El laboratorio de la Historia

El mundo de hoy: de Murakami al violinista del "Titanic"

Son dos figuras aparentemente muy diferentes, pero ambos han defendido la importancia de no cerrar los ojos ante la adversidad: "No va a cambiar nada"

Haruki Murakami lleva años optando al Premio Nobel de Literatura sin lograr llevarse el reconocimiento
Haruki Murakami lleva años optando al Premio Nobel de Literatura sin lograr llevarse el reconocimientoEugene HoshikoAgencia AP

Haruki Murakami se ha convertido hoy en el escritor japonés de referencia en todo el mundo. Sus obras sumergen al lector en una atmósfera interior que le sirve de parapeto y ayuda ante los numerosos y graves problemas que acucian a la sociedad contemporánea, desde la amenaza de la Covid-19 en todas sus variantes, la crisis económica mundial, las guerras o la debilidad de las democracias. Tal vez por eso, entre otros indudables méritos, este autor nacido en Kioto en enero de 1949 ha sido nominado en siete ocasiones consecutivas al Premio Nobel y recibido otros importantes galardones, como el Noma, el Franz Kafka o el Hans Christian Andersen.

¿Y por qué Murakami? El escritor advierte que aceptar la realidad de los hechos, sin engañarse ni mirar hacia otro lado tratando de ignorar lo que sucede hoy día, resulta imprescindible para no perder la paz ni la esperanza: «Cerrar los ojos –sopesa– no va a cambiar nada. Nada va a desaparecer por no ver lo que está pasando. De hecho, las cosas serán aún peores la próxima vez que los abras. Solo un cobarde cierra los ojos. Cerrar los ojos y taparse los oídos no va a hacer que el tiempo se detenga».

¿Acaso alguien sería capaz de seguir hoy tocando, como los músicos del «Titanic», en un mundo cada vez más deshumanizado que se está hundiendo? El violinista británico Wallace Hartley, de 33 años, fue uno de los primeros pasajeros en percatarse de la colisión del transatlántico con el iceberg a las 23:40 horas del domingo 14 de abril de 1912, al sur de las costas de Terranova.

Pero en lugar de dejarse llevar por el pánico o de «cerrar los ojos», Hartley los abrió de par en par y se dirigió a la entrada delantera de primera clase con sus siete músicos para intentar calmar al resto de los pasajeros. Mientras la orquesta seguía tocando poco después en cubierta valses de Strauss, operetas de Gilbert y Sullivan o piezas de «ragtime», el ritmo alegre para piano tan de moda entonces, muchos tuvieron tiempo de encomendarse al Altísimo y hallaron consuelo ante lo inevitable.

Víctor Peñasco y Castellana, sobrino político del presidente del Gobierno español José Canalejas Méndez, fue uno de los espectadores de aquel último concierto sobre las aguas, acompañado al principio de su esposa María Josefa Pérez de Soto y de la doncella y costurera Fermina Oliva Ocaña.

El matrimonio, que celebraba su luna de miel, ocupó el camarote C-65, en la cubierta C de primera clase, mientras la doncella se alojaba en una cabina sencilla, la C-109, situada frente a la de sus señores. El sobrino de Canalejas murió con solo 24 años. Su esposa Pepita, con dos menos que él, logró salvarse y falleció a los 83, en 1972. El gesto heroico del marido, resignándose a permanecer en cubierta acompañando a la orquesta para que las mujeres y los niños pudiesen salvarse, mientras su esposa y la doncella subían al bote salvavidas número 8, le honró para la posteridad. Su cadáver jamás apareció.

Llegados a este punto, dejemos a Etty Hillesum, una judía fallecida en Auschwitz el 30 de noviembre de 1943 a la temprana edad de 28años, que ponga el digno colofón a las conductas ante el mundo de hoy. El 7 de septiembre del mismo año transportaron a toda su familia hasta Auschwitz. Sus padres murieron tres días después. Desde el mismo camión que la había transportado al Lager, Hillesum se las arregló como pudo para arrojar por la ventanilla una postal dirigida a su amiga del alma Christine van Nooten, en la que le decía: «Hemos abandonado el campo cantando». Pese a vivir sus últimos tiempos despojada de todas las libertades externas, la joven descubrió en su interior una felicidad indescriptible que nadie absolutamente, ni los más feroces funcionarios del Lager con todos sus métodos tan crueles e inhumanos, pudo arrebatarle en los oscuros y nauseabundos barracones cercados por alambradas.

¿Cuál fue la fórmula secreta que la mantuvo con una libertad interior inexpugnable, aun en los momentos de mayor sufrimiento? Ella misma la reveló en su diario póstumo, cuya primera versión se publicó en 1981: «Procurar no añadir al peso de hoy el de la angustia que nos inspira el futuro», anotó. Más claro, agua: lo que tenga que suceder, sucederá, se quiera o no.

LOS OJOS DEL CORAZÓN

Conocer, pues, lo que está sucediendo no debería privar de paz ni esperanza a ningún ser humano. Es mejor informarse que mirar hacia otro lado o cerrar los ojos, al decir de Haruki Murakami. Y eso en modo alguno contradice esta otra reflexión que la propia Etty Hillesum añade en su diario íntimo: «Cuando proyectamos de antemano nuestra inquietud sobre todo tipo de cosas por venir, impedimos que estas transcurran orgánicamente. Tengo una inmensa confianza en mí misma: no la certeza de ver lo bien que se me presenta la vida, sino la de continuar aceptándola y encontrándola buena, incluso en los peores momentos». Más que los ojos físicos, conviene mantener abiertos de par en par los ojos del corazón. Sin olvidar tampoco, como decía el gran Chesterton, que todos los hombres de la Historia que han hecho algo con el futuro tenían los ojos fijos en el pasado.