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Lars Von Trier y Spike Lee, contra el mundo

El danés regresó a Cannes tras ser declarado «persona non grata» con la dura y autorreferencial «The House That Jack Built», mientras que el afroamericano no ahorró andanadas contra Donald Trump.
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El danés regresó a Cannes tras ser declarado «persona non grata» con la dura y autorreferencial «The House That Jack Built», mientras que el afroamericano no ahorró andanadas contra Donald Trump.
-A Lars von Trier se le ve derrotado. Barba profusa, mirada perdida, kilos de más, la enésima depresión de caballo, exceso de alcohol, o eso dice. Amenaza con retirarse, aunque probablemente la ovación que recibió antes del estreno de «The House That Jack Built», presentada ayer fuera de concurso, le haga cambiar de opinión. A no ser que las deserciones indignadas durante la sesión de gala y los delitos de odio tuiteados le hayan hundido más en la miseria. Es lo que tiene tocar las narices: luego, te escupen bilis. Tampoco había para tanto escándalo: al pobre Lars se le tienen ganas, sobre todo desde que el mismo Festival de Cannes le declaró «persona non grata» por haberse confesado nazi en 2011. Otra salida de tono, tan autoflagelante y cínica como la de buscarse un «alter ego» tan políticamente incorrecto como un asesino en serie. Porque sí, Jack (Matt Dillon), psicópata que cree en el crimen como una de las bellas artes, es Lars Von Trier.
«Alguna gente dice que las atrocidades que cometemos en la ficción responden a aquellos deseos profundos que la civilización controlada no nos permite cometer, y por eso los expresamos a través del arte. No lo creo. El cielo y el infierno son lo mismo. El cielo es para el alma y el infierno es para el cuerpo». Habla Jack (Von Trier), que, a través de cinco episodios aleatorios sobre su vida como psicópata y un epílogo, examina, con la ayuda de la voz de su conciencia (Bruno Ganz), la estupidez humana y el sentido del arte para transfigurar una identidad tan rota y sangrante como la del cineasta danés.
En un brillante destello de genio, ilustra ese discurso escéptico con momentos de sus propias películas, por si no nos ha quedado claro que el filme, además de ser una generosa e impúdica sesión de psicoterapia, es un ensayo sobre su propio cine. En el plano teórico, «The House That Jack Built» es una obra estimulante y provocativa, pero, en la práctica, por muy cruel que sea la violencia infligida a las víctimas («Anticristo» sigue imbatible), no consigue reventar su propia burbuja. Dos horas y media son excesivas incluso para una película que se permite disecar el cadáver de un niño. En cierto modo, Von Trier acaba siendo esclavo de su propio dispositivo: acompañando a Jack durante todo el metraje nos hacemos inmunes a su angustia existencial y, por supuesto, a sus ocho millones de maneras de matar la inocencia.
La América xenófoba
Spike Lee llevaba casi tres décadas sin aparecer por la sección oficial de Cannes, por lo que «BlacKKKlansman» se esperaba como un «comeback» en toda regla. Que Donald Trump sea presidente es un blanco fácil para alguien acostumbrado a matar moscas a cañonazos, aunque Lee, que no paró de llamarle «motherfucker» durante la rueda de prensa, solo establece vínculos explícitos con el renacer de la xenofobia en la América republicana al final de la película, cuando utiliza imágenes documentales de ataques de los supremacistas blancos en el 2017 para demostrar que el KuKluxKlan está más vivo que nunca.
Basado en un caso real y ambientado en el Colorado de los setenta, el filme explica la historia de un policía negro que se infiltró en el KuKluxKlan. Es una idea brillante, en cuanto que Rob Stallworth (John David Washington) se ve obligado a desdoblarse en imagen (un disfraz, una máscara: un hombre blanco) y sonido (una voz también enmascarada: un negro que ha pulido su acento). El cine se reinventa para luchar contra sí mismo: si Spike Lee localiza la celebración pública del KuKluxKlan en «El nacimiento de una nación», a su vez origen del «blockbuster» y del lenguaje del cine clásico, y en su permutación en Technicolor, «Lo que el viento se llevó», es lógico que reivindique su contraplano –el cine militante en clave de sátira para multisalas– como antídoto. Lee lo tiene clarísimo: «Me da igual lo que digan los críticos. Con esta película estamos del lado correcto de la historia». Por lo demás, como le ocurre a Lars Von Trier, le resulta muy difícil deshacerse de sus marcas de estilo: momentos hilarantes pintados con brocha gorda, guion deslavazado y tesis en mayúsculas y en rojo sangre, coronada por la bandera americana al revés que vira a blanco y negro. Eficaz y contundente, pero mucho menos lograda que la singularísima «Chi-raq».