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La última inquietud de John Steinbeck

Mañana se cumplen cincuenta años de la muerte del autor de «Las uvas de la ira» y «Al este del Edén», premio Nobel en 1962, cuyas obras muchas veces se han adaptado al celuloide, en ocasiones con él mismo como guionista.
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Mañana se cumplen cincuenta años de la muerte del autor de «Las uvas de la ira» y «Al este del Edén», premio Nobel en 1962, cuyas obras muchas veces se han adaptado al celuloide, en ocasiones con él mismo como guionista.
Un viaje a la California de hoy nos llevaría aún a lo que John Steinbeck recreó en su literatura. Es posible visitar su casa natal en Salinas, donde nació en 1902, ciudad en la que se basó para que la familia Joad emigrara desde su «erial polvoriento» al oeste en «Las uvas de la ira»; también, atravesar el valle de la región, también conocida como Steinbeck Country, donde vivía un lacónico agricultor de lechugas con sus dos hijos en «Al este del Edén», con un James Dean, en su adaptación fílmica, que ayuda a su padre a salir de la ruina económica; el mismo actor que, ya despojado de su personaje, se estrellaba mortalmente en un lugar vinícola y agrario cercano, llamado Paso Robles, en 1955, conduciendo su Porsche Speedster. Se trataba aquella de una novela sobre este granjero californiano que tenía dos hijos, Cal y Aron, de los que se ocupaba con muchas dificultades, sobre todo cuando, a partir de un momento dado, el primero de ellos, siempre pensando que era huérfano, se enteraba de que su madre aún vivía y que, además, dirigía un burdel local. Una novela que, en su trasfondo, versaba sobre la bondad, sobre la búsqueda de la dignidad en el mundo del trabajo, sobre la injusticia de que unos pasen calamidades mientras otros naden en la abundancia.
Ese fue el núcleo narrativo de Steinbeck, en lo que reflexionó desde la juventud gracias en parte a sus viajes por Estados Unidos, siempre comprometido con las clases más desfavorecidas. En «Los vagabundos de la cosecha», que la editorial Libros del Asteroide publicó en 2015, por ejemplo, cuando era solo un joven y prometedor escritor, reflejó la durísima realidad que la fotógrafa Dorothea Lange, contratada por el Gobierno federal, había documentado en torno a la situación de los granjeros que, por culpa de una sequía que asoló el medio oeste de Estados Unidos, tuvieron que vagar por doquier ofreciéndose como temporeros para la cosecha. Los reportajes al respecto de Steinbeck, publicados en 1936 en «The San Francisco News», se convirtieron en todo un clásico del género periodístico, y le sirvieron para documentarse con vistas a preparar «Las uvas de la ira» (1939), que obtuvo el Premio Pulitzer y que describía el drama de la emigración de una familia, la citada Joad, que se veía obligada a abandonar su hogar, junto con otros miles de personas de Oklahoma y Texas, aunque al final en vano, rumbo a la tierra prometida californiana.
Viajes en autocaravana
En la célebre historia que protagonizará en el cine Henry Fonda con la dirección de John Ford, Steinbeck hablaba de la «Mother Road», la ruta que utilizaban los que emigraban hacia California y que había sido concebida en los años veinte para unir las zonas rurales con las ciudades, en busca de nuevas oportunidades, tras la Gran Depresión, pero fueron los admiradores de Jack Kerouac, autor de «En la carretera» (1957), los que la convertirían en un lugar de peregrinación asociado a la Beat Generation. Steinbeck aún tuvo tiempo de ver cómo en la literatura de la época se ponía de moda atravesar el país con diferentes pretextos –moriría en Nueva York el 20 de diciembre de 1968, hace pues cincuenta años, uno después de que cubriera la guerra de Vietnam para una revista, en la que sus hijos participaban como soldados–, pero lo cierto es que él lo llevaba haciendo desde siempre, incluso por vías que no eran propiamente las de los caminos polvorientos de los migrantes.
