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El amarillo no trae mala suerte

larazon

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Hay una cierta tradición de memorias y autobiografías escritas por destacadas personalidades de nuestro cine y teatro; basta pensar a este respecto en Jaime de Armiñán, Adolfo Marsillach o María Asquerino, ejemplos estos de una escritura de clara vocación literaria y arraigada conciencia cultural. Es el caso también de Fernando Fernán Gómez (Lima, 1921-Madrid, 2007) y «El tiempo amarillo. Memorias 1921-1997», espléndida y definitiva reedición de este singular volumen autorreferencial que, más allá de la propia vida de su autor, reconstruye seis décadas de la mejor comediografía española, en lo que representa el panorama cotidiano y costumbrista de toda una época irrepetible. Pero debe precisarse que estas son unas memorias fundamentalmente profesionales, con poca cabida para expansiones amoroso-sentimentales, aunque con la constante presencia de ese imaginario de amigos, mujeres, tertulias, cafés y cabarets, farras nocturnas y churrerías al amanecer que constituyen la más perfilada idosincrasia del autobiografiado.
Una infancia peculiar
Un ejemplar prólogo de Luis Alegre, certera semblanza del genial actor, nos introduce a su abrupto, también entrañable, desabrido e irónico carácter. La rememoración de toda una vi-da se adentra en el núcleo familiar de infancia: madre actriz y monárquica, tío anarcosindicalista y aventurero, abuela enérgica y dominante; y la sombra del padre ausente, considerado actor, que jamás reconocerá legítimamente a su hijo. Desfilan por estas páginas las penalidades de la Guerra Civil y la postguerra con un Fernán Gómez en plena adolescencia, iniciando, como meritorio coral, su carrera interpretativa, sin olvidar la relación de sus lecturas de formación autodidacta –Dumas, Dickens o Víctor Hu-go–, sus más señalados éxitos teatrales (y algún que otro fracaso), su temprana irrupción en el cine y el reconocimiento obtenido en inolvidables películas como «Esa pareja feliz», de Bardem y Berlanga, o su faceta como director de inigualable maestría demostrada en «El extraño viaje», esa maravillosa rareza. Destacan momentos co-mo el jocoso, aunque frustrante, encuentro con Ava Gardner; sus reflexiones sobre el imprevisible éxito popular y la incertidumbre laboral de esa profesión; el emocionado recuerdo de la actriz María Luisa Ponte con motivo de su muerte; la atmósfera bohemia y literaria del emblemático café Gijón; o la honrosa gratitud hacia sus destacados mentores, co-mo José Luis Sáenz de Heredia o Enrique Jardiel Poncela. Y todo ello bajo el humanista escepticismo, la distanciada bonhomía, el irónico humor y la anhelada felicidad que impregnan esa anecdótica del diario vivir, alejada de la grandilocuente Historia y sus generalmente penosas consecuencias. De ineludible y gozosa lectura.