Juan Eslava Galán: «No es que los suecos roben menos, es que las instituciones no les dejan»
Ahora está inmerso en contar a los lectores los pecados. Empezó con la «Lujuria» y ahora ha hecho un tratado sobre la «Avaricia», ambos de Destino
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Ahora está inmerso en contar a los lectores los pecados. Empezó con la «Lujuria» y ahora ha hecho un tratado sobre la «Avaricia», ambos de Destino
Cada vez que me encuentro con Juan Eslava Galán, amigo entrañable, admirado colega y sabio sonriente, me dan ganas de quedarme a charlar con él toda la vida. Lo mismo da el asunto. Sabe tanto de todo, lo cuenta tan bien y con tan poca arrogancia, que sólo apetece escucharle. En las dos últimas citas profesionales hemos hablado de pecados. O sea, de la vida, que siempre es pecaminosa en alguna de sus caras. Por esoestos nos parecen tan cercanos. Y más aún si son los capitales. Pensé que hablaríamos de los siete, pero no. Comenzamos por la «Lujuria» (Destino) el primer día y terminamos repasando la «Avaricia» (Destino) para esta entrevista. «Realmente no fui yo quien lo eligió. Me hubiera gustado más seguir con la gula, pero el editor me dijo que por cuestiones de oportunidad política interesaba más la avaricia. Y no me apetecía nada cabrearme con los políticos, pero soy un profesional y hago lo que se me manda. Ya no voy a hacer más, porque tengo otros proyectos y no quiero tirarme año y medio dedicado a los pecados capitales».
Sin soberbia
Si se tiene en cuenta la velocidad de escritura de Juan, si habla de proyectos hablará de uno al mes, porque es uno de nuestros escritores más prolíficos. «Ya voy frenando –dice Juan–, me pesan los años». Se los notará él. Los demás le agradecemos que los cumpla y siga siendo tan joven como para zurrarle la badana a los avariciosos españoles, que no sé si son como los demás. «Yo diría que la avaricia es un vicio universal. Y más que avaricia, la Iglesia tenía que haber dicho codicia, porque la avaricia no hace daño a nadie. Si yo gano un dinerito y me lo guardo, no hay tanto engaño social como con la codicia, que provoca que nunca se tenga bastante. Y el libro es oportuno porque, evidentemente, es uno de nuestros problemas, aunque el vicio nacional sea la envidia». Eso está claro. Lo que pasa es que un pecado no quita al otro. «Por supuesto. Pero los pueblos también van evolucionando. Hace unos siglos los extranjeros que venían a España estaban de acuerdo en que el vicio nacional era la soberbia. Eso lo hemos ido perdiendo. Más bien ahora nos autoflagelamos muchas veces. Pero nos queda la codicia, que es un vicio universal. Lo que ocurre es que quizá somos una democracia muy joven y no hemos desarrollado los anticuerpos necesarios. Porque no es que los suecos roben menos que nosotros, es que allí las instituciones no les dejan».
Lo cierto es que hay unos cuantos codiciosos españoles anteriores a la democracia. De hecho, en el libro de Eslava Galán aparece como tal con mayúsculas el Duque de Lerma. «Él fue quien cambió la corte de Madrid a Valladolid en tiempos de Felipe II, simplemente para especular, porque previamente había comprado un montón de terrenos allí, que luego vendió con sobreprecio a los cortesanos que se veían obligados a desplazarse a Valladolid». Ése inaugura los pelotazos inmobiliarios en España. Pero es el primero de muchos. «Y no solo eso, sino que numerosos de sus artífices se han escapado indemnes, como el propio Lerma. O los Pujol, que no hay quien los meta en la cárcel. A la Pantoja, que es una roba gallinas, la meten en la cárcel, pero a los Pujol no». Ese es uno de los grandes misterios de la Historia. ¿Será que existe un protector de los super codiciosos mientras que los codiciosillos pagan por todos los demás en el mundo entero? «Desde que Roma instituyó el Derecho Romano, siempre ha habido dos justicias, una para los pobres y otra para los ricos. Si robas mucho y eres rico te vas de rositas. El pez grande rompe la red y el pequeño se queda en ella. Si eres pequeño te empapelan o te meten en la cárcel. Si dejas de pagar 300 euros a la Agencia Tributaria te meten un puro. Sin embago, si has estado robando y haciendo esas cuentas de Gran Capitán que hacen los grandes clubes de fútbol, que suelen estar regidos por señores que tienen que ver con la economía y el dinero a lo grande, no pasa nada. Porque, ¿quién se va a meter con el Barça o el Madrid?».
El caldero de Pujol
Lo que está claro es que, quien sea que meta la mano en la saca, parece que solo nos importa cuando las cosas no van bien. «Claro. Toda esa gente que ha metido la mano en el caldero como los Pujol, empezó a hacerlo en los Juegos Olímpicos, del mismo modo que en Sevilla ocurría con la Expo y luego con las autovías. Y todo eso era un absoluto escandalazo, pero...». Hay tantos casos de codicia recogidos en el libro de Eslava Galán que resulta difícil señalar uno como el más flagrante, pero él lo tiene claro. «Si nos remontamos un poco en la historia, uno de los casos más bonitos es el del aceite de Redondela, donde desde el Gobierno rellenaron de aceite aquellos depósitos que eran alquilados, para, como en la fábula bíblica del rey en Egipto, que los años de vacas gordas compensaran los de vacas flacas. Luego cuando los abrieron no había aceite ni para aliñar una ensalada. Fue un caso brillante de llevarse la pasta por la cara». Esos que se llevan el dinero y no pasa nada, es porque logran mucha cantidad, como hemos dicho, o porque lo hacen con más inteligencia. Vamos, no como la Pantoja y su «Cachuli». «El caso de la Pantoja es que fue muy burdo. Julián Muñoz fue antes camarero que alcalde. Son unos auténticos robagallinas. Tenían que caer. Ni siquiera tuvo la astucia de su predecesor y maestro, que era Gil. Cuando se reunía con cualquier constructor ponía la servilleta sobre la mesa y decía: ‘‘Este es el terreno que tú tienes’’. La doblaba. ‘‘Y esto es lo que me vas a dar a mí’’. Y luego la volvía a doblar y decía: ‘‘Esta parte es lo que le va a dar al Ayuntamiento». Él sabía a quién tenía que repartir. Así estaban todos contentos. Pero éste se olvidó de repartir y claro, le metieron un puro». Si es que hasta para ser avaricioso hay que valer...