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La segunda muerte de Michael Jackson, diez años después

Los escándalos sexuales destapados por el documental «Leaving Neverland» han dañado muy seriamente la imagen del músico. Vetado en algunas radios, pero aún admirado por su música, ¿logrará ser un artista inmortal?

La segunda muerte de Michael Jackson, diez años después
La segunda muerte de Michael Jackson, diez años despuéslarazon

Los escándalos sexuales destapados por el documental «Leaving Neverland» han dañado muy seriamente la imagen del músico a una década ya de su misteriosa muerte. Vetado en algunas radios, pero aún admirado por su música, ¿logrará ser un artista inmortal?

Diez años sin el Rey del Pop. Un apodo que, todo hay que decirlo, fue impuesto por el propio Jacko mediante el brazo armado, culturalmente hablando, de su todopoderosa disquera y sus cadenas de distribución. Diez años que van del festival nostálgico y febril a las puertas del Apollo en el día de su muerte, en el teatro de Harlem donde actuó de niño y fue despedido en ausencia como un emperador inca o una criatura celeste, y alcanzan al estreno en HBO de «Leaving Neverland». Un devastador y, todo hay que decirlo, parcial documental que lo retrata como un monstruo. Una criatura hambrienta de niños, con los que se entregaba a toda clase de perversiones.

Una película a machamartillo, con los testimonios de varias supuestas víctimas pero sin ninguno de los allegados, familia, amigos, profesionales varios, que salieron y todavía salen a defenderlo. Una obra, en definitiva, que cercenaba cualquier visión contraria a sus tesis y que sigue la pauta actual de la censura: no tanto fijarse en la obra, en las letras, que parecen no importar, que en realidad no interesan a casi nadie, sino en la biografía del artista. En si vive o trabaja a la altura de los versos, si existe una coherencia que vaya desde el disco al catre pasando por la cuenta corriente, el apoyo a causas emponderadas y la necesaria conciencia ecológica.

Desde que apareció «Leaving Neverland» varias emisoras de radio han vetado su cancionero. Por ejemplo, la canadiense MediaWorks, cuyo director, Leon Wratt, detallaba en un comunicado que el autor de «Thriller» «no se encuentra actualmente en ninguna de las listas de reproducción de las estaciones de Radio MediaWorks». Pero ojo, que la responsabilidad es de la audiencia. Los censores, por su lado, trabajarían para asegurarse de que «nuestras estaciones de radio estén reproduciendo la música que la gente quiere escuchar».

Aún en la brecha

Con todo, un vistazo a las cuentas que ofrece Spotify nos revela que Michael Jackson tiene una media de 21.734.024 oyentes mensuales. Un número que lo sitúa como el 85 en una lista mundial. Algo que no está nada mal habida cuenta de que la práctica totalidad de los músicos presentes son artistas del actual r&b, raperos varios y, en general, ídolos que rara vez superan los 30 años. De los grandes caballos de batalla del pop, de los nombres señeros de los ochenta, solo Madonna sigue en pie, por más que su nuevo disco sea un batiburrillo poco inspirado, mientras que Prince, fallecido en 2016, su igual por tantas razones durante años, llevaba años fuera de foco.

En el caso del crío que reinó con los Jacksons 5, pupilo de Quincy Jones y hombre elefante del gran circo mediático en que transformó su propia vida, todavía le quedan partidarios. Para empezar, su hermana Janet, que en declaraciones a «The Sunday Times» ha comentado que en su opinión la música de Michael perdurará. «Me encanta cuando veo a los niños emularlo –añadió–, cuando los adultos aún escuchan su música. Simplemente te permite saber el impacto que mi familia ha tenido en el mundo». «Espero no sonar arrogante de ninguna manera –comentó la pequeña del clan–, solo estoy diciendo la realidad. Es realmente obra de Dios, y estoy agradecida por eso».

Pero el agradecimiento y la devoción de Janet están lejos de limpiar los pecados denunciados por Wade Robson y James Safechuck, los niños que acusaron a su hermanísimo. El primero tenía 5 años cuando conoció al cantante. El segundo, 8. Ambos acabaron en el rancho de nunca jamás, rodeados de regalos fastuosos, que al decir de unos compraban la voluntad de los padres y según otros no eran sino las aparatosas y exóticas manifestaciones de cariño de un hombre incapaz de madurar, anclado y amarrado a la loquísima criatura que él mismo había construido, reo de su imagen, devorado por el personaje, pero nunca, jamás, el pederasta o depredador infantil que muchos dan por hecho.

Lo cierto, y no se está recordando mucho estos días, es que los acusadores no dijeron lo mismo cuando pudieron hacerlo delante del juez. Los ejecutivos y abogados encargados de velar por el patrimonio del artista escribiera en su día un comunicado durísimo en el que acusaban al director de «Leaving Neverland» de filmar «un asesinato propio del que sometieron a Jackson los diarios durante su vida, y ahora que está muerto». «La película –abundaban– realiza acusaciones no corroboradas que supuestamente sucedieron hace 20 años y las da como si se trataran de hechos. Los dos acusadores declararon bajo juramento que estos eventos nunca ocurrieron. No han aportado pruebas independientes ni en apoyo de sus acusaciones, lo que significa que toda la película depende únicamente de la palabra de dos perjuros».

¿Qué resta? Pues un lío muy confuso mezcla de leyenda y sospechas, denuncias y arcadas. La estela de un monstruo cuidadosamente esculpido por el finado a golpe de escándalo, extravagancia, compras absurdas, ruinas y fotografías. La memoria de sus operaciones de cirugía, sus instantáneas con sus hijos en el balcón, el proceso judicial, donde fue absuelto, y los millones de dólares que habría pagado a los padres de otro niño.

Eso y los discos, claro. Luminosos, potentes, repletos de imaginación y visiones de un pop que partía de los logros de Marvin Gaye y alcanzaba a desbrozar mucho de lo que vimos luego. Las historias graciosas, los delirios, hicieron mella y hoy cuesta separarlos de la grandeza cegadora de unos discos, al menos hasta el «Bad», por los que no pasa el tiempo.

Habrá que ver cómo tratan los años venideros –pues una década no es nada en este sentido– la música, el prestigio y la imagen de un hombre que fue admirado pero también criticado en vida y cuyos diez primeros años fuera de este mundo no han pasado inadvertidos.