Fue el caso de «Por el mar de Cortés», inspirado en un trayecto que hiciera en 1940 con su amigo, y defensor del pensamiento ecológico, el biólogo marino Ed Doc Ricketts, durante seis semanas, en un barco sardinero con el que recorrieron más de cuatro mil millas: desde la bahía de Monterrey, bordeando la península de Baja California, hasta el mar de Cortés. Asimismo, «Viajes con Charley. En busca de Estados Unidos», sería el resultado de una peripecia al volante de 1960, acompañado por su perro caniche Charley, cuando el escritor recorrió treinta y cuatro Estados norteamericanos a bordo de una autocaravana a la que llamaba, quijotescamente, Rocinante. El curioso libro, que llegó a ser un superventas, sería el preámbulo del hito de la popularidad del autor, cuando en 1962 le fue concedido el Nobel por su «escritura realista e imaginativa, combinando el humor simpático y la aguda percepción social», pero que despertó muchísimas críticas tanto en Suecia como en Estados Unidos, como si su calidad literaria no mereciera tal reconocimiento.
Curiosamente, en 2012, gracias a la apertura de los archivos del Nobel, se descubrió que Steinbeck era una «opción de compromiso» entre una lista de otros nombres de prestigio como Robert Graves, Lawrence Durrel o Karen Blixen, que jamás lo recibieron. La obtención del premio venía justo un poco después de la que sería su última novela, «El invierno de mi desazón», que acaba de ver la luz en la editorial Nórdica con el pretexto de este quincuagésimo aniversario y en la que se adentró en cómo el dinero influía negativamente en la vida cotidiana de sus compatriotas; lo hace dándole vueltas a la idea confrontada entre el dinero producto del trabajo y el heredado a partir de las peripecias y dilemas de Ethan Allen Hawley, un empleado y antiguo propietario de una tienda de comestibles que, de golpe y porrazo, modifica sus principios un día que no es un momento cualquiera, sino justamente un 4 de julio, día de la fiesta nacional estadounidense.
Muy atrás quedaban unos inicios profesionales que no habían sido en absoluto fáciles –tras dejar la Universidad de Stanford antes de graduarse, había trabajado de obrero, campesino, albañil o vigilante nocturno–, hasta que pudo consagrarse del todo a la escritura, en especial desde la aparición de su primer éxito, «Tortilla Flat» (1935); esta obra, de tono picaresco y que vendría a caricaturizar, mediante sus humildes personajes, las aventuras de los caballeros de la Mesa Redonda del rey Arturo, y ambientada en Monterrey, se vería en la gran pantalla gracias a Victor Fleming, que contó con Spencer Tracy y Hedy Lamar entre el reparto de actores. Más adelante, llegarían relatos redondos como «De ratones y hombres» (1937), que cuenta la dramática historia de dos trabajadores de rancho que vagabundean, de nuevo, por la California de la Gran Depresión.
Un escritor de cine
A Steinbeck le esperarían experiencias tan cruentas como la Segunda Guerra Mundial, a la que acudió en calidad de reportero, o tan próximas para él por estar relacionadas con el mundo de Hollywood; así, sería el guionista de la película «¡Viva Zapata!», dirigida por Elia Kazan y protagonizada por Marlon Brando y Anthony Quinn, y que narraba cómo un grupo de campesinos mexicanos conseguían transmitir al presidente del país que sus tierras les habían sido robadas y cómo, al no darles nadie una respuesta satisfactoria, Emiliano Zapata se hacía guerrillero y lideraba una revuelta en contra del gobierno corrupto... Un argumento este, como el de los refugiados en otras tierras más prósperas y que pasan miserias y calamidades en pos de encontrar un destino esperanzador, que no pasan de moda. Y es que, a tenor por el interés que todavía demuestra el mundo editorial y audiovisual por él, podemos decir que Steinbeck es, ciertamente, en pleno siglo XXI y seguro que por mucho tiempo, un escritor de cine.