Doris Lessing, femenino y singular
La novelista falleció ayer a los 94 años
En definitiva, podría considerarse, que era una anciana más, como cualquier otra, con el pelo blanco recogido en un moño, un vestido azul y ese andar dudoso, quizá, incluso, un poco vacilante, que involuntariamente va dando la edad. Ya no era la escritora que había incendiado el movimiento feminista de los sesenta con «El cuaderno dorado» ni tampoco la autora que había denunciado la ruindad de la sociedad colonialista surafricana en «Canta la hierba». Vivía ya bastante alejada de aquellas «Memorias de una superviviente» y de la radiografía social (o de sociedad) que supuso la publicación de «La buena terrorista». Cuando descendía por esa cuesta de Segovia, con una bufanda roja en la mano, fijándose en los escaparates de las mercerías, pero sin que los peatones ni los lectores ocasionales de las terrazas de Segovia repararan en su presencia británica, ya se encontraba más cerca de otros parámetros y sensibilidades, los que asomaban en «Diario de una buena vecina», «Mara y Dann» o «Las abuelas», un relato sórdido y provocador, una batalla literaria donde recuperaba la incorrección para narrar el enamoramiento de unos jóvenes, con edades propias de nieto, de unas inquietantes ancianas.
Más allá de sí misma
Doris Lessing falleció ayer a los 94 años y los temas que le preocupaban al final provenían de la ecología, las desigualdades que separan a los países del primer y el tercer mundo, y la vejez –un tema muy escaso en la literatura y, menos cuando se toca con la crudeza, despojada de falsa misericordia, de ella (Coetzee también lo ha hecho de esa manera)–. Nació en 1919 en Irán, pero creció en la conflictiva Suráfrica de la discriminación social (se sensibilizó y contra la que se posicionó enseguida), en un ambiente familiar marcado por la personalidad de una madre autoritaria, como narra en «Dentro de mí», el primer volumen de su autobiografía, que comienza, precisamente aludiendo a esta presencia ineludible de su infancia. Pero si algo marca el carácter de esta escritora, tan conocida como poco leída en nuestro país, es una férrea individualidad, tanto intelectual como vital. Los convencionalismos sociales no lograron jamás doblegar el carácter de esta dama indócil de la literatura, que siempre atendió más a su voluntad que a las formas impuestas. Se casó muy pronto y en dos ocasiones. Del primer matrimonio tuvo dos hijos y, del segundo marido, Gottfried, se quedó con el apellido. Con él se sumergió en el Partido Comunista y, años después, desencantada, tanto del esposo como del partido, se separó de ambos, convirtiéndose en una de las primeras voces en criticar el régimen soviético. A la muerte de Gottfried, en 1979, en África, cuando su coche fue atacado por lanzallamas. A este incidente le dedicó las páginas finales de la primera parte de sus memorias. Ahí reconoce que él era miembro de la KGB e insinúa que su asesinato no fue casual. Lessing jamás escurrió las responsabilidades sociales y, a partir de sus libros, abordó asuntos tan delicados como el terrorismo, el conflicto entre el individuo y la sociedad, o, incluso, se atrevió con una obra de ciencia-ficción: «Canopus en Argos». Pero, el libro que la convirtió en una referencia mundial fue «El cuaderno dorado», Biblia del feminismo y que en 1962 hzo de ella un icono del movimiento. En sus años finales, rechazaba, sin embargo, que la llamaran feminista. Y en su libro «Un paseo por la sombra» describe con desencanto esa época: «Los años sesenta han sido idealizados; se les considera, equivocamente, el punto de arranque de todos los comportamientos que en realidad comenzaron en los cincuenta. Pero hay algo que sí empezó en esa década: las drogas». Luego añade: «Mi visión de los sesenta está enturbiada por todo aquello que viví. Ahora sufrimos las consecuencias». Lessing abandonó Suráfrica en 1949 y se instaló en Londres. Desde allí escribió su obra con la misma e indómita fuerza, desde el principio hasta el final. Su último libro es de 2008. Ganó el Nobel de Literatura y el Príncipe de Asturias. Y le gustaban los animales (de ahí los gatos que la rodeaban). Siempre hizo con su vida lo que creía conveniente. No todo el mundo puede hacer ni decir lo mismo. Y eso vale casi tanto como un Nobel.