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¿Qué misterio guardan las ciudades protegidas por siete puertas? Sepúlveda, Daroca... o Madrid son algunas de ellas

Varias localidades a lo largo de los tiempos estaban protegidas por siete arcos de entrada: en España, las más famosas fueron dos villas medievales
¿Qué misterio guardan las ciudades protegidas por siete puertas? Sepúlveda, Daroca... o Madrid son algunas de ellas
Una imagen de una de las puertas de Daroca, en Aragón
David Hernández de la Fuente

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Todos sabemos que el siete es un número mágico en la narrativa patrimonial del cuento y del mito: planetas y días lo atestiguan, desde la creación del mundo en el Génesis hasta las notas musicales o los "chakras" del cuerpo, por no hablar de la cantidad de grupos humanos que son siete héroes magníficos, samuráis, soldados clásicos o paladines medievales. El siete tiene algo especial: la composición de cuatro y tres, lo divino y lo humano, lo par y lo impar, lo masculino y lo femenino y un sinfín de explicaciones y sentidos que se han querido buscar, desde los textos sagrados hasta la poesía o el cuento popular, en torno a este número. Por eso, no es de extrañar que las ciudades sagradas y perfectas de la tradición tengan un siete en algún atributo, pues también es número simbólico para la ciudad perfecta. Saltan a la memoria al punto las siete colinas de Roma, pero las hay también de otras urbes fabulosas, pues Moscú, Constantinopla, o Lisboa cuentan con ese número de colinas igualmente. 
Pero me interesa hoy el tema de la ciudad amurallada que cuenta con ese número de puertas. Muchas son las ciudades que tienen este apelativo o epíteto casi épico – «la ciudad de las siete puertas»– y que son objeto de leyendas al respecto. Podemos pensar en diversas tradiciones que hacen alusión a una ciudad difícil de conquistar pero también de guardar, una ciudad perfecta pero indefectiblemente perecedera o destinada a la destrucción, que posee siete entradas en sus muros. En el caso de la mitología griega, la ciudad de las siete puertas es, por excelencia, la trágica y épica Tebas. Tebas es el escenario de tragedias quintaesenciales del teatro ático y, entre ellas, una que se titula precisamente «Los siete contra Tebas», de Esquilo, que recoge un viejo tema de esa tradición maravillosa. Siete caudillos habían de domeñar la ciudad sagrada de las siete puertas: pero la primera generación sería fallida y no podría hacerlo. Todos morirían salvo un extraño superviviente, Anfiarao, guerrero y adivino a la par, al que se traga la tierra. Solo años después otros siete caudillos, descendientes de los primeros, llamados «epígonos», lo lograrán.
Siete entradas guardan la ciudad del mito como un precinto sagrado e inviolable en principio. Y es que siete puertas también tiene la ciudad sagrada de Damasco, cuya muralla fue construida en época tardorromana, y también la santa Xauen. Aunque para sagradas ninguna lo es más que Jerusalén, a la que hay quien atribuye siete puertas (aunque otros suben el número a ocho). En la geografía mítica de España también hay muchas ciudades y villas con siete puertas, empezando por Madrid (que tenía las de Alcalá, la del Sol, de Toledo, de Hierro, de San Vicente, de Felipe IV y Real) y acabando por Daroca, en Aragón, con su hermosa silueta medieval.

El asedio y el moro

Sin embargo, a la hora de rememorar lances guerreros en torno al número, no nay nada mejor que marchar a la villa de siete puertas por excelencia: la de Sepúlveda. No en vano se la suele llamar así, por los accesos de su muralla, que originalmente encerraba todo el casco urbano, y contaba con las puertas del Ecce Homo o del Azogue, del Río, de la Fuerza, del Postiguillo, de la Judería, de Duruelo y del Vado. Estas puertas o arcos de acceso permitían aislar la ciudad de noche y protegerla de posibles asedios enemigos. Mas si Sepúlveda es una villa plagada de leyendas de todo tipo, la que se refiere a su asedio recuerda de lejos a la ciudad griega de las siete puertas. Aquí se trata de su propia conquista por el conde Fernán González y sus caballeros castellanos, cuando Sepúlveda estaba en manos de los musulmanes. Solo son lejanos ecos, claro, de la realidad histórica: el fuero de la villa en su repoblación y el intento de Almanzor de recuperarla. Pues bien, se cuenta de dos alcaides, capitanes de Almanzor, de nombre Abubad y Abismen que resistían el sitio del ejército castellano. Ahí está de nuevo el tema de la ciudad asediada, el primer gran motivo universal, que Borges evoca en «Los cuatro ciclos» como base de la narrativa, desde Troya a Tebas. Al fin, un enfrentamiento singular –como el de Héctor y Aquiles– al pie de la muralla lo decide todo. El conde lucha a brazo partido con el alcaide –tras algunos traicioneros intentos de los musulmanes de romper el cerco– y acaba por atravesarle la cabeza con su espada. En la llamada «Casa del moro» de Sepúlveda la fachada muestra un relieve de lo que se supone que es la cabeza de uno de los alcaides atravesada por un alfanje, acaso memoria popular del duelo frente a la muralla de las siete puertas.
Este motivo de las siete puertas se exportará luego a América, como se ve en la ciudad de Santo Domingo, en el Caribe, que también contaba con ese número. El siete nunca nos cansa: pero muchas veces en esas ciudades asediadas sus murallas caerán por una de esas puertas, que está maldita. No diremos el número ni el nombre, pues esa es otra historia.