Dalí, el chef más surrealista
Delirante, como toda su obra. Como todo él. Se reedita el inclasificable «Las cenas de Gala», un volumen agotado en 1973 y que nos invita a sentarnos a la onírica mesa del genio. Buen provecho
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Delirante, como toda su obra. Como todo él. Se reedita el inclasificable «Las cenas de Gala», un volumen agotado en 1973 y que nos invita a sentarnos a la onírica mesa del genio. Buen provecho
Basta con recordar, o buscar, el vídeo de alguna de las mareantes y legendarias comilonas de Dalí (1904-1989) para cerciorarse de que la relación del de Figueras con los alimentos iba más allá. Un festival. Citas en las que había cabida para prácticamente todo: hombres pájaros y mujeres caballo, bandejas repletas de ranas –aún vivas–, monos, zapatos que bien valían como platos, leones bebiendo de las botellas, disfraces, risas, vajillas de bien... Allá donde «con un tenedor en la mano un hombre se manifiesta tal como es». Extravagancia a raudales puesta sobre el mantel y sus alrededores. Muy de él. Surrealismo. Dalí y el universo gastronómico son dos ingredientes que –pongámonos culinarios– maridan a la perfección. Ni su querida Gala se libraba cuando la reclamaba al grito de «Oliveta» –entre otros: «Galuchka», «Gradiva», «Buribeta», «Solibubuleta»...–, como diminutivo de oliva en catalán.
Sus pinturas y su arte siempre estuvieron ligados al mundo de la mesa: desde el «Teléfono afrodisíaco» (1936) al «Retrato de Gala con dos costillas de cordero en equilibrio sobre su hombro» (1934), pasando por su «Autorretrato blando con bacon frito» (1941) o la imagen de ese cuerpo femenino vestido únicamente con una langosta. Era uno de sus platos. «Me encanta comer armaduras; en una palabra, todo lo que es crustáceos... que tan sólo serán vulnerables a las imperiales conquistas de nuestros paladares, tras haberles quitado sus caparazones». Algún buen catador le chivó que ése era el camino y, pronto, sus sentidos empatizaron sin remedio: «Es necesario que se me diga que un plato es un manjar excepcional para que mis papilas gustativas reaccionen favorablemente», dejó grabado el artista. Huevo, pan y queso que tampoco falten, que de ellos surgieron ideas como «La persistencia de la memoria» (1931). Ni la carne, por supuesto. La comida fue parte de su gozo y de su inspiración, la cual «nace en mi interior y se propaga a través de mis vísceras (...) Atribuyo a toda clase de alimentos en general valores estéticos y morales esenciales».
En el lado contrario también tenía claras sus preferencias. Nada de alimentos con aspecto raro e inconcebible. Y ahí encontró la espinaca como la antítesis de su marisco fetiche. «De hecho, tan sólo me gusta comer aquello que tiene una forma clara y comprensible para la inteligencia. Si detesto ingerir esas horrendas y degradantes hortalizas llamadas espinacas es porque las espinacas son informes, al igual que la Libertad. Por tanto, sé con toda exactitud, con ferocidad, lo que quiero comer», reflexionaba.
Y llegó el día en el que visitó el restaurante Maxim’s para degustar el menú que los chefs parisinos elaboraron en la cena de gala que el Sha Mohamed Reza Pahlevi había organizado para celebrar los 2.500 años del Imperio persa. La explosión de sabores fue tal que al catalán se le dispararon los sentidos ante semejante despliegue y decidió entonces elaborar su propio libro de recetas –para situar a la figura culinaria, en su autobiografía, «La vida secreta de Salvador Dalí», apuntó que a los seis años la cocina ya se había convertido en su obsesión. Allí comía hasta rozar el ahogamiento y se «colocaba» con los olores que emanaban las ollas y sartenes–. Fue el origen del volumen que ahora reedita –en francés, inglés, alemán, italiano y español– Taschen:–«Las cenas de Gala»–, el disparatado recetario que el artista publicó en 1973, con la ayuda de algunos chefs de «estrellados» restaurantes franceses como Maxim’s, La Tour d’Argent, Lasserre y Le Train Bleu, y que sigue las, a priori, tres formas de toda actividad daliniana: «Legitimidad, jerarquía y mística», reza el prólogo.
