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Crítica de libros

Jünger vuelve a las trincheras

Jünger vuelve a las trincheras
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La vida juvenil de Jünger dio para muchas páginas enmarcadas en novelas y ensayos. En la obra «Juegos africanos», publicada cuando su reputación era considerable en la Alemania prenazi, recordaba su alistamiento secreto en la Legión Extranjera francesa a los diecisiete años mediante un «alter ego» y describía con minuciosidad las miserias de los soldados destinados en Argelia. A esta experiencia –idealizada, ya que Jünger quiso muy pronto escapar de su realidad burguesa familiar, que le incomodaba sobremanera, y también de los estudios–, le seguiría enseguida la de la Gran Guerra, que a su vez le inspiraría la redacción de «Tempestades de acero» (1920).

Inesperado y extraordinario

Estamos ante un Jünger que concibe sus primeros libros con la exaltación de lo bélico como sacrificio personal en pos de liberarse de las ataduras sociales. De tal modo que si en el volumen antes referido, «África encarnaba la naturaleza salvaje, virgen e infranqueable y por consiguiente un territorio donde el encuentro con lo extraordinario e inesperado era harto probable», un lugar donde vivir sin afán de lucro y que se relacionaba con la libertad simbólica del ser humano, este «Diario de guerra», inédito hasta 2010, será el culmen de semejante busca de un destino tan imprevisible como trágico. De hecho, «es un milagro que Jünger sobreviviera a los muchos y duros fuegos de tambor, a los continuos tiros de dispersión y a los disparos dirigidos contra él personalmente, y todo ello sin quedar mutilado», apunta Helmuth Kiesel, responsable de esta edición magnífica, traducida por Carmen Gauger.

Diez millones de soldados y civiles muertos en la Primera Guerra Mundial. Una media de edad de los caídos de diecinueve años y medio. Y, sin embargo, Jünger, aun padeciendo catorce impactos de fusil y de granada que le provocaron veinte cicatrices, se mantuvo con vida. Este diario, extraído de quince libretas de apuntes que Jünger conservó sin intención de publicar, sería donado por él mismo en 1995 al Archivo de Literatura Alemana de Marbach, y serviría como material de estudio. «Escribo esto en un hoyo», dice el joven soldado cinco días después de llegar al frente, mientras a su alrededor silban los proyectiles. Sorprende ver cómo a este Jünger de veintitrés años le resulta indiferente la posibilidad de morir. «En realidad, la guerra me parecía más horrible de lo que en realidad es», asegura al comienzo, cuando tiene claro que «al que ha de tocarle, le toca».

Hombres, barro, sangre

Al final del día, escribe los movimientos: órdenes, desplazamientos, muertes escalofriantes. Todo con un tono informativo y frío. Así durante tres años y nueve meses, sin lamentarse por las balas recibidas; todo lo contrario, casi celebrándolas: «Hoy hace un año de mi herida. Veo aún cómo avanzábamos por aquella funesta zona del bosque, cómo nos salieron al encuentro hombres chorreando sangre, destrozados», escribe en 1916, y ni eso le desalienta: «Pese a todo quiero otra vez el choque con el enemigo, cueste lo que cueste». Este sentimiento contrasta con otra actividad que desarrolló en ese tiempo: la visión y recogida de fauna y flora. Esto despierta en él palabras emocionadas: «Durante los dos últimos días, he recogido celosamente escarabajos. Esto es maravilloso. Toda la 1120 está cubierta de setos de espinos blancos, en los que hay un número infinito de flores». Kiesel incluye un apéndice en el que conocemos el «Libro de coleópteros» que Jünger preparó a raíz de sus hallazgos en la zona. Desarrollaba así una afición de niño, la única cosa que lo ató a su padre, a su familia, antes de huir a la guerra.