Crítica de libros

El «Giallo» se apodera del Vaticano

Donato Carrisi recupera a Marcus, su detective teológico

El «Giallo» se apodera del Vaticano
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Para saber en qué registro se mueve Donato Carrisi en «El cazador de la oscuridad», que llegará muy pronto a las librerías, basta con esta cita que orienta su visión del relato policíaco inserta en la novela de intriga psicológica con un trasfondo de «giallo»: «No existen los indicios, solamente los signos. No existe el crimen, tan sólo la anomalía». Porque dos de los protagonistas de esta saga iniciada con «El tribunal de las almas», Marcus, un sacerdote penitenciario metido a detective teológico, y Sandra, fotógrafa forense, vuelven a enfrentarse con un asesino en serie con un pasado criminal digno de Hannibal Lecter, con métodos tan heterodoxos como efectivos. La tesis metafísica por la que se guían es ésta: «El mal es una anomalía que nadie consigue ver». Por lo que hay que desechar los detalles y centrarse en las extrañezas que marcan las huellas del mal para poder detener a un monstruoso asesino. Antes que nada hay que recordar cómo nació para la literatura Marcus, el penitenciario, carente de memoria y recuerdos, cuando fue invitado Donato Carrisi a consultar los archivos vaticanos del mal, el Tribunal de la penitenciaría apostólica del Roma, donde se conservan desde el siglo XIII las confesiones de los pecados más brutales en busca de redención.

- Tradición italiana

A partir de aquí, Donato Carrisi divide la acción en cuatro frentes poco convencionales: el esotérico, el policial, el metafísico y el religioso. Concentrados en una búsqueda de sectas satánicas, cofradías de Judas, niños asesinos e instituciones macabras que configuran lo más parecido a un cuento de hadas terrorífico, inscrito en el clásico folletín decimonónico. El «giallo» tiene una arraigada tradición en Italia. Carrisi demuestra que sigue siendo una tradición viva, y no ha querido privar a sus lectores de los golpes de efectos, giros imprevistos, revelaciones insospechadas y personajes siniestros que colman los deseos de suspense y sustos de la típica intriga psicológica. Entre el thriller paranormal de John Connolly y el parapsicológico de Dan Brown se encuentra la novela de horror metafísico de Donato Carrisi. Su pericia desquiciada es la forma de encandilar al lector con intrigas paralelas dignas de la tradición en la que bebe: el relato gótico. Suficientemente desplazado para aparentar un realismo y una coherencia interna que a medida que transcurre la acción va perdiendo, hasta alcanzar cotas de delirio tan absurdas como simpáticas.

Las cualidades psicológicas de los personajes son simples, como corresponde a la tipología del cuento, y los lances que viven, tan melodramáticos como la más convencional de las novelas policíacas con asesino en serie. Pero mola adentrarse en ese delirante mundo de Carrisi, en el que priman los asesinos en serie «narradores» sobre los «visionarios». Lo que diferencia sus novelas es la confusa peripecia religiosa y el tratamiento del mal como amplificador de la fe cristiana. Un dislocado batiburrillo de jefes policiales venales, la alta curia vaticana, clichés psicoanalíticos, sectas satánicas, el Santo Oficio y el sursum corda. Todo un despropósito que sirve al autor para hacer de Roma la protagonista de una morbosa novela en la que «El fotógrafo del pánico» (1960) se entremezcla con «Vestida para matar» (1980) para rememorar «El pájaro de las plumas de cristal» (1970). Vuelven los 70.