Danzad, danzad, benditas
A Irene Gracia le gusta situar sus novelas en terrenos artísticos como la música o la pintura –recordemos «Ondina o la ira del fuego», con la ópera como columna vertebral–, por eso no es de extrañar que en esta ocasión se traslade al mundo del ballet, situado en la Rusia Imperial, y más en concreto en el período de la Gran Guerra justo antes de la Revolución de 1917, con Isadora Duncan –pionera en cuestionar el ballet clásico– como fuerza inspiradora. Nadando entre lo real y lo fantasmal, asistimos a la historia de dos bailarinas, Roxana y Fedora, dos jóvenes de la alta burguesía de San Petersburgo que son expulsadas de la Escuela Imperial de Danza y que dependían de la tutela del zar. Una «jaula de oro» de la que pasarán a un internado, también de bailarinas, en la remota isla de Palastnovo, donde se enfrentarán a la doble moral de la institución. Entre trampas y destinos cabalga esta historia –que además es todo un estudio caracterológico– abordada como si de escritura revelada se tratara.
Voces contrapuestas
Onírica a ratos, salvaje en ocasiones, sirviéndose de dos voces contrapuestas, bitonales y cargadas de matices y fuerzas contrarias, dotadas de una agógica emocional sorprendente, la novela no solo aborda ese destino que muchos padres imponen a sus hijos –en la Rusia de comienzos del siglo XX, la mayor parte de los progenitores soñaban con que sus hijas se formaran como bailarinas en la Escuela Imperial porque se vivía un momento parecido al de la Italia renacentista, y el arte emocionaba en todas sus manifestaciones al pueblo ruso–, sino que, también, en este texto con tintes góticos que revela el lado más oscuros de sus vidas, las protagonistas descubrirán las fronteras difusas del amor, la intimidad, el aprendizaje y la sucesión de trampas del destino. Mientras en los palacios se desperdiciaba el caviar, en los hogares pobres el hambre se mataba a fuerza de col. La Revolución estaba por llegar, pero faltaba la revolución interna. Acaso, metáfora última, cuando somos conscientes de que la vida pone en su sitio a todo el mundo y nadie puede huir del destino. Porque aunque piensas haberte alejado de sus garras, estará en una esquina esperándote.
La parte más emotiva de este dueto corresponde a los pasajes del diario de Fedora. Durante la lectura nos damos cuenta de las visiones diferentes que tienen ambas protagonistas sobre un mismo suceso y que parece ser un único cuerpo con muchos «yoes» que se afana(n) en utilizar como máscaras para sobrevivir. Gracia consigue construir una danza de tinta misteriosa e introspectiva en la que se reconoce el buen pulso literario.