El dolor como épica
No hay autor que represente mejor que Víctor del Árbol la literatura del exceso en la reciente literatura popular española. Sus novelas, desde «La tristeza del samurái» (2011) a «Un millón de gotas» (2014), han conseguido el reconocimiento internacional, muy en particular en Francia. Aunque su prestigio crece entre los fans de la novela negra, en realidad Víctor del Árbol bordea el género policiaco. Su ambición literaria va más allá de los límites que lo encorsetan. Sus narraciones mezclan el «thriller» pasional con el melodrama más desatado. Asomarse a sus novelas es como penetrar en un mundo trágico donde la pasión se tiñe de una desmedida melancolía romántica, siempre desesperanzada, y los crímenes más atroces se muestran con una violencia descriptiva inusual. En apariencia, son relatos de la vida cotidiana tomados en el momento en que la tragedia se cierne sobre uno de sus protagonistas y lo empuja a ese punto indefinible entre la locura que produce el desgarro, la culpabilidad y la venganza. Como en «La víspera de casi todo», donde sobrevuela una trama policiaca y una investigación, que no se ciñe al presente, sino que viaja en el tiempo, con narraciones paralelas, que acaban confluyendo como ríos impetuosos que se desbordan. Porque Del Árbol tiende a la desmesura como una de sus características. Si desde el punto de vista literario canónico no hay género que defina sus novelas, su fondo trágico las emparenta con el bricolaje posmoderno: melodramas fundidos con los excesos truculentos de una intriga gótica de terror cotidiano, sobre un fondo realista. Sus protagonistas son seres corrientes que han perdido pié y tratan de salir a flote tras un naufragio vital. Son seres que adquieren forma literaria gracias a la capacidad descriptiva del alma humana del autor, con una prosa hiriente, repleta de metáforas poéticas arrebatadas: «La piel le hablaba». «Daniel quería el absoluto y tal vez ella sólo podía ofrecerle miseria». Y unos personajes «con malformaciones sentimentales que creían poder curar conquistando su geografía de carne».
Secretos inconfesables
Su prosa tiene la épica del dolor sangrante que podría emparentarla con la de Christopher Frank en «Lo importante es amar», con la que comparte su forma de expresar la desesperanza de estos seres heridos, muchas veces agónicos y siempre devastados por un dolor intenso. Una prosa poética repleta de metáforas con resonancias metálicas, que repican en la cabeza del lector con un hiriente tañido de campana. La narración retoma los enfrentamientos familiares, el odio al padre, secretos inconfesables y violencia y maltrato infantil con dos historias paralelas que se solapan hasta crear un mundo literario desmesurado, que toca el corazón y lo conmueve, como herido por metáforas agudas como un picador de hielo.