Los judíos que salvó Franco
Ángel Sanz Briz salvó a más de tres mil judíos húngaros acogiéndoles en la embajada de Budapest. Siempre se ha dicho que actuó por cuenta propia. Tuvo la fuerza de voluntad pero también recibió las órdenes del gobierno de Franco
Todo sucedió en muy poco tiempo. Fue en Budapest. En unos meses, entre octubre de 1944 y enero de 1945, los nazis relizaron una de las matanzas más rápidas y eficaces de todo el Holocausto. Se calcula que en diez semanas los temibles nylas de Szálasi mataron a unos 500.000 judíos después de pasar meses sobreviviendo en el geto de Budapest, una ciudad que sufrió la guerra con cierta calma, pero administrada con mano de hierro por gobiernos afines a Alemania. Hungría fue el primer país de Europa que dictó leyes abiertamente antisemitas y había una organización de una brutalidad sin límites, el Partido de la Cruz Flechada, ejecutor de la solución final en las orillas del Danubio, río que no dudaron en utilizar como arma mortal arrojando hombres, mujeres, ancianos y niños: ya no había tierra para tanto muerto.
En aquella ciudad, Ángel Sanz Briz,un diplomático de poco más de treinta años, encargado de negocios de la embajada española, mandó un informe fechado en el verano de 1945 en el que, por primera vez, se informaba por una vía oficial al gobierno de Franco de la existencia de los campos de exterminio.
Desde aquel momento, Sanz Brinz dedicó sus esfuerzos a salvar al mayor número de judíos dándoles cobijo en cuatro casas que alquiló y documentación que acreditase su nacionalidad española. Era un héroe, y los héroes actúan solos, por encima de la razón de Estado, dice la leyenda. Sin embargo, bastaba con acudir a los archivos –entre ellos, a los del propio Ministerio de Asuntos Exteriores de España– para comprobar que no actuó únicamente con conocimiento del Gobierno franquista, sino siguiendo sus directrices. Esa es la tesis mantenida por Arcadi Espada en «En nombre de Franco» (Espasa). Un tema tabú, territorio predilecto para este periodista que ha hecho de lo «factual» (la verdad de los hechos tangibles y demostrables) algo más que un método periodístico, especie de higiene moral. Porque si bien en un primer momento existió un franquismo caníbal que mandó tropas a luchar en Rusia y juraban fidelidad a Hitler, también hubo políticos que no se dejaron hipnotizar por canciones y banderas. Fue el caso del conde de Jordana, ministro de Exteriores de Franco, que diseñó un plan en el caso de que Alemania perdiese la guerra, posibilidad cada vez más cercana. Y en esos planes entraban que España tuviese un papel activo en la ayuda a los judíos que ya eran conducidos a Auswitch para su exterminio. A veces, la razón de estado coincide con la razón moral. ¿Y la conspiración judeo-masónica, aquel lema franquista? En discurso alguno de Franco aparece dicha expresión, sostiene el autor.
A Espada también le gusta hablar de «decapar» la Historia, quitarle manos de barniz mitológico para dejar una verdad desnuda y, claro, contradictoria. Por ejemplo, nadie pone ahora en duda que el papel decidido del nuncio vaticano en Budapest, Angelo Rotta, fue clave en la resistencia de los judíos. Ahí, en ese «sfumato» idílico, aparecen escondidos personajes que acabaron siendo decisivos. Fue el caso del italiano Giorgio Perlasca, que colaboró con Sanz Briz en la apertura de cuatro casas para acoger a los judíos y acabó siendo el único héroe de leyenda (hasta en el Museo del Holocausto de Budapest se le recuerda a él y no a Sanz Briz ante la pasividad de nuestras autoridades), un aventurero que jugó hasta el final su papel (y que llegó a escribir que a Sanz Briz le movía más su relación con una rica aristócrata dueña), o a uno de esos secundarios que hacen grande las películas porque les da profundidad, el abogado Zoltán Farkas, al que el libro convierte en el verdadero hombre en la sombra, culto y audaz, que muere en el patio de la embajada española a causa de una granada, el día después de que los rusos entrasen en Budapest.
Factual es la palabra. Las fuentes que maneja Arcadi Espada van marcando el itinerario del relato hasta construir una historia en la que sus partes no acabarán de casar nunca. El relato se construye a través de vacíos, de retales sueltos. Va desde el periodista Eugenio Suárez, autor de «Corresponsal en Budapest» y testigo de aquella Europa en guerra, al manejo de archivos oficiales (el agradecimiento a Sergio Campos es obligado en este capítulo) o la localización de los hijos de los protagonistas, lo que ofrece una última lectura sobre la tramoya de la Historia: aquellos hijos que desconocían lo que sus padres habían hecho. Sólo las huellas, los documentos y los testigos poden escribir la historia. Es la huella de un pie en la nieve lo único que nos demuestra que la existencia de un hombre.