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Libros
María Moliner: el diccionario nacido en un salón comedor
Andrés Neuman novela la vida de la filóloga en «Hasta que empieza a brillar»; recupera así a la genial lexicógrafa en el 125 aniversario de su nacimiento

En la actualidad los glosarios enciclopédicos, los repertorios lexicográficos y los diccionarios temáticos han abandonado mayoritariamente su tradicional soporte en papel para recluirse en la omnipresente pantalla del ordenador. No por ello resultan menos útiles para calibrar el valor semántico de la lengua, sus polisémicas derivas y la necesaria cohesión del idioma. Desde que entre 1726 y 1739 la RAE publicara el «Diccionario de autoridades» se han ido sucediendo obras encaminadas a la rigurosa descripción del significado de las palabras. Baste recordar aquí el propio «Diccionario de la Real Academia Española», el «Diccionario ideológico de la lengua española», de Julio Casares; el «Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana», de Joan Corominas; y el «Panhispánico de dudas», dirigido al total de la comunidad hispanohablante. Pero si hay una obra de este género de particular propósito y configuración esa es el «Diccionario del uso del español», de María Moliner (Paniza, Zaragoza, 1900-Madrid, 1981). Se cumple ahora precisamente el ciento veinticinco aniversario del nacimiento de esta archivera, bibliotecaria, filóloga y lexicógrafa que abordaría casi en solitario, durante quince años y definiendo más de ochenta mil palabras, el ambicioso proyecto de reflejar la viveza del idioma, su cotidiana utilización y su agilidad comunicativa.
Biografía ficcionada
Andrés Neuman novela su vida en «Hasta que empieza a brillar». La biografía ficcionada es una modalidad narrativa que debe combinar la libre imaginación con el rigor analítico; así lo reivindica el autor en una breve nota final: «Este libro es una obra de ficción basada en vidas reales: investigamos para ganarnos el derecho a inventar». Una nutrida documentación original, el minucioso conocimiento de la bibliografía pertinente y el aporte de diversas semblanzas personales conforman el retrato de la genial lexicógrafa que continúa viviendo en los testimonios, informes y evocaciones de quienes la conocieron: «Estas y otras voces, desde diferentes campos, siguen tejiendo comunidad en torno a una figura generosa y múltiple como la lengua que amó». Las vicisitudes de la biografiada se alternan aquí con la figurada visita que le realiza en su casa, a principios de los 70, el poeta y erudito Dámaso Alonso, entonces director de la RAE, tratando este de justificar que no hubiera resultado elegida miembro de la Academia; en un segundo intento tampoco lo conseguirá, y la sombra de una cierta misoginia cultural planeará sobre este repetido fracaso con presunto culpable incluido: el «ogro», como se le nombra, Camilo J. Cela. Hija de un ilustrado médico rural, María Moliner se formará en el ámbito pedagógico de la progresista Institución Libre de Enseñanza con profesores como Ramón Menéndez Pidal y Américo Castro, y fascinada ya desde muy joven por la atractiva magia de las palabras. Para mejorar la situación económica del hogar el padre se traslada a Argentina, donde acabará formando otra familia; con contundente laconismo describía así María esta situación: «Una madre enferma, un padre ausente y ningún capital». Esto la llevará a buscar una temprana independencia económica que encuentra, a pesar de proceder de una formación académica en Historia y Archivística, en el Estudio de Filología de Aragón, convencida ya de la falsedad de «esa patraña de que una imagen vale más que mil palabras», según le gustaba denunciar. Casada con un catedrático de Física, madre de cinco hijos, de los que uno morirá prematuramente, contribuirá a fundar una escuela de inspiración institucionista sin abandonar sus quehaceres domésticos al frente de tan numerosa familia.
Durante la II República colaborará con entusiasmo en la iniciativa de las bibliotecas ambulantes gestionadas por las Misiones Pedagógicas, suscitando decisivamente el amor popular por la lectura: «¿Cómo no iba a ser útil la lectura si mejoraba la vida cotidiana, si fundaba una soledad asociativa, si ofrecía más experiencias de las que nos tocaban en suerte, si ampliaba nuestras identidades, nuestro conocimiento del prójimo y nuestro concepto mismo de realidad, si nos permitía comunicarnos con otras épocas, otros lugares, otras lógicas, e incluso hablar con muertos?». Se narran, pues, aquí jugosas anécdotas, como la del funcionario municipal que recelaba del préstamo lector de obras del ruso Tolstoi, a quien tenía por comunista; o la de una niña preguntando si al cerrar un libro se borraban sus palabras.
Escasos colaboradores
Pero la gran obra de la biografiada es su «Diccionario», que elaboraría con escasos y esporádicos colaboradores, con los limitados medios de una máquina de escribir portátil y miles de fichas bibliográficas, y rodeada de la cotidianidad del domicilio familiar. Acostumbraba a manifestar que se decidió a escribir el diccionario que le hubiera gustado leer, con el criterio predominante de reflejar la lengua coloquial en su uso cotidiano. La dedicatoria que lo encabeza refleja el intenso sacrificio personal: «A mi marido y a nuestros hijos les dedico esta obra terminada en restitución de la atención que por ella les he robado». Emociona cómo narra Neuman el momento en que María Moliner acaricia su obra recién salida de la imprenta en 1966: «Contempló las franjas de la cubierta, su juego de contrastes: caracteres oscuros sobre un fondo claro, caracteres claros sobre un fondo oscuro. Un blanco y negro esencial. Como tinta en papel. Como el color de España».
En estas páginas se muestra con acierto la crónica de esa obsesión filológica, que devendrá en un diccionario que se solicita, más que por su título exacto, como «el María Moliner», en admirado reconocimiento hacia quien la filóloga Isabel Calonge le espetara cariñosamente: «¡Usted piensa en fichas!».
Un libro este que reivindica la obra y personalidad de esta insigne filóloga que afrontó valientemente las desigualdades de género de una época oscura.
- Lo mejor: La conjunción entre vida familiar y actividad investigadora de la biografiada
- Lo peor: Sin decisiva importancia, algún personaje secundario merecería mayor atención
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