Esperando al invasor
Los grandes novelistas se caracterizan por la precisión con que son capaces de crear una atmósfera y un mundo propios en los que sumergen a sus lectores y después de los cuales queda la impresión de que ya nada será igual en la retina del gusto literario. Jacques Abeille es uno de esos raros casos de autor cuya obra adquiere unas dimensiones crecientes y en la que no se puede dejar de pensar. Después de iniciar su mundo alternativo en su obra fundacional, «Los jardines estatutarios» (1982), ahora vuelve a la carga con «Los bárbaros», una nueva entrega que prolonga aún su estela de escritor de culto. Dotado de una prosa elegante y poética, casi de un autor tardoantiguo que escribiera en una lengua agonizante, si no muerta, el autor narra el ascenso y caída moral y material de civilizaciones desasosegantes.
Como si un desesperanzado romano del siglo V tomara la pluma, el narrador de esta novela nos cuenta cómo un pueblo bárbaro y nómada, venido de las estepas y con apoyo de una guarnición sediciosa que vigilaba las fronteras, arrasa la orgullosa capital, de nombre Terrèbre, de una civilización sofisticada y rica en burócratas y funcionarios de universidad. La decadencia moral da paso a la física: las ruinas se apoderan del paisaje. Pero pronto se producirá una revolución en el contacto con el misterioso pueblo invasor gracias al estudio de su lengua y de la literatura perdida de otra de las civilizaciones que destruyó. No todo será unívoco en ella y nos descubriremos con pasión reflejados en los otros y en los bárbaros, cuya existencia da sentido a la nuestra. No podemos evitar un recuerdo del poema «Esperando a los bárbaros», de Kavafis: «Esta gente (los bárbaros), al fin y al cabo, era una solución». Fábula de lo inquietante, novela filosófica intemporal sobre países imaginarios pero muy cercanos, sobre nosotros y los otros, Los bárbaros es otra pieza genial del Cycle des contrées, cuyos desarrollos habrá que seguir muy de cerca.