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Ser Shakespeare

Jordi Balló y Xavier Pérez analizan la influencia del dramaturgo isabelino en las series y películas actuales
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Jordi Balló y Xavier Pérez analizan la influencia del dramaturgo isabelino en las series y películas actuales
Si Shakespeare se comprase un televisor hoy día, se aburriría infinitamente. Es muy poco probable que, como suele decirse, pudiese ser guionista de cine o televisión, principalmente porque ya hay dos millones de shakespirianos bastardos escribiendo como él lo hacía hace 400 años. Y a veces de forma tan literal que asusta. Lo más probable, por tanto, es que fuera un «youtuber» y se muriese de vergüenza cuando sus colegas le dijesen que hasta sus abuelas son fans de los vídeos que cuelga. Puede que si le quedase el impulso de escribir, insultase a sus propios vídeos en los posts y comentarios de abajo, con mucho ingenio, por supuesto. Pero es ridículo especular, porque hoy día, de niño podría haber sido bueno con una pelota, y ahora estaría tatuado, ni sabría leer y jugaría con el número 27 en el Chelsea.
Lo que no es una especulación, sino una realidad en apariencia incuestionable, es que el siglo XXI es el más isabelino de la historia, incluso más que el XVI y XVII, al menos en cuestiones dramáticas. Los expertos Jordi Balló y Xavier Pérez lo dejan bien claro en el ensayo «El mundo, un escenario. Shakespeare: el guionista invisible», (Anagrama) en el que trazan una red de influencias que unifican «Breaking Bad» con «Ricardo III» o «House of Cards» con «Julio César» o «Juego de tronos» con la tetralogía Lancaster al completo. «No se puede saber si Shakespeare sería hoy guionista. Lo que sí sabemos es que si no hubiese existido, los guionistas actuales serían muy diferentes», comenta Pérez.
Los ejes principales de la estructura dramática del teatro isabelino son los mismos que en la actualidad. Los inicios de la ficción en medio del conflicto dramático, la utilización de la coralidad en contraposición de un único punto de vista y un personaje omnipresente; la hibridación de géneros, con la tragedia mezclándose con la comedia y viceversa; los diálogos adversativos, que es una forma pija de decir que los diálogos hacen avanzar la acción, el paroxismo de la violencia o la dramatización de la naturaleza fueron perfeccionados por el bardo inglés, junto a sus colegas Christopher Marlowe, Thomas Kyd, Ben Jonson o John Webster. «Las mesas de guionistas que deciden las ficciones contemporáneas son muy parecidas a las del teatro isabelino, en las que los autores formaban una comunidad en que desarrollaban sus historias y no tenían reparos en copiar lo que hiciese falta. La originalidad no era un valor», asegura Balló.
La evidencia de esta simbiosis Shakespeare/contemporaneidad la encontramos, por ejemplo, en el inicio de la serie «Penny Dreadful», que describe el Londres victoriano de finales del XIX a través de nombres clave de la literatura fantástica como Dracula, el hombre lobo o Dorian Grey, entre otros. El doctor Frankenstein crea a una de sus inmortales criaturas y de pronto se queda en blanco. No sabe como bautizarla. Lo que hará será coger unas obras completas de Shakespeare y llamarlo Proteo. «Aquí vemos que Franjenstein habla en nombre del guionista para avisar que cuando se tienen dudas, siempre hay que acudir al origen», dice Pérez.