Literatura

Zaragoza

De vinos con Aramburu

De vinos con Aramburu
De vinos con Aramburularazon

El narrador que depura palabras, el escritor meticuloso que no teme al alto estilo, ya estaba en la foto del pícaro chavalín con una colilla en la boca que vemos en la cubierta. Como también se intuye que ese niño tenía la impresión de que vivía dentro de un cuento de Cortázar donde siempre hay puertas que conducen a otra realidad. El picaporte, en estas «Letras entornadas», no es otro que el diálogo con el yo sobre los juegos infantiles, el padre obrero, el «gu-sanillo de leer» que le inoculó el padre Pedro María Manchola... Después de «El Quijote» y el «Lazarillo» llegarían los demás compañeros de viaje. Los vivos y los muertos: Ramiro Pinilla, Félix Francisco Casanova, Juan Gracia Armendáriz, Pilar Adón, Giralt Torrente... Ensayos sobre Flaubert, Dostoievski, Rulfo, Mann. Aleixandre, Klemperer, Aldecoa y, cómo no, Cortázar y su «Casa tomada»... También se cuela en este texto tranquilo, la relación entre historia, novela, cuento, realidad (a partir del adminículo de su creación llamado chestoberol) o la presunta muerte de la novela vaticinada por Baroja.

El gran «disfrutador»

Dividido en 32 capítulos, Aramburu ha ideado una estrategia narrativa consistente en presentar cada apartado precedido de un diálogo con «El viejo», personaje al que califica de «disfrutador», con el que se reúne cada jueves para conversar sobre literatura y, de paso, dar buena cuenta de la nutrida bodega del anfitrión. Sólo en la última línea descubriremos quién es este personaje y su función propiciatoria para el monodiálogo unamoniano.

Durante estas conversaciones, nada impostadas, no sólo se revisarán libros y ensayos (propios y ajenos), también conoceremos las peripecias vitales del autor, el retrato de su generación, su estancia en Zaragoza, el encuentro con quien terminaría siendo su mujer –y con quien reside en Alemania–, su paso por el CLOC, Grupo de Arte y Desarte, donde fue joven y surrealista, el espinoso asunto del terrorismo... Como arambuniana confesa, constato lo que siempre cautiva de su lenguaje: la capacidad de nombrar lo que no tiene nombre, la maestría en manejar los silencios, la prosa limpia, ora recia, alambicada después, castellana, siempre. De cómo sabe el autor hablar aun cuando cambia de tema y la manera tan natural en la que siguen formando parte de su universo: el alivio, la lejanía, el gusto demorado o los muertos que no saben de fantasmas.