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Jane Birkin: los peligros de despertar con Serge Gainsbourg

Se separaron en el año 80, tras 12 de relación, y Serge se mantuvo en su cabeza
larazon

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También la provocación, como el asesinato para ese genial heterodoxo que fue De Quincy, puede ser considerada una de las bellas artes. No ofende quien quiere, sino quien puede, lo cual implica habilidad, ingenio, alevosía y mala leche. Aunque todo esto haya sido banalizado por la cháchara virtual en la que vivimos.
Hoy cualquier cosa tiene la potestad de provocar. Ofende quien quiere y a veces hasta quien no lo pretende. Serge Gainsbourg, de la estirpe de Baudelaire y Boris Vian, provocaba de oficio, pero no toreaba de salón. Se la jugaba al ciento por ciento como quien vive de dar por saco al vecino bienpensante. Su hija Charlotte, a quien colocó con 12 añitos en la cama con él en el vídeo musical de «Lemon Incest» –una burrada que hoy sería directamente materia judicial–, aseguraba hace unos días en una jugosa entrevista en «The Guardian» que «todo ahora es tan políticamente correcto. Muy aburrido. Todos viven muy asustados de lo que sucederá si van demasiado lejos. Unos pocos tuits contra un artista y ya está hecho: su carrera ha terminado».
Gainsbourg hoy no hubiera durado ni medio tuit. Pero curiosamente el malditismo kamikaze del trovador francés sigue imantándonos tantas décadas después. Para Jane Birkin, su pareja, su musa y su cómplice en las noches libertinas y las sesiones fotográficas subidas de tono, la importancia de Serge es tal que marca la línea divisoria de sus memorias. La primera parte, su vida con Gainsbourg. La segunda, que ve la luz ahora en Francia, después de él. Pero «después» no significa «sin» él.
Se separaron en el año 80, tras 12 de relación, y Serge se mantuvo en su cabeza. Cuando murió en 1991, «mi vida quedó en el caos», confiesa la británica que enamoró (y escandalizó ) a Francia tras aparecer con 21 años de la mano del cantautor interpretando aquel orgasmo que recorrió todas las radios piratas del mundo: «Je t’aime... moi non plus».
Sus memorias beben directamente de los diarios que compuso en aquella época, y ella misma se sorprende de hasta qué punto la sombra de Gainsbourg se proyecta en sus propios malos hábitos: «Bebí mucho... una locura. Es una locura escribir un diario y recordar todas las cosas que hicimos e incluso la sorpresa de dónde nos encontramos cuando nos despertamos». Sábados noche y domingo mañana. La inseguridad se filtra en las palabras de Birkin. «Yo solo era una chica mona y él, un genio», viene repitiendo hasta la saciedad.
De las grandes actrices de su momento envidiaba unas cualidades que creía no tener en absoluto. Mujeres como Natassja Kinski o Fanny Ardant. O como tantas otras que pasaron por las manos tiznadas de «gitanes» de este excelso feo que, al menos durante 12 años, encontró en Birkin una mujer a la altura de su provocación.