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Schiller, paradigma de libertad

Schiller, paradigma de libertad
Schiller, paradigma de libertadlarazon

Friedrich Schiller vivió tan solo cuarenta y cinco años pero fueron suficientes para convertirle en un autor admirado y respetado tanto por intelectuales como por el pueblo. Su vida conoció homenajes y reconocimientos, las representaciones de sus dramas terminaban con grandes ovaciones y los escolares aprendían de memoria sus poemas. Entre 1793 y 1795 «el poeta de Alemania» escribió estas «Cartas sobre la educación estética de la humanidad», palabras que llegan a nosotros con la limpieza que solo un poeta consigue cuando escribe en prosa.

La lectura de la «Crítica del juicio» de Kant en donde exponía sus ideas acerca del arte y de lo bello estimuló sus propias reflexiones en materia estética tan sólidas como originales. Goethe, su íntimo amigo durante muchos años, afirmó que nunca había encontrado en ningún lugar «lo que en parte vivo y en parte quiero vivir de una forma tan coherente y refinada».

Mirada lúcida

Shiller se aparta del imperativo categórico kantiano y presenta a un hombre cuya virtud se expresa no solo en la dignidad, sino también en el encanto o en la gracia, en la «inclinación al deber, signo y sello de la humanidad perfecta». El hombre que se vuelve libre y armónico es capaz de determinarse por sí mismo y ya no siente la eticidad como una ley que se le impone de manera inexorable. La mirada extraordinariamente lúcida de Schiller sobre su propia época dedica especial atención a la política. Afirma que la comprensión filosófica ha de ocuparse de la más perfecta de las obras de arte, la construcción de una auténtica libertad política. Libertad es una de las palabras más utilizadas en estas cartas: El arte es hijo de la libertad y «para solucionar el problema político en la práctica es necesario tomar la vía estética, porque el camino de la belleza conduce a la libertad». «El carácter de un pueblo constituirá una totalidad cuando sea capaz y digno de convertir el Estado de la necesidad en el Estado de la libertad». Pero no pretende ser tan solo ciudadano de su tiempo porque el privilegio y el deber del filósofo tanto como el del poeta es no pertenecer a ningún pueblo ni a ningún tiempo, sino, «en el sentido cabal de la palabra, ser el contemporáneo de todos los tiempos».

Su entusiasmo por la Antigüedad Clásica, que compartía con Goethe, como modelo de renovación del paradigma de la unidad espiritual es una referencia constante. Su mirada se eleva sobre el propio horizonte y alcanzan lo universal. De ahí la cercanía de su pensamiento y la prueba de que estamos ante un clásico que ofrece un ejercicio intelectual que enriquece el pensamiento y lo inunda con la belleza de una prosa limpia.