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Los huéspedes del quimono

Los huéspedes del quimono
Los huéspedes del quimonolarazon

Una vez más, como ocurriera en anteriores entregas, Waters se inspira en un crimen real para tallar su propia ficción de los «felices veinte» y dar rienda suelta a lo que mejor sabe hacer: la reconstrucción histórica, ya sea del siglo XIX o de la década de los cuarenta de la pasada centuria. El acontecimiento detonante que espolea su imaginación para confeccionar novela es el siguiente: corría 1922 cuando una mujer de clase media fantaseaba con la idea de matar a su viejo marido con el que era profundamente infeliz, máxime cuando acababa de conocer a un joven que le había devuelto las ganas de vivir. Como una profecía autocumplida, una noche, mientras pasea con su esposo, un muchacho les asalta hasta darle muerte a navajazos. La policía detuvo al joven, pero al descubrir las cartas cruzadas entre los amantes, acusaron a la viuda de cómplice y ambos terminaron con el collar de la horca al cuello. Así eran aquellos años en los que había algo más que frivolidad, licores, juergas que no acaban y mucho charlestón.

En la novela, la autora retuerce los hechos para contarnos una historia de amor salpicada por un asesinato, aunque convierte la relación de la viuda real en la pasión tórrida entre dos mujeres. Lo carnal y lo criminal, al servicio de un suspense donde no falta el costumbrismo, los tabúes, los deseos inconfesables, el miedo, la superación del pánico, el lirismo y la exquisitez, marca de la casa de la autora de «El lustre de la perla». Tampoco escasean los espacios claustrofóbicos y opresivos que desembocan en febriles instantes carnales y éstos hacia lo patibulario con la melodía de Wilkie Collins como sonsonete y música de fondo.

De clase baja

Inglaterra sufre la gran depresión de la posguerra y las cuentas no cuadran en los hogares. Por ese motivo, la veinteañera reprimida y gris Frances Wray, y su viuda e inútil madre, se resignan a convertir su hogar, en el espacio londinense de Camberwell, en una pensión para poder hacer frente a sus deudas. Pronto llegará un matrimonio de clase baja ruidoso, exhibicionista y alcoholizado. Leonard y Lilian Barber impactan a la joven con su alegría, extravagancia y desinhibición; su gramófono, sus juegos de mesa, sus insólitos quimonos.

La casera, poco a poco, se irá enamorando de Lilian, obviando los clasismos, las frustraciones, las estrictas normas.... aquello que está bien o está mal; lo permitido y lo que está prohibido. Ambas se descubrirán, se reconocerán y aliarán para llegar hasta donde haga falta. Aunque algo que no estaba en sus planes terminará sucediendo.

La propiedad física vuelve a ser de nuevo un escenario donde perder la posesión sentimental, como en casi todas las novelas que firma esta autora, quien nos deleita con una ambientación totalmente minuciosa y un detallismo histórico y lírico mezclado, en esta ocasión, con una acción emotiva como si de un thriller histórico se tratase. Después de aquello que no debiera haber sucedido, los acontecimientos se precipitan hasta que hace acto de presencia un inspector de policía que intentará averiguar lo acontecido. Las melodramáticas instantáneas en los tribunales son realmente memorables. En ellas, las jóvenes se mirarán con un triste disimulo mientras nosotros podremos verlo todo... Un maravilloso «true-crime» con tensiones agónicas que nos traslada a una época idealizada vista desde un nuevo ángulo.