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Esta familia guarda un secreto

larazon

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El memorialismo familiar debiera constituirse en un subgénero literario, dada la vasta producción que existe, atendiendo, acaso, a la aseveración de Cocteau cuando decía que «un pájaro canta mejor en su árbol genealógico». A esa clasificación podrían adscribirse estas más de quinientas páginas, con todo el peso específico del viaje interior. Según cuenta la autora el detonante para tejer esta historia fue la prematura muerte de su padre así como la necesidad de reconstruir su infancia en un orfanato de la calle López de Hoyos, regentado por unas monjas. El único punto de partida tangible pasaba por saber que el hospicio era la obra filantrópica de una aristócrata madrileña residente en el extranjero.
El arte de evocar
Sobre aquella incompleta instantánea nació su protagonista, bajo el ficticio nombre de Lucía Oriol, una joven de buena familia casada con un «camisa negra» italiano que vivió el adulterio con absoluta desinhibición. Su amante, Francisco Anglada, empresario viudo de origen judío y bisabuelo de la novelista. Sobre estos mimbres conocemos la historia de ambas heráldicas, así como sus glorias y miserias en el bullicioso Madrid republicano, en los años anteriores a la contienda civil. La capital es el otro gran protagonista: una urbe llena de contrastes, desde los pisos señoriales del Paseo del Pintor Rosales al vertedero de Tetuán de las Victorias; del glamour del Círculo de Bellas Artes a los castizos jardines del Campo del Moro. La historia arranca en 1995 cuando una anciana Lucía Oriol evoca su pasado. Este prólogo, y un posterior epílogo, son las únicas páginas escritas en primera persona, en tanto que el resto está relatado por un narrador omnisciente que nos guía de forma eficaz a través de una historia innegablemente buena. Las sagas al modo de los Rougon-Macquart de Zola o los Moscoso de Pardo Bazán siempre cuentan con un plus de querencia por parte del lector. Si se le añade el mimo con el que se ha documentado la autora, así como la riqueza y precisión léxica que exhibe, el resultado es sobradamente atractivo. Pero que sus palabras contengan una buena tarjeta gráfica no las dota, necesariamente, de alma. Por utilizar un símil, recuerda a Cronenberg, siempre capaz de enhebrar una historia bien contada, pero que puede llegar a adolecer de calor. Nada que en posteriores entregas no tenga remedio, pues pulso narrativo no le falta.