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Tráteme con respeto

larazon

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«Mi querido amigo». Así se dirigió, en cientos de cartas, el lord inglés Philip Dormer Stanhope, conde de Chesterfield, a su hijo Philip, entre 1737 y 1768, muy en especial en torno a conductas sociales, las apariencias o el linaje, asuntos capitales en el ambiente noble de la época. En este conjunto epistolar, publicado póstumamente en 1774, no había ternura paterna alguna ni se tocaban asuntos menores o anecdóticos, sino que de forma regular, elegante, exquisita, Lord Chesterfield mostraba su cariño a través del consejo directo y de la opinión muy personal. Sin dogmatizar, siempre armonizando la libertad con la obligación, Lord Chesterfield conseguía que cada una de sus líneas fuera una llamada a la prudencia, a la discreción, al aprendizaje. Todo en pos de configurar el ideal del perfecto «gentleman», que desde Inglaterra miraba con respeto a contemporáneos franceses como Voltaire o Montesquieu y que viajaba a París sabiendo que las relaciones sociales eran tan importantes como el hecho de ser sensible al arte o dominar varios idiomas.
Un gran atractivo
Catorce años después de que vieran la luz las cartas de Lord Chesterfield, aparecía en Alemania otro libro en el que las reglas de vida eran el tema a reflexionar, pero ya dentro de otro contexto: el que tiene que ver con el surgimiento de la clase media para la que fue de un gran atractivo el pensamiento de A. F. Knigge, que ahora presenta en impecable edición del gran traductor y ensayista José Rafael Hernández Arias. «Parece evidente que Knigge supo captar algo que estaba en el aire, la quintaesencia de un espíritu del tiempo que favoreció su acogida en amplias capas de la población», dice el doctor en Derecho por la Universidad de Friburgo al hilo de cómo se acogió «De cómo tratar con las personas». Había antecedentes, se dice en el estudio preliminar, en el propio territorio germano de escritos en torno a elementos de ética social y comportamiento individual y colectivo –curiosamente, a la vez influidos por Baltasar Gracián–, pero ninguno de ellos tendrá el éxito de Knigge, cuyo libro alcanzaría en poco tiempo varias ediciones.
El descubrimiento de esta auténtica joya se la debemos a la editorial recién fundada Arpa Editores, que ha emprendido su andadura apostando por libros de no ficción: ensayos de literatura, historia y ciencias sociales. En perspectiva tiene previsto una biografía de Ramon Llull de llamativo título, «El mejor libro del mundo», y ya están listos un par más de notable calidad: por un lado, los ensayos recopilados de Joan Margarit, titulados «Un mal poema ensucia el mundo», que es un complemento perfecto para aquel que conozca la poesía del catalán, pero también una aproximación accesible al género poético para todo tipo de público gracias a textos como «Nuevas cartas a un joven poeta»; y por el otro, «Las mil caras de Anonymus», de la antropóloga cultural canadiense Gabriella Coleman, acerca de, como dice el subtítulo, «hackers, activistas, espías y bromistas», a partir de la función de confidente que ha mantenido con miembros del misterioso grupo protestatario.
Con estas cuerdas suena un arpa en el que la reflexión se abre paso con cada nota, lo que bien podría ser la metáfora de cada uno de los pasajes del libro de Knigge, que divide sus consideraciones en textos cortos sobre la base de, entre otros, los siguientes campos: el trato entre personas y con uno mismo, el trato entre personas de diferente edad y entre familiares y enamorados, el trato con amigos, mujeres y sirvientes, el trato con aristócratas y gente humilde, el trato con eclesiásticos y artistas, e incluso el trato con los animales dado que también ello «está vinculado a la vida social en general», y para acabar, el trato entre autor y lector. Todo con un ánimo moderado, asentado en el sentido común y la sensatez, en la línea de Montaigne, y en la observación del modo de llegar a la armonía humana y estética de un Baltasar de Castiglione.
Autoconfianza y bondad
Es un placer abrir por cualquier parte «De cómo tratar con las personas» y enfrentarse a una lección de sabiduría plácida y sencilla, pero firme y profunda a la vez, en algunas ocasiones asentada en experiencias propias o a partir de algún ejercicio de introspección: «Entré muy pronto, casi un niño, en el gran teatro del mundo y en el escenario de la corte. Mi temperamento era vivaz, intranquilo, emocional; mi sangre, caliente; en mi interior yacían ocultas las simientes de más de una pasión violenta...». Semejante autoconciencia y hasta autocrítica le servirá a Knigge para mirar las cosas con la distancia adecuada a la hora de lanzar recomendaciones en que el término medio aristotélico parece preponderar, en un alarde de realismo, sinceridad y determinación: «Aspira a la perfección, pero no a la apariencia de la perfección o a la infalibilidad. Los hombres te juzgan y condenan según el criterio de sus pretensiones».
La confianza en uno mismo y la fe en la bondad son los ejes básicos para el autor alemán, que prefiere al hombre sacrificado que no revela preocupaciones salvo a quien pueda ayudarle, al que no se vanagloria por su fortuna y al que evita sacar a la luz los errores ajenos. «¡Sed serviciales pero no impertinentes!»; «No queráis mejorar y moralizar a los hombres»; «No te preocupes de las acciones de tu prójimo en tanto que no te afecten»; «Sé riguroso, puntual, ordenado, diligente y laborioso en tu profesión». Mil y un consejos se extenderán por doquier, útiles para aquel tiempo, útiles para hoy y para siempre.