«La Nena» de los Novísimos
Hubo una vez cierta orilla izquierda de la cultura que era como un faro que cabeceaba en los lindes de Francia. Madrid, por entonces, era zona mesetaria aunque ya se avizoraba el alcalde políglota y la movida, pero mientras tanto alguien acuñó la frase: «Moix, Moix, exíjase la marca». Porque en una Barcelona envidiada desde Madrid, dos hermanos, Terenci Moix y Ana María Moix eran como la espuma de los días. Ana María tomó asiento en el trono que fabricó Castellet en su famosa antología de los Novísimos (1968). Y luego, como las estrellas fugaces, de 1969 a 1973, publicó tres poemarios, «Baladas del dulce Jim», «Call me stone» y «No time for flower», narrativa y un libro delicioso de relatos, «Ese chico pelirrojo a quien veo cada día». Con su segundo libro de cuentos, «Las virtudes peligrosas», consiguió su Premio Ciudad de Barcelona 1985.
En esa orilla izquierda reinaba Carlos Barral y ejercía de gran dama Esther Tusquets. Nuestra memoria retrocede unas décadas y recuerda a Barral guiando una procesión de poetas y críticos: él con la camisa abierta, gran cadena al cuello y bastón en la mano. O a Esther Tusquets, con su mirada inteligente y su sensibilidad europea. Ahora que se ha ido Ana María Moix, La Nena (a ver esas fotos de Colita de ella con su gorro marinero o en la compañía de su hermano Terenci), seguramente sentiremos nostalgia no sólo de una literatura que ya cristaliza en las bibliotecas, sino sobre todo de un tiempo donde lo cosmopolita, lo que miraba lejos de las cucañas y de los rompeolas (como diría Loquillo) intentaba prometer nuevas fronteras y abiertas ventanas. Fue un tiempo donde parecía nacer una nueva casa europea, pero es que así son los sueños de Alicia/Moix, luego viene el despertar y verse en la granja de Orwell.