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Delphos, una obra de arte en forma de vestido

Guillermo de Osma vuelve a Mariano Fortuny en una monumental obra que repasa todas las facetas de este «alquimista» de los siglos XIX y XX
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Guillermo de Osma vuelve a Mariano Fortuny en una monumental obra que repasa todas las facetas de este «alquimista» de los siglos XIX y XX
Siempre se consideró un pintor, pero el caballete terminó por quedársele pequeño. Su incansable afán de experimentar y aprender le llevó a este hombre nacido en Granada en 1871 y muerto en Venecia, bien entrado el siglo XX, en 1949, a ser considerado un hombre del Renacimiento, capaz de diseñar un decorado para una ópera de Wagner, compositor al que admiraba, esbozar un dibujo, teñir una maravillosa seda, inventar un artilugio lumínico. Fortuny era uno y muchos al mismo tiempo. De elevada estatura y aspecto distinguido, jamás descuidaba su barba. Y se tocaba con una capa Inverness de paño negro. Guillermo de Osma, experimentado y premiado (dentro y fuera de España) galerista, publicó en 2013 un delicioso volumen, «Mariano Fortuny. Arte, ciencia y diseño» (Ollero y Ramos) en el que ya adelantaba algo de lo que se muestra ahora en este espléndido volumen editado por Nerea, una obra monumental y documentadísima que dedica a sus hijos Gaspar, Leonor e Inés, y que se lee con enorme interés debido a la peculiar vida del protagonista.
Cuando el galerista se adentró en el singular universo de Mariano Fortuny se sorprendió de que le fuera a dar tanto de sí. Él mismo adjetiva en la introducción del libro su labor como «detectivesca». Y lo fue. Le llevó años, pero qué gusto de trabajo. Una pista le puso en camino de otra y así pasó el tiempo y las fascinación, como si de una bola de nieve se tratara fue creciendo. Se refiere al artista como un mago, «pero hay dos tipos de magos y dos tipos de magia: Merlín y sus hechizos, y el artista y sus capacidades creativas. Es, espero, a esta última clase de magia a la que siempre me he referido». De Osma presenta al personaje y rastrea en sus orígenes, los de dos familias, los Fortuny y los Madrazo, que acabarán por unirse. De sus artes y la primera dedicación del personaje a la pintura, al lienzo, de la admiración hacia su padre.
Nos describe su estudio, en el que no cabía un alfiler, tan abarrotado, tan llenísimo. Conocemos sus amistades, sus gustos. Sus palacios. Cómo eran sus diseños textiles: «Trabajando como un artesano e investigando como un alquimista, Fortuny perfeccionó sus técnicas de impresión y teñido, experimentando con todo tipo de materiales como el lino y la lana, entre otros. Pero, sobre todo, prefería la seda y el terciopelo, los tejidos más antiguos y más lujosos. La seda que usó en todas sus diferentes variedades de crepés, satenes, gasas y muselinas la importaba directamente de China y Japón. El terciopelo era de seda, muy ligero, por lo general importado de Francia, pero posiblemente también de Inglaterra e Italia. Lo compraba, como la seda, en estado crudo, que era blanco o de color crema», escribe De Osma. Y a partir de ese momento es junto con su fiel esposa Henriette cuando comenzaba el control de todo el proceso.
- Cuentas de cristal
Cada uno de los vestidos que salían del estudio del italiano y majestuoso Palacio Orfei era una obra de arte que se hacía a mano y de forma individual. El Delphos, el vestido que ha traspasado el tiempo, es una joya propia de un genio de al altura de Fortuny: su tela plisada, pegado al cuerpo y enmarcándolo, apenas adornado por un ancho cinturón y unas cuentas de cristal de roca. Lo vistieron desde grandes damas y actrices de principios de los años veinte, hasta modelos, mujeres de la alta sociedad, cantantes. Todas quisieron uno, lucirlo, sentir el roce de su tela, pero sólo algunas pudieron atesorarlo en su ropero. Hoy se conserva como una verdadera obra de arte.
Guillermo de Osma habla también de la fascinación que Mariano Fortuny despertó en Marcel Proust, aunque se duda que llegaran a conocerse. De hecho en «En busca del tiempo perdido» se contabilizan al menos unas veinte veces las que cita el escritor las telas fortunianas y su manera de tratarlas y tejerlas. Le entusiasmaban realmente y hablaba de ellas y de su autor con total fascinación hacia finales de 1900 visita Venecia y su amistad con los Fortuny se estrecha; sin embargo, no queda claro que llegase a encontrarse con él.

Hágase la luz, señor Fortuny

Mariano Fortuny registró un total de 22 patentes en la Office National de la Propiété Industrielle de París. La primera de ellas está fechada en 1901 y la última, en 1930, según consta en el libro de Guillermo de Osma, donde el autor repasa todas sus aportaciones de quien fue considerado como uno de los grandes magos de la luz. No nos asombra uno de sus diseños de 1929, una lámpara de mesa de formas minimalistas y que podría lucir (nunca mejor dicho) en cualquier casa actual, lo mismo que sus lámparas de techo con sistema de luz indirecta realizadas en gasa, una joya digna de admiración.
«Fortuny»
Guillermo de Osma
NEREA
340 páginas,
69 euros

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