Rafael Moneo, tres miradas profundas a la arquitectura
Rafael Moneo (Tudela, 1937) afirma en el prólogo de este libro que «los edificios son una extensión de nuestra persona, como corazas que nos protegen, como caparazones en los que vivimos y de los que pasamos indefectiblemente a formar parte, hasta el punto de llegar a pensar que pertenecemos a ellos». Por eso, a la hora de seleccionar los textos eligió tres artículos aparecidos en revistas especializadas que pudieran interesar al lector ajeno a cuestiones estrictamente arquitectónicas: «La mezquita de Córdoba: la vida de los edificios», «El arquitecto Juan de Herrera y el discurso de la figura cúbica: la lonja de Sevilla como “cubo elementado”» y «El Carmen de Rodríguez-Acosta en Granada». Tres edificios muy diferentes que muestran cómo el tiempo gravita sobre ellos y expresan la necesidad de utilizar la historia como fuente de conocimiento y de soluciones arquitectónicas que pueden ser utilizadas en nuevos contextos. La mezquita de Córdoba, tan diferente la actual a la que se construyó en origen, es un ejemplo magnífico de la supervivencia de un edificio a lo largo de los siglos. En su evolución a través del tiempo está documentada toda la historia de España. En ella se hicieron ampliaciones, seis en total, desde Abderramán I a Almanzor, más las construcciones cristianas a partir del siglo XIII y la inserción de la catedral en el XV. Carlos I protestó sobre la construcción de la catedral diciendo que, al realizar «lo que puede hacerse en otras partes», se destruiría para siempre «lo que era singular en el mundo». Sin embargo, Moneo no piensa únicamente que todas estas modificaciones no han destruido a la mezquita, sino que el hecho de que siga siendo ella misma «constituye un homenaje a su propia integridad», porque la vida de los edificios está soportada por la permanencia de sus rasgos formales más característicos. Su construcción, en la que los muros aceptan su condición de acueductos o la forma en que se incorpora una nueva cadena de arcos de medio punto para alcanzar la altura deseada resulta un proceso emocionante.
Los principios de Lulio
En cuanto a La lonja de Sevilla de Juan de Herrera, a través de ella es posible descubrir el influjo directo de las ideas en una obra arquitectónica. Herrera, matemático además de arquitecto, escribió en el «Discurso de la figura cúbica» que interpretaba los principios expuestos por Raimundo Lulio. El cubo es el soporte de todas las posibles combinaciones que pueden darse en él, en el cubo «la línea es la que hace y la superficie es la que es hecha». El patio de los Evangelistas de El Escorial y la lonja de Sevilla son dos ejemplos de lo que Herrera entiende como «cubo elementado». Para que el lector no avisado comprenda este concepto, Moneo nos lleva paso a paso por la complejidad filosófica, teológica y matemática de los principios lulianos, extraordinariamente singulares y de gran belleza, para que siguiéndolos nos sea posible entender no solo la arquitectura, sino también la cosmología del hombre enigmático y de extraordinario talento que fue Juan de Herrera. La descripción de la construcción de la lonja muestra su rigor numérico y su concepción como lugar de encuentro que hizo que el patio/claustro fuera el origen del proyecto. El tercer texto explica las fases por las que atravesó uno de los edificios más singulares construido en España durante los años veinte, el carmen granadino del pintor José María Rodríguez-Acosta. Afortunadamente, el texto se acompaña de abundante material gráfico que dejó constancia de cómo se desarrolló su construcción. A través de él es posible analizar la intervención de los arquitectos, nada menos que cinco, que se sucedieron en su edificación a lo largo de quince años. El carmen que el pintor iba a construir junto a la Alhambra sería su casa-estudio, una atalaya sobre la ciudad, pero, sobre todo, se convertiría en un idealizado autorretrato llevado a cabo con exhaustiva minuciosidad. La arquitectura se contempla en este caso como un medio que permite a un individuo materializar su visión del mundo. Fue necesario construir terrazas en el difícil solar escarpado, una ladera al sur de la Alhambra, para crear el espectacular jardín, lo primero que se construyó. Después se sucedieron los arquitectos, entre ellos, Ricardo Santa Cruz y Teodoro de Anasagasti, hasta que Rodríguez-Acosta decide asumir el mando de su construcción acompañado de un arquitecto, Jiménez Lacal. Con él termina su proyecto: un lugar ecléctico, cosmopolita, la casa de un hombre ilustrado y su espejo.
Rafael Moneo muestra en este libro la arquitectura como reflejo de la historia y la geografía, como resultado de diferentes concepciones religiosas y filosóficas o de anhelos personales, una arquitectura que se expresa siguiendo el cambio de los tiempos y que él describe con un brillante estilo literario en explicaciones que absorben la atención del lector y muestran su amplísima cultura.