Patti Smith, 14 cafés en soledad
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Estar en presencia de Patti Smith es situarse frente a una mística moderna. Desprende una energía tremenda, desmedida a ratos. La lectura del segundo volumen memorialístico de la considerada «madrina del punk», por ejemplo, a veces parece estar escrito por alguien a medio camino entre una hippie pasada de vueltas que vive el invierno en Ibiza y una señora que comparte piso con ocho gatos. Alto, esto no es un comentario machista ni grosero, no disparen todavía contra el heteropatriarcado, es la pura verdad. Patti Smith habla con sus tres gatos –y también con su mando a distancia– y acude a la tumba de Jean Genet en Marruecos para enterrar unas «piedras sagradas». Ejem. Si les gustó su anterior libro, el celebrado recuerdo de los días con Robert Mappletorpe en «Éramos unos niños», disfrutarán con éste, «M Train», aunque ni el hilo ni la materia narrativas sean igual de interesantes. Si, por otra parte, aquel relato les pareció un poco pasado de azúcar, aquí también encontrarán odas a pequeñas cafeterías solitarias, elegías a abrigos viejos y arias a tinteros y escritorios. En esto, ya advertimos, discrepamos con la crítica estrella del «New York Times», Michiko Kakutani, quien encontró el libro «potente y conmovedor».
En este segundo volumen, Smith gira hacia sí misma. Los tiempos del Chelsea Hotel ya no ocupan una página, la artista ofrece una visión de su presente (sumido en la rutina de los viajes constantes), pero su narración salta atrás varias veces con idéntico y desolador resultado. El de la constatación brutal de su soledad. La pérdida se asoma en cada página, a veces de una forma un tanto ridícula cuando cierran su cafetería favorita, pero otras con emocionante y verdadero desgarro, si recuerda a su marido, Fred «Sonic» Smith, fallecido en 1994. El resultado es mejor cuando la escritora cuenta sólo sus días, como una canción pop, es decir, cuando no intenta ser poeta sino plasmar su realidad. Un ejemplo: la cantante reconoce que aún se pone y zurce las camisas de Fred. «Me eché a llorar. Vuelve, pensaba. Ya llevas demasiado tiempo fuera. Vuelve. Dejaré de viajar, te lavaré la ropa», le dice al fantasma de su marido en un momento de gran intensidad. De igual manera, brilla en el episodio en que se imagina asesinando brutalmente a una tipa que entra en el café hablando a voces por el móvil sobre un paquete de FedEx que no ha recibido. En cambio, hay varios ejemplos del desvarío tontuno espiritual. En México, la escritora se encuentra una piedra que ante sus ojos es inequívocamente sagrada. La recoge y la guarda en su abrigo. «Mi idea era llevar la fuerza de la montaña a mi casa», escribe. En el aeropuerto le confiscan el canto. «Era una piedra santa, le dije al inspector, y aunque le supliqué que no la tirara, lo hizo sin parpadear. Me dolió en lo más hondo. Yo había sacado de su hábitat un hermoso objeto, hecho por la naturaleza, sólo para que terminase en la basura en un control de aeropuerto». Al margen de estos pasajes infantiles, la cruda realidad de la narradora es que sus padres han muerto y su hermano también, igual que su marido. Y sus hijos ya no están ahí. Pocos amigos no camareros aparecen en la narración y cualquiera puede entender que Patti Smith se refugie en los libros y cada noche se lea a sí misma las cartas de tarot.
Las lecturas se han convertido en su obsesión, como es sabido en España desde hace unos años. El saldo de citas literarias es casi tan alto como el compulsivo trasiego de cafés (hasta 14 tazas en un día, reconoce) de la autora. Se hace algo tediosa su mitomanía: sentarse en la silla de Roberto Bolaño, seguir los pasos de Genet en Marruecos o conectar sus chakras con Frida Kahlo en la misma Casa Azul. Lleva consigo fotografías de escritores muertos y el breve volumen (277 páginas) se convierte en una relación de idolatría a creadores fallecidos: se sitúa física o imaginariamente ante la tumba de Sylvia Plath, Wittgenstein, Mishima y el memorial de Kurosawa; presume de amistad con William Burroughs. Su único y verdadero amor es la literatura, que colma sus deseos y su realidad gracias a la ficción. Y no todo son pasiones esnobs. Patti Smith disfruta con la novela negra y con una decena de series policiacas que digiere en jornadas maratonianas, incluso reservando habitaciones de hotel con ese propósito, en una simpática inmersión. Sin embargo, estas experiencias no parecen suficientes para cambiarle la vida al lector. De esta forma, la primera frase del libro es su propia moraleja: «No es fácil escribir sobre nada». Desde luego que no.