- Color, sabor y olor
El volumen se pregunta: «¿Acaso es otro libro de cocina, después de tantos otros publicados en un mercado ya ampliamente saturado?» No. En él, Dalí da rienda suelta a la «Gastro-Estética», que viene a ser la unión de dos artes perfectamente «combinatorias» como lo son la pintura y la gastronomía a través de sus colores, sabores y olores; y mezcla los platos de la vieja escuela con sus surrealistas creaciones. Congrio al sol naciente con elefantes portadores de enormes bandejas de comida; mejillones sorpresa con un paisaje que mezcla un bodegón en movimiento, un pájaro y una botella de anís; pavipollo al roquefort con la silueta de dos personajes que en su interior guardan unas mesas con vistas... Ciento treinta y seis preparaciones repartidas por doce capítulos –salpicados con otras tantas imágenes del Bosco– tan sugerentes como «Les caprices pincés princiers» (platos exóticos), «Les canibalismes de l’autemne» (huevos-crustáceos), «Les chairs monarchiques» (caza-aves), «Les spoutnicks astiqués d’asticots statistiques» (caracoles-ranas), «Les “je mange Gala”» (afrodisíacos)...
«Se trata no tan sólo de una quintaesencia gastronómica –escribe el prólogo de un libro que habría que completar con «Los vinos de Gala»–, avalada por los más renombrados maestros cocineros del momento, sino también de una creación esencialmente y específicamente daliniana, jamás soñada aún en un terreno tan vulgarizado, minimizado y reducido a su dimensión fisiológica». Páginas donde Dalí homenajea a Gala y a sus sentimientos. En las que el humor se entrelaza con referencias sensuales y eróticas, como la de algunas de sus fantasías en las que equiparaba el canibalismo con la ternura. «Todo empieza por la boca y, luego, se expande por el cuerpo con los nervios», apuntó. El genio veía en las mandíbulas «la herramienta más eficaz del conocimiento filosófico» y en «Las cenas de Gala» deja su enésima aportación a que el mundo avance hacia un lugar más erudito. Que no sano: «Es una obra dedicada tan sólo a los deleites del paladar. Que nadie busque en ella fórmulas dietéticas. Nos proponemos ignorar esas mesas y minutas en que la química ocupa el lugar de la gastronomía. Si usted es discípulo de uno de esos contadores de calorías que convierten los placeres de la mesa en una forma de castigo, cierre este libro en el acto; es demasiado vital, demasiado agresivo y en demasía impertinente para usted», apunta la reedición.
El concepto de «Gastro-Estética daliniana» que se acuña en este onírico volumen «constituye un elemento del todo constante y característico del pensamiento daliniano al condensar en una sola esencia parejas de nociones habitualmente opuestas, dispares, contradictorias e incompatibles, llevando a cabo la “coincidencia” de los opuestos” tan del agrado de la escolástica medieval y de la experiencia mística, y que hemos indicado pertenecen a la naturaleza “dioscúrica” de Dalí. (...) Proponemos denominar “Gastro-Estética” su actividad gastronómica, connotando un punto de partida existencial, vivido en la inmanencia vulgar y materialista para el no iniciado en el aspecto profundo, real, esencial, trascendental, sublimado, de las viviendas dalinianas, meta final de toda actividad o pensamiento dalinianos», define en «Las cenas de Gala».
Si existe una comida que esté tan reflejada en la carrera de Salvador Dalí como en su mente fue la langosta. Obsesionado con este marisco, el artista la inmortalizó en varias de sus obras, incluso con aires sensuales, quedando el «Teléfono afrodisiaco» (en la imagen) como el mejor de los ejemplos. Una de estas obras saldrá el 15 de diciembre a subasta por la fundación del poeta Edward James, uno de los mecenas de Dalí, con un precio inicial de 280.000 euros. En el lado contrario se encuentra «la otra», la mala: el saltamontes. La langosta conocida como egipcia o «de camp» –la misma que a principios del siglo XX asoló 250.000 hectáreas del campo español–, en Cataluña, es la responsable de las plagas y la que se repite una y otra vez en las obras del artista, según documentó Ian Gibson. «La historia de este terror continúa siendo para mí uno de los grandes enigmas de mi vida. ¡Langosta-insecto repugnante», espetaba Dalí.
«Las cenas de Gala»
Salvador Dalí
Taschen
321 págs,
49,90 euros