muchos días que le deseaba conocer. ”
El servicio que prestará el diablo al estudiante consiste en llevarlo de uno a otro lugar de la geografía hispana, comenzando por la bulliciosa Madrid, “la Babilonia española”, en pos de los pasos satíricos de Luciano, para enseñarle la verdad sobre las gentes que trata en su día a día. Volando por los aires, el diablo cojuelo va dando saltos (o “trancos”, que así se titulan los diez capítulos de la novela) con su compañero estudiante, y le va enseñando el interior de las casas de las gentes que observa desde arriba: “levantando a los techos de los edificios, por arte diabólica, lo hojaldrado, se descubrió la carne del pastelón de Madrid como entonces estaba, patentemente, que por el mucho calor estivo estaba con menos celosías, y tanta variedad de sabandijas racionales en esta arca del mundo, que la del diluvio, comparada con ella, fué de capas y gorras.” Así el lector se puede regocijar, con el estudiante, al contemplar lo que hacen las gentes en su vida privada desvelando todos sus vicios y virtudes.
La novela tuvo gran éxito editorial en su tiempo, siendo muchas veces reimpresa. En la posteridad fue imitada en varios formatos y literaturas, y tuvo incluso una versión francesa muy ingeniosa, la de Alain-René Lesage, con su obra, también estupenda, “Le Diable boiteux” (1707). En esta época, Europa seguía las modas literarias españolas a pies juntillas y este autor imitó la picaresca española con gran aprovechamiento en otras obras, como Gil Blas de Santillana.