Jordi Soler: «El único camino a casa es la memoria»
Presenta «Usos rudimentarios de la selva», una obra con ecos autobiográficos de su México natal.
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Presenta «Usos rudimentarios de la selva», una obra con ecos autobiográficos de su México natal.
Jordi Soler nació en 1963 en La Portuguesa (Veracruz, México) y es allí donde se encuentra su paíso literario, el escenario de los episodios que forman parte de un delicioso libro titulado «Usos rudimentarios de la selva» y que acaba de publicar Alfaguara.
–¿De dónde salen estos «Usos rudimientarios de la selva»?
–Como habrá notado, este libro es pariente de tres anteriores: «Los rojos de ultramar», «La última hora del último día» y «La fiesta del oso». Son tres historias autobiográficas de La Portuguesa que el editor tuvo la idea de reunir en una trilogía quedando yo convencido que, en efecto, lo es. Después he hecho un recorrido por otros temas, más bien por personajes excéntricos. Así que ahora he vuelto a La Portuguesa.
–¿Por qué ese retorno?
–Por una urgencia casi física. He descubierto que el único camino a casa es la memoria. Y aquí me tiene: escribiendo sobre La Portuguesa. Este nuevo libro ha abierto el grifo de aquel territorio y estoy trabajando en una novela que transcurre en este mismo lugar. Sospecho, bueno, no sé si lo sospecho, pero tengo la impresión de que no volveré a salir de La Portuguesa. Me siento verdaderamente abducido por el tema.
–Es un libro de cuentos, pero da la sensación de que tenemos un libro repleto de pequeñas novelas.
–Sí, aunque también puede verse como una novela en doce cuadros. Sergi Pàmies dice que se trata de una autobiografía cuántica. Son cuentos que, desde luego, tienen elementos autobiográficos importantes. Hay también un empeño, y que me parece evidente, en colaborar con la discusión que existe ahora con la naturaleza. Me refiero a que está vista en el siglo XXI de una manera un tanto ingenua desde mi punto de vista. Todo es culpa de Thoreau y su «Walden», de la idea de que las caminatas por el bosque vivifican. Hay esa idea ingenua de que la naturaleza nos ama.
–Usted propone lo contrario en el libro.
–Sí. La naturaleza no nos ama, es salvaje. Quizá a lo largo de todos estos siglos en los que nos hemos ido separando de ella es posible que la naturaleza ni siquiera nos estime y que nos deteste. Esa es una de las ideas que gravita sobre el libro.
–¿Puede verse «Usos rudimentarios de la selva» como deudor de cierta literatura? Estoy tratando de evitar lo de realismo mágico en la pregunta.
–Ya le entiendo. (Risas) Me defiendo diciendo siempre que estas historias que cuento y que pasan en la selva no son realismo mágico sino realismo puro y duro. No hay magia. Si hablo de un elefante es porque había uno. Quizá lo que pasa aquí es que los escritores latinoamericanos que hemos echado mano de la selva para escribir simplemente retratamos la selva. Aquí hay poca magia. Sí realismo con un grado especial de dureza.
–Hay dureza, pero también erotismo, humor o melancolía, como pasa en el cuento protagonizado por un poeta.
–Sí, porque pocas cosas tan melancólicas como ver a un poeta dormido alejándose en un tren. Sí, hay todo eso y tiene que ver con la riqueza del plató dentro del que están escritas las historias. Son, creo, también historias en las que el silencio interviene de manera importante. Los personajes callan muchas cosas, probablemente las más importantes: lo que debería decirse y no se dice.
–Una de las cosas que hace en el libro es jugar con el tiempo. El lector puede pensar que lo narrado transcurre ahora o en el pasado.
–El territorio se presta para pensar que es remoto. Pero me gusta lo que rescató la editora en la contraportada del libro cuando dice que son relatos de hoy, del siglo XXI. Es importante decirlo porque es un territorio, México, y esto es real, que se ha quedado anclado en otro siglo. Aun cuando las historias pudieran estar sucediendo ahora mismo, se trata de un sitio remoto del país que va a destiempo, del siglo XVII o XVIII, de cualquier época después de la llegada de los españoles a México. Es un sitio que va a contrapelo de la realidad.
–Ser realista, ¿también quiere decir ser desmitificador?
–Es también uno de los intentos de las historias. Por un lado, me interesa el mito de la naturaleza en el siglo XXI. Me illama la atencióna porque soy un caminante del bosque y los campos y he nacido en una selva. También late una violencia de base en todas las historias, una violencia orgánica que existe en esta parte de México, un estado económicamente deprimido en esta zona. Allí la violencia es parte indisociable del paisaje. Son pueblos donde es habitual que la gente desaparezca y donde es frecuente que se piense que los que han desaparecido han sido asesinados. Son pueblos en los que la gente sale de la cantina y se lía a machetazos. Son territorios en los que la gente muere joven porque no se pueden curar las enfermedades por estar en territorios tan apartados de la civilización.
–Y todos estos elementos van surgiendo en «Usos rudimentarios de la selva».
–Sí, esa es la intención. No se trata de una denuncia, sino de integrar esta realidad que es indisociable con este paisaje. Esta selva, sin ese elemento salvaje, quedaría incompleta. De hecho, esa es otra de las defensas para negar que sea realismo mágico.