El James Bond de Tarifa
Estamos ante un caso singular de novela de espionaje y suspense con un toque de novela negra, «La suerte de los irlandeses», escrita por el autor hispano-irlandés J. L. Rod, aunque más español que los Beatles de Cádiz. En esta su primera novela retrata a un agente secreto del CNI, «la casa», como se la conoce entre políticos y funcionarios dedicados al servicio secreto español, llamado Pat MacMillan. ¿Quién no recuerda los estropicios que Narcís Serra perpetró con sus escuchas ilegales del Rey? Hoy, en modo chiste, el CNI vuelve a estar de moda gracias al morrazo que le ha echado el «pequeño Nicolás», que no sale satirizado en la novela de milagro. Porque el salero de su autor es el estilo predominante en el enfoque de este «thriller cañí» que respira chascarrillos y humor chispeante digno de los grandes autores a los que homenajea. No obstante, hay que romper una lanza, o dos, por J. L. Rod y su supervitaminada y mineralizada obra escrita con gracia torera. Modela a su personaje, el agente de contrainteligencia Pat MacMillan, como un romántico destrozado por un amor roto, politoxicómano en pequeñas cantidades de maría y mucho whisky de marca, además de burlón, maleducado, amante de preparar suculentos platos y leer a los más profundos filósofos, y odiar a la mayoría de los mitos de la cultura pop, excepto los Beatles y Van Morrison.
Tan divertido como Anacleto
Lo novedoso de este libro es que trata un tema tabú en nuestra cultura, el CNI, y, por primera vez, aunque con nombre irlandés, podemos fardar de un agente secreto tan divertido como Anacleto, que hace además las veces de investigador privado a lo Philip Marlowe, sueña con ser el James Bond de Tarifa y, cuando la narración y las frases ocurrentes le dejan espacio, aun llega a urdir una intriga solvente y unos personajes creíbles, siempre dentro de la novela de intriga internacional, sin más pretensiones que entretener y, ya de paso, hacer una crítica a la España del pelotazo, de los políticos corruptos y el tráfico de influencias, donde no dejar títere con cabeza. Evidentes son las alusiones al chivatazo del Faisán, el mundo etarra, el desmadre en Interior y los chanchullos con los fondos reservados. El autor consigue que su acumulación de frases cachondas lastren los momentos más tensos de la narración, lo que, huelga advertir, resta dramatismo y credibilidad al relato, a no ser que seas Jardiel Poncela y escribas las «Novísimas aventuras de Sherlock Holmes». Pero no es el caso. J. L. Rod narra con fluidez y quizá sueña con llevar al cine su novela, interpretada por el John Wayne de «El hombre tranquilo», pero tendrá que conformarse con Maxi Iglesias, modelado por el gimnasio y pasado de revoluciones. Pat MacMillan lo merece.